“Nada satisface tanto como el exceso” confronta irónicamente Michelle Pfeiffer a Al Pacino, mientras este descansa en un cálido baño de espumas acompañado de su colega y mejor amigo. Y es así como termino de ver Scarface (Caracortada, 1983, de Brian de Palma), muy satisfecho, satisfecho de ver una propuesta arriesgada para su época; atrás quedó la constante “Clasificación X» (mayores de 18 años) de la MPAA y las malas críticas. El tiempo hizo justicia y valoró Scarface como lo que realmente es: una cinta de culto.
“Así que yo procuro mirar atrás, a los orígenes, y desarrollar un tipo de narrativa puramente visual, porque para mí es uno de los aspectos más excitantes de realizar películas y un tipo de arte casi perdido en estos tiempos”. Brian de Palma entrevistado por El Cultural.
Brian de Palma es de los cineastas que se nutren del cine clásico y a la vez no tienen miedo de inventar nuevas formas de narrar. Su fascinación por Alfred Hitchcock con el uso de la pantalla partida en Sisters (1973) y en Phantom of the Paradise (1974); el manejo de grandes escenas de tensión y violencia en la aclamada Carrie (1976); y el uso de la cámara lenta, los primeros planos, la música y los sonidos para generar suspense en la inolvidable The Untouchables de 1987 (cómo olvidar ese fantástico homenaje a El acorazado Potemkin de Eisenstein en la escena del coche del bebé). Todos estos son elementos bien aprovechados en Scarface.
Brian de Palma narra la historia de Tony Montana, un criminal inmigrante cubano que se refugia en Miami y se ve involucrado en el contrabando de drogas llegando a forjar un imperio. El cineasta consigue una gran relectura de los filmes de gángsters de los años treinta, inspirado en el clásico Scarface (1932) de Howard Hawks, llevando a sus personajes de viaje por una espiral de ascenso y demencia, marcados por la codicia, el poder y el amor obsesivo hacia la familia. Lo que resulta interesante en la cinta de De Palma es su cercanía a la película original, aunque con un metraje más largo, mucho más violento y arriesgado. Las diferencias pueden ser atribuidas a los cambios mismos de la sociedad y a la censura cinematográfica de la época, recordemos el famoso código Hays establecido en 1930.
A diferencia de Scorsese y Coppola, cineastas que manejaron el cine de gángsters de raíz italiana en buena parte de su filmografía, no puede decirse que De Palma presente en sus filmes estos personajes de raíces italoamericanas, pero hay un reflejo de esa figura estereotipada en Scarface. Y escribo estereotipada porque desde siempre los norteamericanos sajones se mostraron fascinados ante los italianos considerándolos apasionados, sensuales, exóticos, violentos y con un apego profundo hacia la familia; como sucede con el mismo Tony Montana. El cine sólo terminó por apropiarse de estas figuras y construyó nuevos personajes que se mantienen hasta hoy: la del gángster (Charlie en Mean Streets), el boxeador (Jake La Motta en Raging Bull) y la mujer ruda (Gloria de Cassavettes). El cine de Scorsese, Coppola y de Palma no contribuyó precisamente a cambiar estos estereotipos, por el contrario, los reforzó, pero así gustan.
Lo rico de este cine es que los personajes y sus acciones son atrevidos, no se limitan por nada. El guión, escrito por Oliver Stone, no repara en el lenguaje soez de Montana y sus compañeros, al llamar a los latinos “indios” o a los negros “monos”; y al mostrar una violencia bastante gráfica y grotesca entre disparos, motosierras, y sangre, hecha como para los amantes más asiduos del gore (me incluyo).
En medio de esto cabe resaltar la actuación magnífica de Al Pacino quién dota de matices al personaje de Tony Montana, con momentos explosivos, casi salvajes y otros donde refleja su parte más humana; como aquella escena en la que desiste de asesinar a un hombre que viaja con sus dos niños en el carro. De igual forma Michelle Pfeiffer -quién da vida a Elvira, la novia del mafioso Frank López- dota de sensualidad y espontaneidad a la cinta, representando un in crescendo glorioso hasta llegar a aquel restaurante donde se libera de todo odio reprimido.
Scarface es una cinta obligatoria de ver. Es imposible olvidar a Tony Montana en sus últimos días de gloria aspirando una montaña de cocaína; o aquella escena final, que refleja la glorificación del mafioso y que se disuelve entre aquellas letras finales de pura ironía: “The World is Yours”.
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