Pese a haberlo habitado, una vez cruzado el umbral hacia la adultez, el mundo de los niños se nos hace muy lejano. Es como si al crecer nuestra aguda percepción infantil y nuestras creencias fueran borradas de nuestro ser. Sin embargo ¿quién no recuerda la etapa en que creíamos que todo era posible: lo bueno, lo malo y lo realmente inverosímil para el mundo de los adultos? Sobre este tema gira “Buenas Noches Mamá” (Ich Seh Ich Seh, 2014), película austriaca dirigida por Veronika Franz y Severin Fiala, donde el mundo infantil muestra su lado más aterrador. Estuvo pre-seleccionada al Oscar para película extranjera pero se quedó en el camino sin alcanzar la tan ansiada nominación.
“Buenas Noches Mamá” nos muestra a una madre (Susanne Wuest) y sus hijos gemelos Elias y Lukas (Elias y Lukas Schwarz), habitando en una casa que, pese a su amplitud, parece ser demasiado pequeña y asfixiante para tres personas por la tensión existente entre ellas. La identidad de ella nos es casi desconocida: tiene el rostro vendado, una apariencia casi fantasmal y probablemente debido a su estado, también muy poca paciencia. Sólo a través de los niños nos acercamos un poco más a ella, gracias a recuerdos de épocas más felices. Las aventuras infantiles (que ocupan buena parte de la primera hora de la película) la sacan de quicio con facilidad, solo desea tranquilidad para descansar y recuperarse, pero con dos niños y ninguna otra figura en juego eso es prácticamente una utopía. Su fastidio parece ir in crescendo al verse incapaz de dominar a Elías, quien se muestra abiertamente rebelde ante su autoridad. Ambos niños, físicamente iguales, mortalmente unidos, empiezan a preguntarse: ¿qué oculta mamá tras esas vendas? Y una duda terrible surge: ¿es realmente ella? La mente de los niños, siempre en constante y frenético maquinar, no se detiene a la hora de pensar lo peor. Y tras el resentimiento, cualquier sentimiento de empatía (o piedad) es fácil de ignorar.
En este viaje de búsqueda de la verdad, Buenas Noches Mamá se encarga de hacer que el espectador sienta, más que miedo, claustrofobia y repulsión, en muchos casos a través de detalles difíciles de olvidar. Pese a su ritmo pausado, se encarga de enredar al espectador en un juego que dista de ser de niños, haciendo que caiga, de manera cruel, en la duda. Todo eso hace que, pese a su predecible final, sea un interesante ejercicio de horror y una película que definitivamente merezca verse.
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