Ultimas conversas («Last Conversations») es un magnífico homenaje póstumo al brasileño Eduardo Coutinho. Este documental, que pudimos ver en el Festival de Lima 2015, fue lo mejor de mi año cinemero, sin dudas. El filme presenta una vez más el clásico estilo del maestro Coutinho quien, utilizando solo una serie de entrevistas realizadas con una puesta en escena mínima, logra algo en apariencia sencillo pero que suele tornarse complicado para muchos: obtener una gran dosis de verdad de personajes cotidianos, encontrar sabiduría en personas comunes y corrientes.
En estas conversaciones finales, la ternura, alegrías y tristezas, deliciosas reflexiones en voz alta de los jóvenes entrevistados llegan con tal potencia que el público sonríe, llora, se emociona al unísono con la charla entre Coutinho y sus personajes.
Mediante estos diálogos con jóvenes varias generaciones menores que la suya, el veterano director explora un mundo que le es ajeno, tal como confiesa al inicio del filme, un prólogo que funciona como una suerte de breve making of de la película que está a punto de cobrar vida.
Coutinho ingresa a ese mundo juvenil con curiosidad, con sus preguntas y cuestionamientos que escuchamos fuera de cuadro, y con su cámara que muestra en primer plano el rostro de estas chicas y chicos cuya vida en las favelas no parece opacar sino, al contrario, alimentar sus sueños, aspiraciones y reflexiones sobre la vida humana en general y sobre sus aún pocas, pero muy vívidas experiencias personales.
Este es pues el gran logro de Coutinho, poder conectar de manera tan íntima con sus entrevistados y obtener de ellos confesiones personales muy duras y emotivas unas, tiernas y graciosas otras, todas unidas por una gran carga de veracidad y honestidad.
Decía al inicio que la realización de un documental como este aparenta ser algo sencillo: sentarse con algunos jóvenes en una habitación vacía, poner una cámara y conversar sobre su vida cotidiana. Sin embargo, hace falta alguien con mucho recorrido vital, un experto en las interrelaciones humanas, para lograr encontrar personajes tan únicos como los que vemos en “Ultimas conversas”. Imagino además que debe haber sido necesario un arduo trabajo de investigación, de muchas entrevistas previas con varios candidatos, para poder encontrar el puñado de carismáticos jóvenes que vemos en pantalla. Chicos cuyas historias pueden no ser tan originales pero que logran transmitirlas de una manera tan especial que captan toda nuestra atención, tanto como la de Coutinho.
Solo con un trabajo previo así de riguroso y disciplinado sería posible encontrar, por ejemplo, a alguien como la lindísima niña que vemos sobre el final de la película. Toda su intervención es una delicia, y tanto Coutinho, como su camarógrafo/sonidista y los espectadores compartimos las sonrisas que nos roba con cada respuesta curiosa que sale de su pequeña cabeza. La inolvidable reverencia de despedida de esta niña resulta siendo el cierre perfecto para la filmografía del veterano cineasta, dedicada a filmar y observar el cuerpo humano, y mostrarnos lo que puede transmitir este con o sin palabras de por medio.
Coutinho se despide, sin saberlo, con este filme (concluido de manera póstuma por João Moreira Salles, cineasta y mecenas del fallecido documentalista) demostrándonos una vez más que el cine es humano, el cine es verdad, el cine somos todos nosotros.
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