«La película más polémica de los últimos tiempos» reza el afiche promocional de F-27, reciente estreno peruano, y la imagen muestra un avión estrellándose en un océano que es al mismo tiempo el estadio de Matute. Es un estupendo póster para un filme de acción o de desastres. No sé si un avión partiéndose en pedazos sea la imagen más deseable para rememorar una tragedia nacional –supongo que estoy hablando de lo que yo entiendo por “buen gusto”– pero se comprende que el afiche se inscriba en cierto código. O sea, hay que vender.
El tráiler de la película es estupendo también: aviva el interés por el accidente de aviación que en 1987 enlutó al equipo de fútbol Alianza Lima, y deja la impresión de que estamos ante a) un filme nacional de buena factura técnica y b) un imaginativo thriller de conspiración. El tráiler nos promete algo, y nosotros queremos creer.
Saltándonos lo evidente –que el tráiler es una pieza de publicidad– yo diría que la primera impresión es correcta: salvo algunos descuidos, esta cinta muestra un grado de pericia técnica, e incluso se recrea en ella. Sigo pensando en lo bien aprovechado que está el interior del Museo de la Nación, con sus ángulos rectos y sus aires enormes dibujados por una cámara curiosa.
El diseño de sonido tiene lógica en esta película, e incluso hace algo atrevido: en una escena en la que un personaje escucha indicaciones por un celular, hace que los espectadores las escuchemos también, pero no elevando artificialmente el volumen de la llamada sino presentándola tal y como sonaría si nosotros estuviéramos en la habitación (o sea, muy bajo). Desgraciadamente, el diseño de sonido cae también en un gran lugar común: satura los graves de la banda sonora en los momentos que se supone son de suspenso. Que se sientan esos subwoofer de la sala.
Hay una correcta dirección de fotografía, quizás demasiado enamorada de la penumbra en varias escenas, y uno aprecia el uso imaginativo de dollies y grúas. En F-27 hay incluso efectos especiales: un avión se estrella en el mar y los espectadores vemos el avión. La secuencia de créditos iniciales es absolutamente notable.
Como lo veo yo, 2014 es el año en que las películas peruanas dejaron de “verse mal”. El director Willy Combe viene del mundo de la publicidad, al igual que los directores de la reciente Perro guardián, y uno puede ver en ambos filmes el denominador común del cuidado técnico (siendo superior, de todas formas, “Perro guardián”).
Mi desazón con “F-27”, sin embargo, tiene que ver con la segunda impresión que deja el tráiler. Porque “F-27” no es un thriller, ni tampoco es una película de acción o una película de desastres. De hecho, creo que podríamos discutir si “F-27” es una película del todo.
Asumo que lo es, en el sentido de que se proyecta en varias salas de cine. Pero mi impresión es que “F-27” apenas asemeja una película terminada. De hecho, no se siente como una experiencia completa. Y esto sucede porque su inconsistencia dramática es grande: desde varios puntos de vista, en ella no sucede nada.
El filme empieza con una advertencia: “Esta película ha rescatado todas las leyendas del pueblo y las ha llevado a la ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Me parece que tal advertencia indica un error de concepción: las llamadas “leyendas del pueblo” sobre la caída de una avioneta Fokker en 1987 resultan, a estas alturas, poco verosímiles. Son rumores, y difícilmente bastan para sostener una película como la que se está ofreciendo al público… a menos que se tomen libertades creando una historia. Pero la película no se atreve a mucho en ese sentido, pese a que abunda en personajes.
De hecho, “F-27” no presenta un conjunto de datos curiosos que puedan interpretarse tendenciosamente para crear una narrativa de investigación –como lo hacen “JFK”, “Zeitgeist” o cualquier documental del History Channel– y tampoco desarrolla aquello que sí señala: que habría intereses oscuros buscando que cierta verdad (que uno de los muertos en el accidente de aviación del ’87 recibió un impacto de bala) no salga a la luz.
Porque, ¿quiénes son ellos, los conspiradores? Lo que vemos son figuras hablando entre sombras, de quienes nunca sabremos nada, comunicándose con el periodista interpretado por Oscar López Arias. Este es un thriller donde no hay una amenaza concreta: los espectadores se pierden y, finalmente, se desinteresan. A mí me pasó. Ni siquiera los jugadores de fútbol que aparecen son señalados con nombre propio (asuntos legales, asumo) y queda la sensación de que nada nuevo o interesante está siendo dicho. ¿Se habla de la Marina, como debería hacerse en un filme sobre este accidente de aviación planteado en registro “conspiranoico”? Pues no. Si mi memoria no me falla, el único que pronuncia la palabra “coca” en esta película es el periodista deportivo Philip Butters, en una secuencia que debe durar un minuto. Igual que en el tráiler.
