Héctor Abad Gómez se resiste a dejarnos. La extraordinaria historia de este médico y activista por los derechos humanos llega nuevamente al público gracias a Carta a una sombra, documental dirigido a cuatro manos por su nieta Daniela y Miguel Salazar, quienes adaptan con total libertad –y a la vez, con absoluta fidelidad- la novela «El olvido que seremos», escrita por Héctor Abad Faciolince, hijo de Abad Gómez y padre de Daniela.
Conversamos con Daniela y Miguel un día antes de que su película recibiera el Premio del Jurado a Mejor Documental en el 19 Festival de Cine de Lima. Una amena y extensa charla en la que ambos directores se explayan sobre un documental que elige celebrar la vida de un hombre bueno antes que darle voz a quienes se encargaron de arrebatársela.
Miguel, tu relación con Héctor Abad Faciolince (HAF) se remonta a La toma, tu anterior documental. ¿Por qué crees que te ofreció llevar al cine una historia que lo toca tan profundamente?
Miguel Salazar (MS): Realmente no lo sé. Creo que le caí bien y creo también que le gustó «La toma», que vio un trabajo bien hecho, con mucho fondo y reflexión.
Daniela Abad (DA): Yo le había pedido los derechos de «El olvido que seremos» a mi papá para hacer un largo de ficción. Él me dijo que unos holandeses ya le habían ofrecido hacerlo como documental, pero que quería a alguien local en la producción. Coincidió con que Miguel lo contactó para que fuera narrador de «La toma» y a él le pareció que podía confiar en alguien que había hecho una película así. Además, Miguel es una persona que conoce muy bien la realidad del país, que lee mucho y lo había leído a él también, así que iba a ser el respaldo para estos holandeses que no tenían ni idea de quien era.
¿Y por qué no lo hicieron? ¿Los holandeses perdieron interés en el proyecto?
MS: Yo no sé si lo perdieron, pero la relación fue extraña. Yo hice «La toma» con Angus Gibson, un sudafricano que no hablaba español, y fue muy intenso porque entrevistábamos a mucha gente hasta por cuatro horas y yo todo se lo traducía en directo. Aprendí mucho de él sobre el poder de la entrevista porque nunca había hecho un trabajo tan hondo en experiencia humana.
Los holandeses, en cambio, entrevistaban a las tías de Daniela, que estaban llorando, y el director no quería una traducción sino un resumen. Creo que no comprendió el contexto político y la importancia de esta historia para Colombia y Latinoamérica. Él venía de hacer un documental sobre la poeta Wisława Szymborska, una película muy contemplativa y muy diferente a esta. Además tuvo algunos problemas personales que le impidieron cumplir con nuestro acuerdo, así que rompimos la relación. Al tiempo nos reencontramos con Daniela y decidimos hacer juntos la película.
El documental se maneja a dos niveles: el de la familia Abad y uno más grande que abarca el contexto social y político en Colombia. ¿Creen que los conjugaron bien?
MS: Creo que estuvo bien equilibrado. Teníamos la duda de meter más sobre el contexto político, pero podría ser ya muy pesado para el público. El mismo Héctor Abad Gómez (HAG) describe claramente la situación política que llevo a su muerte y es él quien de alguna manera lo cuenta en la película. El cine debe simplificar muchas cosas para que se entiendan. Obvio que si uno ahonda más ya entraría en el tema de por qué lo mataron o quienes fueron…
DA: … y eso ya sería otra película.
MS: Exacto. Esta película celebra la vida de HAG.
Antes que intentar resolver la hipótesis sobre quien lo mató.
DA: Y es que no se sabe. Aunque el año pasado reabrieron el caso.
MS: Y apareció alias “Don Berna”, un tipo que fue sicario de Pablo Escobar y jefe de paramilitares, quien declaró hace dos años que al parecer fue el mismo Carlos Castaño, Jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia, quien lo mató con su propia mano. Pero nosotros adrede no quisimos sacar a los victimarios en la película. Queríamos silenciarlos porque en nuestro país se le ha dado mucha voz a los malos, a los asesinos, a los mafiosos. Hay una telenovela sobre Carlos Castaño, el mayor asesino de la historia de Colombia, que me parece indignante.
DA: No quisimos darles nombres. Como dijo una persona del público, a mi abuelo lo asesinaron no por quien era sino por sus ideas. Y si le das nombre propio a una idea, esta deja de serlo.
¿Reconstruir la historia de HAG es una forma simbólica de hacerle justicia?
MS: Yo creo que sí. Ya el libro hizo que el mundo lo conociera. Cuando lo leí lloré como un niño con la historia de este hombre increíble. Creo que la gente va a salir de la película preguntándose por qué mataron a una persona tan buena y la respuesta es justamente eso, porque era bueno y porque quieren que reine la ignorancia.
