A diferencia de la Marvel Studios, el rango de los estrenos de la DC Entertainment es considerablemente menor. El primero, desde el 2011, ha tenido, por lo menos, un estreno anual. Mientras tanto el segundo tuvo como recientes estrenos El Caballero de la Noche asciende (2012) y «El Hombre de Acero» (2013). Es decir, en referencia a películas sobre superhéroes realizadas en la actualidad, no hay duda que la Marvel Studios es la que prevalece muy por encima dentro de la industria.
No es, por lo tanto, extraño que tanto la crítica, los medios o el mismo público, se hayan sentido decepcionados ante la reciente entrega de la DC Entertainment en razón, por ejemplo, al escaso humor de sus personajes. O al menos, ese es uno de los argumentos más frecuentes de los variados, aunque coincidentes, pronunciamientos. ¿Es de esperar entonces que todo superhéroe que se enfrente ante una crisis moral deba alivianar sus nervios con un gesto de ironía o gracia? Al parecer, eso es a lo que muchos se han acostumbrado al ver las adaptaciones de la Marvel; consumir comedias sobre superhéroes.
Batman vs. Superman: El origen de la justicia arrastra cierta falencia que también se manifestó en «El Hombre de Acero». Zack Snyder, director de ambos filmes, nuevamente se encuentra atraído por un argumento ostentoso. Su película aspira a tomar distancia ante la trama dependiente de la espectacularidad al querer asumir un perfil introspectivo sobre superhéroes allanados por sus propios conceptos (Superman siendo cuestionado por sus actos benefactores; la egolatría de Batman movida por la venganza). Dicho tratamiento, sin embargo, evoca a lo inconcluso. Ni uno de sus protagonistas principales logra asimilar o reflexionar ante sus propias cuestiones. En su lugar, se dejan llevar por las circunstancias, la que implica a esa inevitable batalla entre dos superhombres. Se abre de esta forma la brecha sensacionalista de la película, la cual reemplaza cualquier razonamiento bien meditado por una lucha que cesa y finaliza mediante un pacto, gracias a un acto fortuito. Hasta entonces se reconocerían dos fragmentos distintos y distantes en el filme. Muy a pesar, y para mal, se suma una tercera parte, en donde se da espacio para los enemigos y héroes invitados. Snyder, una vez más, cede al cine comercial más burdo.
No todo, sin embargo, va en descenso. El discurso del personaje de Lex Luthor (Jesse Eisenberg) es de seguro lo rescatable de la película; un razonamiento que va tomando forma y sentido, al menos hasta para cuando su ejecutor tome las riendas de la situación. Podría decirse que Luthor representa a ese grupo detractor de Superman, aquellos que temen a “eso” que se aparenta invencible y ha sido endiosado.
La premisa dramática de Batman vs. Superman es el gesto de incertidumbre frente a un benefactor casi a niveles mesiánicos. Ante esto, dos posturas toman acción: una política y una subversiva.
La primera es protocolar, la otra es radical. Mientras que los políticos se ajustan a lo que dicta la ley, el maquiavélico Luthor se aferra a su instinto y ambición, reacción que no lo aleja de Batman (Ben Affleck). Ambos ricos y ególatras, se ven indefensos ante la superioridad de Superman (Henry Cavill). Lo único que los distingue son sus excusas para exterminarlo.
Luthor apela a una demanda personal. Batman también, aunque disfrazado por una demanda colectiva. Aquí Batman no está tan lejos de ser un villano, y de no ser por los argumentos de Luthor, quedaría librado de dicha acusación. La historia, en resumen, es la batalla del hombre y el Diablo versus Dios. Batman, sin saberlo, es aliado provisional de Luthor.
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