Crítica: «Muerte en los Andes», la delgada línea entre el cine gore y la caricatura


El cine nacional nos sigue sorprendiendo jueves a jueves con sus ya recientemente acostumbrados estrenos en salas comerciales. Esta vez es el turno de Muerte en los Andes, película independiente de terror codirigida por André Ponce y Alexander Ibáñez, un género que junto a la comedia es el preferido por el público peruano.

El filme relata las aventuras de un grupo de muchachos, peruanos y extranjeros, que son llevados con engaños por un grupo de guías turísticos, que en realidad son una banda de psicópatas a las órdenes de un productor italiano que los contrata para que filmen una película de tintes gore. Todo esto teniendo como marco el tan imponente como místico Bosque de Piedras de Huayllay, situado a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar en el departamento de Cerro de Pasco. Una de esas joyas de la naturaleza que tiene nuestro país, muy poco conocida y menos aún visitada, que ha sido muy bien capitalizada por una correcta dirección de fotografía. Debido a las inclemencias climáticas y atmosféricas no debe haber sido nada fácil el rodaje, lo cual es digno de aplauso.

Muerte-en-los-andes-Bosque-de-piedras

Esta producción tiene algunas cosas favorables como el hecho de presentar rostros nuevos y no caer en el facilismo de convocar alguna figura mediática con exposición asegurada. Además de romper ese statu quo de locaciones que, usualmente centralizadas en Lima, se concentran entre el ya clásico distrito de Barranco y la residencial San Felipe. Locaciones que han sido empleadas para decenas de películas e incluso centenas de telenovelas y hasta comerciales. También es interesante ese intento de acercamiento al cine gore.

Pero es acá donde empiezan sus problemas, que son largamente mayores a sus virtudes. Existe una línea muy delgada entre el gore y caer en lo caricaturesco y/o casi cómico. Lamentablemente en este caso se cruza esa línea. La película lejos de hacer sentir miedo al espectador, que es el principal objetivo de cualquier película de terror que aspire a serlo, arranca risas de la escasa concurrencia.

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Lo peor de la película es su inicio, haciendo gala de una edición apurada, desordenada y sin ningún sentido, presentando en una hemorragia de escenas cortas a decenas de personajes que lo único que logran es confundir a los espectadores, lejos de servir como preámbulo de la historia. El sonido es pésimo y la dirección de actores es casi inexistente. De estas actuaciones bastante opacas sólo es rescatable la de Juan Manuel Ochoa hacia el final de la película, pero lamentablemente no alcanza.

El guion es muy limitado, los personajes son frágiles y bastante mal construidos. Además de caer en una serie de lugares comunes como el ya clásico “basada en hechos reales” y esa cámara cómplice, que hace 16 años en la recordada «El proyecto de la Bruja de Blair» marcó un hito, pero que después de cientos de producciones empleando este recurso, ya no marca ninguna diferencia ni sorprende al más inocente de los espectadores.

Estoy seguro del trabajo y esfuerzo de los productores, directores, actores, etc. pero lamentablemente no basta con esto. Muerte en los Andes naufraga en un océano de buenas intenciones.

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