¿Las nuevas generaciones conocen menos sobre este tipo de sucesos?
DA: Para mí fue una clase intensiva de historia. Yo no tenía muy claro por qué lo habían asesinado. Sabía que fueron los paramilitares pero nunca había entendido lo que pasaba en la universidad, en las calles, en la sociedad colombiana. Creo que las nuevas generaciones -e incluso la mía, que es mayor- no comprenden tanto ese momento porque no lo vivimos de grandes.
MS: A mí me impresiono lo claro que era HAG describiendo lo que pasó en Colombia porque es un pedazo de la historia que aún es borrosa. Creo que la película aspira a eso: a que tenemos que conocer la verdad para poder hacer la paz.
HAG dejó muchos registros a lo largo de su vida: artículos en la prensa, programas de radio, las famosas cartas habladas que oímos en la película. ¿Esto les facilitó la investigación?
DA: El trabajo de investigación ya estaba todo hecho en el libro. Nosotros trabajamos mucho en la parte de archivo, en encontrarlo y oírlo.
MS: Hubo que escudriñar en estas 80 a 100 horas de cartas habladas y programas de radio. HAG fue atípico porque tenía una conciencia de la memoria: escribía, grababa la voz. Dejó un legado muy grande que nos sirvió de insumo para la película.
DA: El legado de «El olvido que seremos» es que no llegue tan pronto nuestro olvido y creo que el cine y el arte en general buscan eso. Mi abuela tiene noventa años, mis tías no son tan viejas (risas), así que yo quería dejar memoria de la gente que más quiero.
¿Cómo fue la dinámica con ellos en el rodaje? HAF nos dijo que hasta les dieron trago para que hablaran.
MS: Bueno, eso es de familia (risas).
DA: Hubo unas escenas en que mis tías estaban tan borrachas que hablaban durísimo (risas). En las audiocartas pudieron oír la voz de su papá luego de casi treinta años y obviamente eso generó la reacción que buscábamos: una emoción real, viva, que sucedió en el mismo momento en que grabas. La dinámica fue así: Miguel y yo hacíamos las preguntas en un papel, yo las hacía y él me seguía con la cámara y el sonidista.
Un equipo de rodaje muy pequeño.
DA: Fue un buen esquema para lograr esa cercanía.
MS: Se genera una proximidad única. Cecilia, la abuela, no me hubiera hablado a mí en la cama pero sí a su nieta, y con más gente no lográbamos esa intimidad. Nos contaron las cosas informalmente, como si no estuviera la cámara ahí.
¿La familia no había oído las audiocartas por decisión propia?
DA: Hubo una razón técnica: estaban en cassettes y no hay donde escucharlos (risas). Luego de que asesinaron a mi abuelo, mi padre leyó todo lo que tenía que leer sobre él y sacó un libro recopilando sus escritos (Manual de tolerancia). Después de eso, mi abuela guardó todo en cajitas y cuando me las entregaron estaban llenas de polvo, así que digitalizamos las cintas para conservarlas también.
MS: Creo que uno tampoco quiere oír eso. Es doloroso.
DA: Pero luego de la película querían oír más.
¿Cuándo lo vieron ellos por primera vez?
MS: En el Festival de Cartagena.
En donde ganaron el premio del público.
MS: La sala estaba llena y la gente aplaudió como diez minutos. HAF me dijo: “estoy destrozado, no recuerdo nada de las escenas de su muerte. Es muy duro ver esto pero también es bonito saber que estuvimos a su lado acompañándolo y que lo estamos acompañando ahora”.
DA: Salieron mis tías, mi abuela y mi papa al frente. Todos lloraban, hubo una conmoción general. Fue bonito poder regalarles eso, hacerle justicia a mi abuelo y a mucha gente que se ve reflejada en esa historia tan repetida en Colombia.
MS: Yo me enorgullezco de una película donde un padre le dice a su hijo «te amo» y viceversa, donde se expresan sentimientos que se restringen en la sociedad y también en el medio audiovisual, porque no venden.
¿Es cierto que escogieron la foto del afiche porque en ella tu abuelo empuña las rosas “como un arma”?
DA: Estábamos viendo las miles de fotos y una tía me dijo que esa le gustaba mucho porque le parecía que empuñaba las rosas con mucha fuerza. Yo me quede con eso, con la idea de que las rosas eran su arma. El amor a la belleza, a la vida y a los hijos era la forma en que él hacia política, y la película intenta hacer lo mismo desde esos valores tan simples.
¿A dónde va la película ahora?
MS: Estuvo en el Festival de Cine de Medellín y en el Festival Ambulante Colombia por cinco ciudades del país. Ya tuvo su estreno comercial, además.
¿Cómo les ha ido con el público masivo?