A lo que voy es a que hacer una película que se vende como “polémica” para luego ilustrar con timidez sus puntos no tiene mucho sentido.
De hecho, y encuentro esto más importante, “F-27” no tiene una dramaturgia clara. La película empieza en tono de elegía, con esos planos en cámara lenta retratando a los jugadores antes de salir a la cancha, y luego se mueve al terreno de la investigación y de lo policial, aunque con precariedad. Hay personajes, sí: está Óscar López Arias, protagonista, a quien el guion quiere en estrés permanente y para ello le otorga un único recurso: lo hace tomar pastillas. Ansiolíticos, asumo. Así que este personaje, interpretado por un actor muy competente, toma pastillas en la mitad de las escenas en las que aparece, y sufre y se desespera como suele sufrir y desesperarse la gente en las películas. Está Karina Jordán, antropóloga forense, quien eventualmente se relaciona con él. Óscar Carrillo interpreta a un pescador de dicción impecable. Jesús Delaveux es un engolado presentador de noticias a quien López Arias quiere comprar preguntándole “¿Cuál es tu precio? ¿20 mil, 40 mil, 60 mil? Todo el mundo tiene un precio”.
Tal y como habla la gente en la vida real.
Está, también, el personaje que encuentro más interesante, el utilero del equipo que muere en el accidente: lamento no recordar el nombre del actor pues no tengo una nota de prensa a la mano. Su actuación es muy digna, pienso. Está, también, la maravillosa mirada triste de Pilar Brescia, quien interpreta a la madre de un desaparecido jugador del Alianza Lima en dos escenas que tranquilamente pudieron haberse eliminado. Ella está muy bien. Pero en su personaje no hay humanidad: es, a su manera, una caricatura, y no está integrada en la narrativa. En una de sus dos escenas ella mira por la ventana de su dormitorio y le dice a su hija:
-“No pasa un día sin que espere que tu hermano regrese a la casa diciendo ‘Viejita, ya volví’”
-“Ya han pasado 27 años desde que partió, déjalo ir”, responde la hija.
Esto suena televisivo, o incluso telenovelesco. Regreso al cineasta David Mamet, quien en su libro “Una profesión de putas” afirma lo siguiente: “El propósito del diálogo no es transmitir información acerca del ‘personaje’. La única razón de que la gente hable es para conseguir lo que quiere. Tanto en una película como en la calle, la persona que se describe a sí misma está mintiendo”.
Es una pena que el guion haya recibido tan poca discusión o crítica en una producción obviamente cara como esta. En “F-27” los personajes pueden decir cosas poco realistas como “Nos vemos en dos horas en la morgue”, “Esto te va a costar 20 de los grandes” o gritar “¡Mierda!” ante una frustración (los jugadores de Alianza, en la mejor secuencia del filme, que es la del accidente, gritarán “¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!”).
Me parece que la gente no grita “¡Mierda!” en el Perú. La gente grita “¡Mierda!” en las películas españolas y en las que se hacen en Hollywood. S.E. ú O.
Entonces, siento que hay dos asuntos que pudieron revisarse en “F-27”. Uno de ellos es que el guion no posee capacidad de sugerencia en los diálogos (los personajes hablan de manera irreal, y solo lo hacen para entregar información) y el otro es que la historia presentada es poco creíble o poco desarrollada. En cuanto a lo primero, anotaré que un creador puede hacer lo que le dé la gana con su filme siempre que haya consistencia: una película que busca un registro realista necesita diálogos realistas. Uno puede incluso sentir al editor de este filme tratando de inyectarle vida a su material –esos jump cuts para ilustrar la tensión que atraviesa Óscar López Arias– sin mayor fortuna.
Y eso se relaciona con esta precariedad que encuentro en el desarrollo de la historia. Sin mayor dramaturgia –sin una estructura que defina objetivos claros para los personajes, dificultades para ellos y consecuencias para sus actos– la película se convierte en una seguidilla de ilustraciones o un videoclip. De hecho, la película termina un poco al uso del video institucional, que es intercalando planos “bellos” –esta vez en una playa, con los protagonistas acompañados por emocionados barristas del Alianza Lima– con una canción al uso, digamos que emotiva, mientras una voz en off nos cuenta a los espectadores sobre la lección que se ha aprendido.
Es evidente que hay gran sentimiento puesto en esta película, y que lo sucedido el 8 de diciembre de 1987 es aún doloroso. He aquí un filme con una idea vendedora. Los numerosos hinchas de Alianza Lima le encontrarán algún gusto a “F-27” y, de hecho, la taquilla indica que hay algo aquí que está conectando.
Ese algo, creo yo, está más relacionado con el fútbol que con el cine.
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