En Cartagena hay tantas películas como fiestas. Sales a caminar por la ciudad amurallada y sin proponértelo encuentras una proyección: en la Plaza de la Aduana, en el Teatro Adolfo Mejía o en alguna calle estrecha con casas centenarias en ambas márgenes y vendedores de arepas de queso en las esquinas. Con tantas películas por ver no queda tiempo para el almuerzo, así que una arepa viene bien.
El festival se vive plenamente, la programación inicia a las 10 am, cuando el sol caribeño no azota con tanta fuerza aún, y las proyecciones se van dando hasta la medianoche, en una función especial con un tipo de cine bizarro, violento, con matices de terror y situaciones fantásticas. Películas raras: A girlwalks home alone at night (Estados Unidos), Alleluia (Bélgica/Francia) y Musarañas (España). Esta última producida por Alex de la Iglesia y protagonizada por Carolina Bang. Como para hacerse una idea de por dónde va la cosa.
Un cine más “normal” se presenta durante el día. Existen varias categorías pero, repito, en Cartagena hay tantas películas como fiestas. Al tercer día el cuerpo te pide una tregua, petición que rechazas categóricamente y sigues como puedes. Sin embargo, debes discriminar. Si no queda tiempo para comer, tampoco lo hay para asistir a todas las funciones. Dejas de lado entonces, muy a tu pesar, la muestra de Spaguetti Western, la retrospectiva de Michael Fitzgerald y Raymond Depardon, la sección Gemas (Adios al Lenguaje, de Godard; La sal de la tierra, de Wim Wenders; Timbuktu, de Abderrahmane Sissako; etc.), documentales, los cortometrajes y el noventa por ciento de largometrajes colombianos. Queda para el deleite la competencia oficial de ficción y los tributos a Darren Aronofsky, Pablo Trapero y Kim Ki-Duk, que no es poco.
Al salir de la proyección de Ixcanul varios coincidieron en etiquetarla como la mejor de la competencia. Y con justa razón. La cinta del guatemalteco Jayro Bustamante golpea duro, sobre todo en los momentos finales. La historia se centra en una joven maya cuyo matrimonio ha sido arreglado por los padres. Ella, por supuesto, no está de acuerdo y busca huir con un campesino joven de quien realmente está enamorada, pero no lo consigue y descubre luego que espera un hijo de él. El drama personal de este personaje, sin embargo, trasciende su propia historia y muestra una serie de costumbres y creencias propias de esta comunidad, y la injusticia social que se comete hacia ellos. Aquí radica el logro de la cinta: su tratamiento casi etnográfico y la evidencia de una problemática que, independientemente al país de origen, es similar en cualquier país latinoamericano que vive a espaldas de sus pueblos y lenguas originarias. Finalmente el premio a mejor película de la competencia oficial de ficción (previamente obtuvo un premio especial en Berlín y el de mejor director y película en Guadalajara), no hizo sino confirmar cuan redonda y honesta es esta cinta.
Con 600 millas no pasó lo mismo, aunque su calidad –sobre todo en términos de guión- fuera indudable. La cinta del mexicano Gabriel Ripstein (ganadora en Berlín a mejor ópera prima) no obtuvo premio alguno, pero resultó ser una de las mejores películas del festival. Lo mismo que Gente de bien (ganadora de la última edición del Festival de Lima), del colombiano Franco Lolli, que para muchos se perfilaba como la favorita, sino como película, sí a mejor director, por el arduo trabajo de, primero, casting y luego dirección de actores, que supuso la participación de un elenco mayoritariamente no actoral y devino en un producto sobrio y conmovedor. Por último, la representación peruana en el festival, NN de Héctor Gálvez, no obtuvo los mejores comentarios del público, pues a diferencia de su par guatemalteca, el desenlace no resulta lo suficientemente contundente en relación a la dura realidad que retrata, debido a un guión ambicioso pero con ciertas falencias en su elaboración. No obstante esto, se hizo acreedora del premio a mejor director y es digno de alegría.
Fuera de competencia, adicionalmente, estuvo una peruana más: El elefante desaparecido. Fue una noche de gala en el Teatro Adolfo Mejía, con la presencia de Angie Cepeda, Salvador del Solar y Andrés Parra. Mucho glamour y pocas nueces, a decir verdad. A pesar de la ardua promoción que tuvo la película en el festival, y algunos comentarios positivos que pululaban por las calles de Cartagena, es evidente la pobreza del film de Javier Fuentes. Dentro de los comentarios que pude recibir directamente, muchos coincidieron en un guión con diálogos pobres, acartonados, que no hicieron sino desmerecer el propósito de la historia, restándole atractivo y verosimilitud; una actuación poco convincente, sobre todo de la parte colombiana, y una fotografía que por momentos rozaba lo publicitario.
El festival fue fiesta, cine y calor, mucho calor caribeño. Además de las películas mencionadas, lo más notable: Jauja de Lisandro Alonso y Cavalo Dinheiro de Pedro Costa, ambas de bellísima fotografía; la conversación con Pablo Trapero y la master class bastante zen de kim Ki-Duk -cuando no había que interpretar a la propia interprete-. Lamentablemente mucho cine se quedó fuera, en un festival con una programación tan abultada y una incansable vida nocturna, fue imposible verlo todo. Pero se sintió igual, el espíritu del FICCI estuvo presente en cada una de sus siete fechas, en cada sala de proyección, plaza y bar de noche, para recordarnos que estábamos ahí para celebrarlo todo, cine y rumba.
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