Ya están aquí. Más bien, siempre estuvieron, y más de uno ha podido notar su ruidosa presencia en la vida real. A principios de los años 80 el fenómeno llegó a la pantalla grande: Poltergeist, dirigida por Tobe Hopper, la mano detrás de “The Texas Chainsaw Massacre” y producida por Steven Spielberg (¿necesita presentación?).
La historia de la pequeña Carol Anne Freeling (interpretada por Heather O’Rourke) se convirtió en un clásico, tanto por ser un impecable ejercicio de horror como por la supuesta maldición que cayó sobre la película tras su estreno. Las trágicas muertes de O’Rourke (a los doce años, de estenosis), Dominique Dunne (quien interpretaba a Dana, la hermana mayor de Carol Anne) y otros miembros del elenco nos dejó un mensaje: que quizá con las fuerzas desconocidas no se juega.
Más de treinta años después se estrena el remake, producido por Sam Raimi (a quien le debemos la maravilla de “Evil Dead”, 1981) y dirigido por Gil Kenan (Monster House) adaptado a esta época, con Carol Anne (llamada “Maddie” en esta nueva versión) haciendo contacto con fuerzas desconocidas a través de un televisor LED, usando drones para ayudarla a escapar y dejando de lado a la memorable médium Tangina Barrows de la versión original para contactar a una personalidad televisiva (Jared Harris) que afirma ser capaz de liberar a la niña.
Participa también Sam “bajo mi nivel actoral para a estar a tono con esta película” Rockwell, interpretando a un padre de familia desempleado, en un rol totalmente inútil, con cero matices. Completa el cuadro una Rosemarie DeWitt deslucida, que no llega a entablar esa interesante e irrompible conexión madre/hija debido a un desafortunado cambio en el guión, con el cual el pequeño Griffin, el hijo sándwich de la familia, es a quien se le adjudica el protagonismo final.
Al lanzar un remake es inevitable hacer las comparaciones de rigor. Sobre todo si es que es un clásico que el público recuerda con mucho cariño. Y sucedió lo que se veía venir y lo que todos temían: Poltergeist v. 2.0 no levanta vuelo. No logra intrigar, emocionar ni espantar (en ese orden, como sucedía en la primera, donde el verdadero terror sucedía cuando todo parecía regresar a la normalidad).
Muchas escenas son simples copias al carbón de la original, sin aquel impacto que perdura hasta hoy. Cómo olvidar, por ejemplo, la escena donde al parapsicólogo se le empieza a caer la cara, tristemente recreada en esta versión por Rockwell. Claro, no puede faltar un feo payaso (que nadie sabe cómo llegó a esa casa) dispuesto a espantar a la audiencia pero sin saber que a estas alturas, los payasos ya no necesariamente nos hacen reír ni nos asustan.
Este Poltergeist se vale de recursos ya vistos y usados una y otra vez en películas del género: protagonistas arrastrados por fuerzas malignas, vómitos negros, rostros que se transforman de maneras terroríficas. Al final, un predecible e inútil sacrificio, y la tendencia de Hollywood a transformar una maravillosa escena final (la familia entrando al hotel y el padre sacando el televisor del cuarto) en una patética y risible secuencia, un esfuerzo de liberar la tensión que debió construirse en toda la película pero que al final, quedó en solo un esfuerzo. Para el olvido total.
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