En La cabeza alta (La tête haute, 2015) se mezcla una serie de dramas que apuntan a la moralidad. A raíz de la reeducación a un adolescente, se desmiembra la rehabilitación de una madre, la redención de un ex rebelde y, además, la obstinación de una mediadora social comprometida con lo que hace. Todo se manifiesta a nivel personal; es la dialéctica del aprendiz rebelde y el educador. Uno se resiste, el otro responde con insistencia. La directora Emmanuelle Bercot desarrolla una trama discreta que se codea con lo trivial, aunque hallando la manera de no tropezar con la fatiga. El joven Malony (Rod Paradot) durante toda la trama se deja llevar por su ira. Es voluble y, por lo tanto, impredecible. En tanto, varios personajes involucrados en la sanación del muchacho giran a su alrededor. No hay más. Los rumores que llegaban de Cannes el año pasado eran ciertos: «La cabeza alta» no es un filme memorable; sin embargo, tampoco exaspera.
Lo atractivo de No es mi tipo (Pas son genre, 2014) es que vemos desarrollar una historia de amor en dos idiomas, a consecuencia de la naturaleza de los implicados. Aquí los amantes son un filósofo y una peluquera. El primero es un citadino con grandes pretensiones académicas; la segunda es la habitante de una localidad rural asociada a una rutina mesurada. A medida de esto, vemos el relato romántico bifurcándose. Por un lado, inclinándose a un romance cerebral y afrancesado; mientras que, por otro lado, haciéndose una evocación al romance edulcorado como el que impartiría cualquier adaptación en Hollywood.
Mientras que un perfil de la trama intenta explicar la personalidad de Clément (Loic Corbery) mediante un lenguaje discursivo y subjetivo, el otro perfil hace lo mismo por Jennifer (Émilie Dequenne) mediante un lenguaje común y objetivo. Clément habla del amor en base a lo que piensan sus héroe filosóficos; Jennifer hace lo mismo en base a lo que dictan las letras de sus canciones pop favoritas. «No es mi tipo» ata estos dos dialectos. El director Lucas Belvaux, citando las palabras de Jennifer (la de nombre tan estadounidense), realiza un “filme francés para disfrutar con palomitas de maíz”. En este sentido, la película tiene esa lógica de crossover; el encuentro de dos mundos distintos, pero que por cosas del destino se unen en un mismo universo y funcionan, aunque provisionalmente. Este filme romántico no apela a una lógica ying yang sobre personas complementándose. Aquí no solo hablamos de personalidades distintas, sino también de personajes practicando un lenguaje distinto. Curiosamente, los momentos en que contemplamos a la relación en armonía es para cuando uno de ellos inserta en su rutina al otro. Muy a pesar, nada de esto es de forma definitiva. «No es mi tipo» por momentos padece por culpa de esa misma volubilidad; sin embargo, conmueve. No hay pues filosofía correcta o efectiva para provocar sentimentalismos.
Caprice (2015) parece ser un filme realizado por un discípulo de Woody Allen. Su historia consta sobre personas enamorándose y también desenamorándose. Sus protagonistas atraviesan por crisis sentimentales, quienes no lo asumen como un evento dramático, sino como una revelación. Hay un juego de la farsa, el fingir una rutina fracturada a causa de la convivencia, del “todo está bien, pero”. El azar, además, es fundamental en este relato. Esta comedia romántica, realizada y protagonizada por Emmanuel Mouret, sin embargo, posee su propia alma. No es hilarante ni tampoco algún personaje padece de neurosis. Sus personajes, en general, son un puñado de románticos que aguardan al amor. Esto implica una sumisión; una factura que cada uno pagará de alguna u otra forma, sea reprimiendo o poniendo en duda sus sentimientos. El final es lo mejor de toda la película. No hay un gran conflicto a consecuencia de ese aparente screwball. Hay, en su lugar, un resumen de todo lo acontecido, y un rezago platónico.
Angélique (Angélique Litzenburger) ha laborado casi toda su vida en un club nocturno. La vejez ahora ha comenzado por hacerle notar que los tiempos de antes ya no son. Los clientes le escasean, salvo por uno; un hombre jubilado que ha optado por ofrecerle una vida de matrimonio. Esto implica estabilidad, abstinencia y todo ese “orden” al que la mujer se había mantenido en raya. Mil noches, una boda (Party Girl, 2014) no es un drama sobre la vejez, la redención, sea con la vida misma o con el círculo familiar. Tampoco es una historia de amor. Esta ópera prima realizada por Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis, es el retrato de una personalidad que es irreversible. Durante la trama, veremos a Angélique forzándose por encajar en su nuevo estilo de vida, y no solo como novia, sino también como madre. De pronto, la convivencia con su futuro marido y la reconciliación con su hija, no han sido propias motivaciones, sino estímulos de segundas personas. «Mil noches, una boda» es la historia de un personaje bostezando entre tanto escenario que apenas le genera estímulos pasajeros. Lastimosamente, eso es lo que de paso también provoca la película.
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