«Invierno»: el oficio de vivir (y tratar de salvarse en el camino)


Termino de ver Invierno, la nueva (¿y última?) película de Alberto Fuguet, y algunas ideas me asaltan mientras trato de escribir esto, luego de algunas horas conectado, en atención, en completo silencio.

Pienso, al inicio: ¿Qué acabo de ver? ¿Una novela audiovisual? ¿o más bien una película que intenta ser una novela-río, enorme y llena de personajes y sensaciones?

¿No es lo mismo, al fin y al cabo?

Invierno de Alberto Fuguet
«Invierno» de Alberto Fuguet se estrenó esta semana en Chile. Se presentará en el Festival Lima Independiente el próximo sábado 27.

«Invierno» se presenta como una película coral, centrada alrededor de un personaje, Alejo Cortés, novelista que lanza su segundo libro, y detrás de él, las vidas de quienes lo circundan, como actores principales, secundarios o efímeros. Un circuito de sensaciones, vidas interconectadas y atmósferas (librerías, talleres, cafés, habitaciones).

Si uno ha seguido un poco la trayectoria fílmica y literaria de Fuguet, descubre que «Invierno» es el summum de su obra. Allí están sus temas más intensos y recurrentes. Por ahí pululan los personajes, ficticios y reales, que integran su cartografia creativa.

Una película en tres partes de casi cinco horas de duración de hecho termina siendo una abierta provocación, una declaración de principios y una apuesta arriesgada, que debemos celebrarla. La pregunta que debemos hacernos es ¿funciona completamente?: Yo creo, en líneas generales, que sí.

Con semejante metraje, «Invierno» nunca te agota. De hecho, la vi de un tirón y nunca bajé la guardia, se me hizo entretenida. Sin explosiones ni efectos especiales, al estilo de cuando ves una maratón de series en Netflix, a bordo únicamente de la tensión propia de un mundo donde pasa de todo aunque parezca que no pasa nada.

La primera parte, desde mi punto de vista, arranca lenta. Igual, es necesaria para ir colocando los personajes y los hechos en su sitio, en tono íntimo y mucho detalle. En medio de todo, Alejo Cortés, el antihéroe, es más bien un ser desarraigado, que flota alrededor de la película como un fantasma, como un punto de vista (dominante o no) del que todos hablan, pero nadie tiene idea de su verdadera identidad.

¿Es Alejo Cortés un pretexto para que los personajes de «Invierno» hablen de sí mismos?

En los mejores momentos es que vemos a los personajes, cuestionar o evocar la figura de Cortés. Cuando «Invierno» funciona plenamente, golpea directo al mentón, sacude interiormente, te hace cuestionarte (y cuestionar la moral de lo que estás viendo en pantalla).

Alberto Fuguet siempre ha tenido pericia de relojero para construir atmósferas y transmitirte sensaciones. Esto se comprueba en el segundo episodio, donde hemos dejado la introducción, el ir y venir, nos concentramos en las emociones. El dolor, la búsqueda desesperada y la nostalgia nunca han estado mejor expuestas en toda la filmografía del director que aquí, en este capítulo, en este fragmento importante.

Invierno, Alberto Fuguet

Este triunfo es, claro, porque nos sacudimos de presentaciones y aparecen los seres disfuncionales y quebrados. Y donde el personaje interpretado por Pablo Cerda (un músico medio loser y cargado) muestra su furia, su tono gris, su demoledora soledad.

No sé si es porque me estoy volviendo viejo, pero empaticé más con el personaje de Cerda y sentí mucho más cercano el dolor y la frustración de la hermana de Cortés, personaje interpretado por Katherine Salosny (soberbia, capaz de apuntar en un solo gesto tantos sentimientos). Supongo en esta galería de personajes, a veces tan desiguales, debes tomar partido por alguno de ellos. Sigo pensando igual que Eleonora Cortés (Salosny) y José Quijandría (Cerda) son los personajes más complejos y mejor construidos.

Dentro de su producción más bien austera (con fondos propios de la productora Cinépata), «Invierno» se toma licencias y se la juega (más allá del metraje). Uno de ellos, el tema, en la que «una película de escritores» se desmenuza con interés y sin contemplaciones. La libertad que se vive en la película tiene mucho de nervio narrativo y permite experimentaciones al momento del montaje, o el manejo de los planos, o los diálogos mismos, cargados de ironía, intensidad y crueldad.

Una de las cosas más redondas de esta libertad resulta el uso de la música. La banda sonora que suena, las canciones que se van de modo completo en la película (extraordinario soundtrack, por lo demás, con la presencia de los grupos El mató a un policía motorizado o Marineros, así como el leit motiv melódico de la película, de José Biggs) ayudan a construir un mood íntimo, confesional.

El tercer acto de «Invierno» es una experiencia límite entre el quiebre y la salvación. Hay una exposición intensa de sentimientos. Sabemos que después de esto no habrá vuelta atrás. No todos podrán salir libres ni saldrán vivos. No todos tendrán lo que quieren. El invierno más crudo le toca a cada uno de los personajes. El cineasta no se guarda nada en este tránsito, lo muestra todo, se expone completamente. No necesariamente es perfecto, pero es tan real que conmueve (y asquea un poco, por lo vertiginosa e impúdica).

Fuguet ha señalado que este es un filme sobre escritores y libros. Lo más cercano a una novela; es decir, capta un mundo (su mundo) muy particular. Sin duda lo es. Pero es, sobre todo, una obra «fuguetiana» en el más amplio sentido del término, donde uno encuentra duelo, personajes dañados, la sombra de la muerte, familias disfuncionales, soledad, momentos íntimos y muy crispados. Sobre todo, encuentra personajes (y qué personajes).

Luego de terminar de ver «Invierno», me queda dando vueltas esta frase de «El oficio de vivir», de Cesare Pavese:
«¿Qué otra cosa hacemos al reflexionar sobre el pasado y al complacernos reconociendo en él los signos del presente o del futuro? Esta construcción da en sustancia un significado al tiempo. Y narrar es, en suma, sólo mitologizarlo, huir de él.»

Quizás esta sea la mitología presente en «Invierno»: ser parte de un tiempo que se ha ido creando conforme se han ido creando las películas y libros de su autor. Un acto (compuesto, en este caso, de tres actos) que cierra, quizás no una obra, pero sí una etapa, un estado, un mundo muy particular.


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