“Asu Mare 2” no me parece mejor que el trabajo previo de Ricardo Maldonado. Al contrario de la opinión generalizada, siento que es menos lograda. Como bien dice Carlos Alcántara, la historia ya no da más, incluso con las licencias biográficas realizadas. Es evidente que no hay más insumos disponibles para una tercera parte, salvo que hubiera un importante replanteamiento, lo que a estas alturas, luego de lo visto, es realmente poco probable. Esa eventual trilogía podría terminar muy mal.
En teoría el relato de Asu Mare 2 es más articulado porque hay más personajes y situaciones, y se les dedica más tiempo y despliegue de producción. Pero el problema es que se resuelven de manera previsible, más cansina que la vez pasada, sin más inventiva que la sucesión de algunos chistes, en un argumento bastante elemental de antagonismo clasista. Y con la presencia disminuida de los roles de Ana Cecilia Natteri y Emilia Drago, que en la entrega original aportaban nervio y simpatía, respectivamente.
Lo que comúnmente se consideró en Asu Mare una interrupción o un estorbo de la narración central, la inserción de fragmentos del stand-up comedy de Alcántara, en mi opinión era un aporte significativo para este tipo de producto. Porque esos trozos de unipersonal, con el hábil manejo escénico del actor, muy cómodo en el escenario, tenían tanta energía y unidad en su breve estructura, que ayudaban a reanimar o encaminar el conjunto del relato, y así fluía medianamente. De hecho, el recurso de un narrador interno que, durante unos minutos, revisa su propia vida y la celebra de forma histriónica, reinterpretándola retroactivamente y compartiéndola con un doble auditorio, es válido y ampliamente más eficaz que la pesada voz en off de otros momentos.
En Asu Mare 2 esa herramienta no existe, y se echa de menos. Faltan esos resortes y el tedio se instala. En una secuencia parece que la idea y hasta el encuadre, prácticamente calcado, salieron de una incidencia recurrente en «Al fondo hay sitio»: la enredada pugna de ambas familias en la comisaría, una locación que, frente a la carencia de entendimiento ciudadano, se presenta como disparatada zona de arbitraje social y definidor de conductas de convivencia. No es que juzgue deleznable el mencionado programa: es irregular, entre esmeros y disfuerzos, y mal que bien se sostiene. Pero se supone que el cine, una película, la pantalla grande, más aún con tanta disponibilidad financiera y expectativa masiva, da la oportunidad de crear algo menos simple y más duradero que la TV, una serie diaria, la pantalla chica cotidiana. Debería trascenderla y no imitarla en su inmediatez y grisura. Pero pido demasiado: justamente el referente “cultural” de la cinta siempre es el mundo de la TV, con presencias reales y simbólicas de sus figuras vigentes o desfasadas, en escenas breves, unas más que otras, incluida la de la reclamante Leslie Stewart.
Hay obras que exigen análisis y aguante anímico al espectador, cuestionando convicciones, conceptos y formas narrativas que conoce. Así fue desde los inicios del cine, en los “registros” de los Lumiére, los portentos de Griffith, la geometría de Keaton, la energía de Eisenstein o el ojo que cortó Buñuel, entre muchos ejemplos. Si el cine, sin dejar de ser una industria del entretenimiento, se convirtió en el gran animador cultural del siglo XX en el mundo y vive de ese prestigio, fue por esa clase de obras que exploran y provocan. Por el lado de la producción destinada al consumo masivo, hay filmes que no plantean exigencia alguna, sino que complacen incondicionalmente a la platea, como Asu Mare 2, que es como ir en mancha a un campamento: sólo hay que relajarse y divertirse. Sin esbozar reflexión alguna sobre la década de los 90, época en que la sociedad peruana llegó a su máxima crispación, entre el terror, la dictadura y la glorificación del individualismo extremo cuyas consecuencias llegan hasta hoy.
Los personajes están congelados en un enfrentamiento atávico, fruto de la discriminación –con Christian Meier envuelto en una tiesa caricatura de malvado– y de la impericia y nobleza de un hombre que siente el rechazo clasista y lucha atropelladamente por ser fiel a sí mismo y pretender a la persona amada. Fuera de esa distancia geográfica y social, pareciera que en esos tiempos no había graves problemas en el país. Sin embargo, no sostengo que Asu Mare 2 obligatoriamente debiera mostrarlos, sólo describo su naturaleza. Porque creo que el cine peruano, efectivamente, debe abordarlos, pero no forzosamente en toda cinta, ya que es función del conjunto de la cinematografía nacional. Por eso necesitamos una producción diversa y numerosa, porque entre todas las películas, con mayor o menor capacidad, se construye el aporte cinematográfico a la identidad cultural del Perú.
Por supuesto, el fenómeno comercial de este filme no sólo radica en la popularidad de su figura estelar y coartífice. Lo que Tondero, la empresa que dirige Miguel Valladares, ha hecho con el díptico de Asu Mare –a diferencia de El elefante desaparecido, que es un proyecto distinto– es adaptar el sistema con el que Hollywood, aun con matices de calidad, copa las pantallas en casi todo el mundo con sus blockbusters: contenido concesivo, autoría impersonal, estilo estándar, marketing apabullante y omnipresencia en las salas. Como una major.
Evidentemente, eso atrae auspicios importantes de la empresa privada. El resultado es que el 9 de abril «Asu Mare 2» fue el único estreno de la cartelera comercial en el Perú, porque ninguna distribuidora quiso salirle al frente, y obtuvo ese día más de 200 mil espectadores, dos acontecimientos absolutamente insólitos en nuestra cinematografía. Hay un aprovechamiento del creciente hábito local de ir al cine, desde la década pasada, y de no ser exigente con la oferta predominantemente estadounidense, que suele elegirse recién ante la boletería. Entonces se razona que si eso funciona con obras extranjeras, lo mismo se podía conseguir con las peruanas, que poseen la ventaja de tener a su disposición a sus protagonistas para la campaña de promoción, que ya no se limita a Lima sino que incluye viajes a diferentes regiones, donde cada vez hay más multicines con toda la nueva tecnología tras décadas de desaparición de la exhibición tradicional.
El hecho de que un filme nacional sea tan exitoso –y en general que actualmente haya más cintas peruanas y con más acogida que hace tres años– no puede dejar de saludarse, porque el desarrollo de la cinematografía incluye la fuerza financiera, logística y mediática para que nuestros estrenos puedan competir con los monstruos de Hollywood. Y ahora Tondero se expande con la coproducción internacional Lusers que ya está empezando su rodaje y se lanzará en octubre. Pero está claro que «Asu Mare 2» carece de interés expresivo, y también que, desde el sector más exigente, la solución no es renegar por la preferencia del público, que tiene derecho de disfrutarlo y es libre de hacerlo. Hay que estudiarlo, comprenderlo y formarlo estratégicamente, dándole contenidos de calidad que pueda apreciar, y así consolidar la natural diversidad del cine peruano. Es un largo camino. Dicho sea de paso, el progreso cinematográfico no sólo pasa por incrementar la producción, sino por muchas cosas más –conservación con una Cinemateca Nacional, promoción con una Film Commission, difusión con festivales, capacitación, etc.–, que requieren una nueva legislación integral y moderna, pero eso es un amplio tema que se puede plantear en otro texto.
* Gabriel Quispe es periodista y cineasta. Productor asociado del largometraje documental Blanquiazul, el sentir de una nación. Presidente del gremio Unión de Cineastas Peruanos (UCP).
(Texto publicado originalmente en Diario 16)
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