El rastreador de estatuas me recuerda a la peruana Reminiscencias (2010). Ambos son documentales funcionando a modo de un diario. Estos dialogan en base a las dinámicas de la memoria; esta última, frágil ante el paso del tiempo o a cualquier colapso propio de la naturaleza humana. En las dos películas hay un discurso de la pesquisa. Son filmes que recopilan. Los autores se convierten en coleccionistas de información, sea elemental o secundaria. Es el desvelamiento o la reconstrucción del pasado, en la cual el cine se convierte en cómplice inmediato. ¿Qué diferencia entonces a una de la otra? En el filme del peruano Juan Daniel F. Molero este compendio se circunscribe a un plano personal. Toda la indagación se halla relacionada a un círculo íntimo y familiar. En el caso del el filme del chileno Jerónimo Rodríguez, hay también una motivación personal; sin embargo, este historial se va relacionando a “otros” que son aparentemente impropios.
«El rastreador de estatuas» se inicia a propósito de una coincidencia. La escena de una película desconocida despierta la memoria y la curiosidad del joven director. Lo que sigue es una cadena de búsquedas y despistes, los cuales retrae a este protagonista a nuevas evocaciones. Rodríguez pone en marcha la excursión de un personaje intrigado con hallar una estatua. Su memoria no logra observar con claridad el lugar o la información que, días antes de marcharse de su natal Chile, su padre le expuso. Es mediante esa premisa personal que el protagonista va descubriendo nuevas estatuas y, detrás de estas, otras historias. Esto provoca una reacción en cadena. Como buen detective, este personaje adopta todo tipo de información que caiga sobre sus manos. Cualquier pista le es imprescindible.
Desde una visión antropológica, «El rastreador de estatuas» es un filme que hace un reconocimiento al valor histórico y a sus objetos de preservación, sea desde un video o un mausoleo. Hay, además, una sutil reflexión en referencia a lo arraigado.
Sería erróneo subrayar el tema de la migración debido a que existe una correspondencia (y no enajenación) entre sujeto y contexto, esto a pesar de que el personaje es un forastero dentro del territorio en cuestión. Es el hombre y su naturaleza de adaptación, en este caso, apropiándose de un imaginario. Desde otra perspectiva; es también la perpetuación de la herencia, la no negación de los orígenes, sea familiares o de nación. «El rastreador de estatuas» no solo hace referencias a registros físicos, sino también los mentales e innatos.
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