E.T. y la nostalgia de ser bueno


Cientos de monstruos, sorpresivas invasiones y extraños encuentros extraterrestres fueron propuestos por el cine de Hollywood, con frecuencia y éxito, a lo largo de la década de los 50. El despliegue de estas fantasías oníricas en torno a la amenaza e invasión de seres distantes, ajenos a nuestro mundo, tiene su origen en los años de terror que se vivieron durante la guerra fría y el consecuente macarthismo. Desde “The thing from Another World” de Howard Hawks (1951), aunque quizás algunos recuerden más la fabulosa “The thing” de John Carpenter (1982); pasando por “When worlds collide” (1951); “The War of the Worlds” (1953), adaptación del clásico libro de H.G. Wells; “This Island Earth” (1955), “Kronos” (1957) y una variedad de títulos más, el cine tanto como la literatura marcaron una tendencia casi mística en la representación de estos seres.

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Sin embargo, el advenimiento más increíble y, al mismo tiempo, el narrado con mayor dosis de ingenio quizá sea el que Steven Spielberg, cineasta criticado y contaminado por factores ajenos a lo estrictamente cinematográfico, ha ofrecido con “E.T. the Extra-terrestrial” (1982), una honesta película llena de amor y esperanza, cuyo hilo narrativo se nutre de las experiencias vivas del propio autor. Se conoce que esta es la película más personal del director como lo ha comentado en varias entrevistas: E.T. es el reflejo de la separación de sus padres, la pureza de la niñez, la praxis materialista del mundo adulto, y a nivel macro, el reflejo de todos los que nos sentimos solos en algún momento y encontramos, en una figura externa, un pequeño refugio para colmar ese vacío.

Desde “Close Encounters of the Third Kind” (1977) ya se perfilaba un juicio de entendimiento y comprensión hacia los seres del “más allá”, este fue, además, el brío de una idea que venía rondando la cabeza del cineasta y que tomó ocho semanas en convertirse en un primer borrador trabajado junto a Melissa Mathison como co-guionista del filme. Ambos narraron magníficamente la historia de E.T, un habitante espacial de aspecto fangoso que, tras una corta excursión a la tierra, pierde la nave de regreso a casa y termina refugiado en el hogar de una familia disfuncional donde vive Elliott (Henry Thomas), un niño de diez años, quien junto a sus hermanos y amigos ayudarán a E.T. a regresar a su planeta burlando a las autoridades que quieren apresarlo a toda costa.

Carlo Rambaldi y sus diseños para E.T.
Carlo Rambaldi y sus diseños para E.T.

E.T. fue diseñado en arcilla por Carlo Rambaldi, quien influenciado por su propia pintura “Women of Delta”, le da una apariencia terrosa y tierna al personaje. Luego se utilizarían objetos mecánicos en los movimientos, así como contratar a personas de talla baja o a un joven que carecía de piernas para usar el disfraz en algunas escenas. La caracterización que le brinda Spielberg encarna un mundo de ternura y humor sano, después de todo, E.T. es como un niño que quiere aprender, ingenuo e inocente, como cuando quiere sanar al hermano mayor porque su disfraz de Halloween consiste en un cuchillo clavado en la cabeza.

Todo ello es reforzado a partir de unas evocativas interpretaciones que, como suele suceder en las películas de Spielberg, corren a cargo de jóvenes o adultos que transmiten inocencia juvenil ante la cámara. Aún recuerdo cómo en “Poltergeist” (1982) Jobeth Williams y Craig Theodore Nelson, los padres de familia, juegan como niños en su habitación imitando al pato Donald o cómo, en el mismo E.T, la madre no puede controlar a los niños, mientras estos sueltan lisuras en la mesa, siempre remarcando ese espacio vacío, esa ausencia de la figura paterna, como aquel momento en que, sin pensarlo bien, Elliott suelta un comentario: papá me hubiese creído.

Un riguroso casting dio inicio a la carrera de una jovencísima Drew Barrymore (6 años) quien a su corta edad, ya tenía un grupo de rock donde tocaba la batería. De igual forma cómo olvidar la increíble audición de Henry Thomas en el papel de Elliott que terminó cautivando a los espectadores. Es imposible no terminar identificándose con alguno de estos personajes o que alguna escena de la película nos remita a nuestra infancia. Después de todo, se presenta como una película en la que los niños marcan una distancia hacia el mundo adulto, ellos se resisten a crecer. Durante el film, el único rostro adulto que se ve es el de la madre Mary (Dee Wallace) que es, en el fondo, como una niña, sufriendo por una relación y eso la reduce a impulsos y a decisiones infantiles. La primera vez que se ve el rostro de un adulto es cuando ingresan los hombres a la casa con traje protector, un tercer acto, la ruptura a ese mundo infantil.

Por otro lado, la propuesta visual, casi poética del film, acompañada por la banda sonora compuesta por John Williams, me resulta fascinante. Spielberg, acostumbrado a generar intriga, nos regala una presentación del personaje con la maestría de una clase de lenguaje audiovisual; es así que las sombras, el palpitar rojo del pecho del extraterrestre, su respiración agitada, y sus sonidos singulares, nos revelan y esconden, a su vez, a un personaje ajeno a este mundo, envolviéndolo en gran misterio. A todo ello, le sumo el ritmo de la edición que agiliza una de las secuencias más memorables del film, aquellas acciones paralelas en las que E.T. realiza travesuras en la casa que afectan a Elliott mientras trata de salvar a unas indefensas ranas.

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Basta recordar los riesgos que Spielberg ha asumido como cineasta al rodar películas como “Artificial Intelligence: AI” (2001), “Schindler’s List” (1993) o la vertiginosa secuencia inicial en “Saving Private Ryan” (1998) para darnos cuenta de su visión sentimental hacia el mundo, reflejada claramente en E.T. Spielberg podrá haber sido criticado muchas veces de maniqueo o infantil, pero no se puede dudar de su maestría en la narración cinematográfica, en su minuciosa puesta en escena reforzada por elegantes movimientos de cámara, en su sensibilidad para cada una de sus historias y en una dirección de arte verosímil en la que elementos sencillos como una bicicleta o una flor, cobran vida más allá de la pantalla, y se quedan en nuestras memorias como recuerdos perdurables.

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Una respuesta

  1. Avatar de Juan R.
    Juan R.

    Es cierto «elementos sencillos como una bicicleta o una flor, cobran vida más allá de la pantalla, y se quedan en nuestras memorias como recuerdos perdurables». Toda la escenificación sirve para dar vida al personaje memorable, ET, y a quienes se acercan a él.

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