MS: Vamos ya ocho semanas en cartelera, muchísimo para una colombiana y encima documental. Llevamos 25,000 personas, que no son los números de los Minions (risas) pero es algo muy bueno. Vamos a salir también en televisión vía Caracol.
DA: Tuvimos un gran apoyo de Caracol. Son los coproductores y fueron de gran ayuda para seguir en cines.
¿Tienen ya un nuevo proyecto conjunto? ¿O por separado?
DA: Sí, un documental sobre mi otro abuelo, el materno. Sonará repetitivo, pero es una historia muy distinta, casi opuesta. Yo lo voy a dirigir y Miguel será el productor.
MS: Yo voy a acabar otro documental sobre mi relación con Ciro Galindo, un campesino a quien conocí cuando su hijo se ahogó frente a mí hace casi veinte años Él es una víctima de la violencia en Colombia y su historia es realmente muy dura.
El tema de la violencia te persigue, sin duda.
MS: Ya llevo dos años haciéndola. Y después necesito hacer una comedia (risas). Igual, hacer «Carta a una sombra» fue muy lindo. Siento que me hice amigo de HAG leyéndolo y escuchándolo, incluso le digo a Daniela que a veces sueño con él, que se ha vuelto como un abuelo al que hasta le consulto lo que hago.
¿Qué es lo que más rescatan de trabajar uno con el otro?
DA: Aprendí muchísimo de Miguel. Yo no estudié documental sino ficción, así que todas las herramientas eran de Miguel. Él es muy bueno haciendo entrevistas, entrando con la gente y generando esa emoción. Fue como una escuela para mí.
MS: Yo encontré a una persona con sensibilidad, gusto, inteligencia y buenas decisiones. Nuestra comunicación fue muy fácil, sabíamos cuál era la historia que queríamos contar y cómo hacerlo. Además nos divertimos mucho y nos hicimos muy amigos.
DA: Tuvimos muchas horas de conversación sobre la película. Y si teníamos alguna duda, volvíamos al libro para ver que pista nos daba.
MS: Y HAF nos dio mucha libertad y confianza para hacer lo que quisiéramos con el texto sin consultarle y hasta meterle tijera a algunas frases.
Hay otra vida que el libro y el documental recuerdan: la de Martha Cecilia, otra de las hijas de HAG.
DA: Es el momento que más me emociono del libro. Yo sabía que tuve una tía que murió muy joven, pero me impacto mucho porque cuando leí la novela tenía prácticamente su misma edad. Encontrar esos casettes con la voz de ella fue súper fuerte y decidimos ponerlos en la peli porque estructuralmente es muy importante por la forma en que afecta al protagonista. Además, Martha es la carátula de «El olvido que seremos». Mi papá me dijo que lo había escrito para su hermana y para su papá, así que nos pareció importante hacer énfasis en eso, en todas las vidas que se recuerdan.
Y es algo más fuerte si tomamos en cuenta que HAG creía que la gente debería morirse de vieja, como dice al final de la película. ¿Esa grabación es suya también?
MS: Tal cual, todo lo dijo él.
Es como si les hubiera ayudado a escribir el guion.
DA: Muchas veces sentíamos que nos decía por donde teníamos que ir. Como dice Miguel, él pensaba mucho en que en algún momento no iba a estar y debía dejar algo para la gente del futuro: sus nietos, sus estudiantes, sus colegas médicos, el país en general. Y creo que lo logró.
¿Quién es para ti tu abuelo ahora?
DA: Este documental fue mi forma de conocerlo. Fue como conversar con él, oírlo opinar, cantar, recitar, verlo en fotos desde chico hasta grande. Lo siento como una persona muy cercana, como si hubiera estado ahí para mí. Ahora podría yo hablar de él y decir que amaba mucho la vida, que era valiente y sincero en todo lo que pensaba y por eso a veces sonaba tan inocente, tan cándido.
Hay una escena del filme que nos llamó particularmente la atención: aquella en que HAF entra a caballo en una iglesia de Jericó, el pueblo natal de su padre.
MS: Fue el efecto del aguardiente a las 10 a.m. (risas). HAF nos dijo que a su abuelo lo excomulgaron por meterse a caballo en una iglesia y se metió también.
DA: Cuando mostramos la película en Jericó la gente se rió y preguntaban lo mismo: cómo lograron hacer eso. No hubo escándalo, por suerte.
MS: Fue totalmente improvisado y en una sola toma, nadie se enteró. Salimos, amarramos el caballo, nos sentamos a almorzar y luego nos fuimos. Menos mal que al caballo no se le ocurrió cagar allí.
Eso hubiera sido algo simbólico, sin duda (risas).
Entrevista realizada por Fátima Toche y Martín Cáceres, el 14 de agosto en el Festival de Lima 2015.
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