Crítica: «La herencia», una cuenta sin fondos


Este año han desfilado varias comedias peruanas por los multicines: El pequeño seductor, Asu Mare 2, Macho peruano que se respeta y el estreno más reciente es La herencia. Todas tienen en su reparto alguna estrella popular proveniente de la televisión, todas apelan a un humor bastante chabacano y todas fallan en su principal propósito: hacer reír.

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La herencia transcurre en la casa de los Bailetti: Alonso, su mamá, su esposa e hijos. Juan José, el apoderado del negocio familiar, llega de visita con un anuncio intempestivo: el abuelo ha muerto y deja una gran herencia por cobrar. De pronto, aparecen dos hijos más del patriarca Bailetti con sus respectivas familias. La condición para que todos puedan cobrar su parte del botín es que pasen juntos el fin de semana.

Lamentablemente, los personajes no pasan de ser meras caricaturas que exageran al máximo los clichés que se espera de ellos: la adolescente pituca que se la pasa todo el día interactuando más con su smartphone que con su familia, el gay afeminado que baila de manera escandalosa y viste plumas y lentejuelas, la empleada rubia y con cuerpo de modelo que sueña con encontrar a su galán de telenovela, la esposa convenida que ningunea a su marido y así sucesivamente.

El director y guionista Gastón Vizcarra (el mismo de El guachimán) opta por un registro exagerado a todo nivel: algunos actores pasan de la gesticulación excesiva al grito destemplado, los colores del vestuario son chillones, un incendio casero obliga a los personajes a meterse a una piscina en la que inexplicablemente llueven baldes de pintura, etc. Esta exageración no tendría que ser necesariamente negativa, pero cuando no se sabe cómo modularla, sólo consigue aturdir.

A nivel técnico, la película exhibe varias fallas y carencias. Los efectos visuales, tanto para la recreación de fuego como para la animación de dos patos, son paupérrimos e inverosímiles. Y el sonido es fatal: está tan mal sincronizado el audio con la imagen que parece como si unos actores de doblaje hubiesen prestado sus voces en post-producción, pero sin el cuidado suficiente como para hacer coincidir sus voces con los movimientos de labios de los actores que vemos en pantalla.

Algunos actores que han hecho buenos trabajos en otras películas u obras de teatro están desaprovechados o mal dirigidos. Claudia Dammert, por ejemplo, interpreta a una anciana que cree que todos los días es Navidad y que prepara a cada rato chocolate caliente. Da la impresión que le hubiesen dado solo dos instrucciones: sonríe todo el tiempo y hazte la tonta.

Christian Ysla, un actor con gran habilidad para la improvisación, está encorsetado en un personaje sin una pizca de creatividad ni carisma, es solo un hombre pisado, al que todos le dan órdenes. Tatiana Astengo, quien logró buenas actuaciones en El destino no tiene favoritos y Contracorriente, aquí se esfuerza en ser tan insoportable que luego no logra transmitirnos empatía en el momento más dramático de la cinta.

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Podría rescatar las buenas intenciones del guion de incluir hacia el final un mensaje integrador sobre la unión familiar, la tolerancia y la aceptación de las diferencias. Pero los cambios en algunos personajes son tan abruptos y forzados, que el mensaje pierde fuerza y, sobre todo, verosimilitud.

La herencia intenta ser una comedia ligera, de enredos y situaciones disparatadas. Pero lo único que consigue es ahogarse en un charco de estereotipos (algunos de ellos hasta resultan ofensivos), situaciones incoherentes e infinitas bromas sobre flatulencias.

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Una respuesta

  1. […] debutó como director en el cine el año pasado con Atacada, y ha actuado en películas como La herencia, “La Gran Sangre” y […]

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