Una mirada a través de “Wik”, “La última tarde” y “El soñador”


Acabado el Festival de Lima, con su vendaval de películas y de conversas con los amigos a la salida del cine, me quedé pensando en las tres películas peruanas en la Competencia de Ficción, Wik, La última tarde y El soñador, y en cómo estas nos ofrecen una mirada a nuestra realidad local desde tres puntos de vista, distantes unos de otros, y al mismo tiempo unidos por algunos otros elementos. Comparto algunos de ellos a continuación:

Los tres vértices

Sandra, Zapa y , son los protagonistas de "Wik".
Sandra, Zapa y Andrés, son los protagonistas de «Wik».

En un extremo tenemos a «Wik» de Rodrigo Moreno del Valle, un relato fresco muy aferrado a lo real, a lo cotidiano, que transita entre lo urbano y lo barrial, donde tres jóvenes de clase media andan por las calles aparentemente sin rumbo, aburridos de la rutina que esta ciudad les ofrece cada día de la semana. Una historia mínima con la que es fácil de identificarse, que transcurre en la pequeña Lima a la que estos patas pueden acceder, con los recursos y oportunidades que tienen a mano. El escaso dinero con el que cuentan les alcanza para moverse solo por los distritos más céntricos, y poco pueden explorar y conocer más allá de la Lima tradicional.

En cambio, «La última tarde» de Joel Calero, aunque también desarrolla su historia en esta ciudad con un acercamiento realista, aborda con gran sensibilidad y espíritu crítico temas de mayor envergadura. “Temas importantes”, diría alguien. Siendo uno de ellos los efectos de la violencia interna en la vida de los peruanos de hoy, y los conflictos que aún siguen vivos en una pareja de cuarentañeros, como reflejo de los violentos enfrentamientos ocurridos en el Perú en décadas pasadas.

Mientras que «El soñador» de Adrián Saba elige otro camino, el del escape de la realidad, el de la búsqueda de sensaciones y atmósferas que nacen en elementos de la Lima real, pero son transformados y modificados por la visión del director (Saba habla de «elevar la realidad»). Calles y avenidas que reconocemos pero que en el filme pertenecen a otra realidad. La película crea, de una manera poco vista en la cinematografía nacional, su propio universo, uno en el que su joven protagonista puede transitar entre la vigilia y el sueño, confundiendo ambos estados y buscando lograr esa misma confusión en el espectador.

Las clases sociales: arriba, abajo, al medio

La-ultima-tarde-Ramon-ataca-LauraUn tema que está presente en al menos a dos de estos filmes es la visión sobre las diferencias entre las clases sociales. “La última tarde” es la que se preocupa más directamente de este asunto, presentándonos a Laura y Ramón, una pareja compuesta por un hombre, originario de Cusco, de clase media baja, y una mujer limeña, de clase alta. Ambos compartieron la vida, ideales políticos y una relación íntima muy intensa, 20 años atrás, logrando salvar sus diferencias sociales para vivir un breve período de felicidad, a pesar de las circunstancias. Reencontrados en la actualidad, a punto de divorciarse legalmente, seremos testigos de cómo esas diferencias de clases que se mantienen bajo la piel (el director habla de una “violencia soterrada pero actuante”), pueden surgir en la forma de un estallido en un momento de crispación de parte de Ramón, o como una punzante chanza de Laura en las aparentemente amistosas conversaciones entre viejos amigos.

En “Wik”, el malestar o disconformidad por el origen de clase social viene de adentro, en particular de uno de los protagonistas, Zapa, al que podríamos considerar un álter ego del director. No solo por el parecido físico entre actor y cineasta, sino también por ser Zapa el personaje en el cual podemos encontrar algunos rastros autobiográficos del director, como el barrio donde vivió de adolescente, o por su extracción social. (Aun si el director afirma que «no se busca juzgar la sociedad como una totalidad»).

Zapa vive con Andrés, su roomate, en un viejo departamento en el límite entre Lince y San Isidro, esa zona de Lima en la que basta caminar unas cuantas cuadras para pasar de los depas más fichos y modernos a las viejas quintas y edificios cuyos mejores años se quedaron en el pasado. Andrés, un chico de clase media, le pide, le ruega, a Zapa visitar aunque sea un rato la lujosa casa de sus padres, ubicado en un distrito de clase alta de Lima (al cual por cierto se accede via el Metro, gracias a la magia del cine de ficción). Zapa se rehúsa, pero finalmente cede volver a su origen, aunque solo soportará estar unas horas en la casa de su familia. No parece ser un sentimiento de culpa el que lo lleva a rechazar su clase, sino una sensación de no pertenencia, un ímpetu por encontrar su propio lugar en este enmarañado social que es la Lima de hoy.

En el caso de “El soñador”, la mirada sobre lo social está aunada con lo racial. Así, en este submundo imaginario, pero con un inevitable germen en la Lima real, encontramos personajes -todos de clase baja- cuyo nivel de marginalidad parece ir de la mano con el color de la piel, apelando, conscientemente o no, al estereotipo del mestizo y el negro como actor predominante en el submundo del lumpen.

Lima, fría, gris y luminosa

La Lima de "El soñador".
La Lima de «El soñador».

Nuestra ciudad es un elemento, una presencia, común en las tres películas. Como decía, en “El soñador”, Saba parte de espacios y lugares reales de Lima (y también de otras locaciones del país), los cuales reconocemos, recordamos y probablemente hemos recorrido, y opta por desarraigarlos, convertirlos en no-lugares, sitios sin nombre que solo existen en el mundo de esa ficción. Espacios como las derruidas construcciones a lo largo del malecón, las mismas que vimos años atrás en Días de Santiago, o el bypass de la Plaza Dos de Mayo, que aquí aparece inusualmente vacío y estilizado, una elección ideal para la secuencia del escape de los motociclistas.

Por su parte, en “La última tarde” y “Wik” los distritos y barrios de Lima son plenamente reconocibles, convirtiéndose en un personaje más. Esto es más notorio en “Wik”, cuya acción principal sucede en las calles del Lince más tradicional, la zona colindante al Parque Castilla, la avenida Arenales, vecina al barrio de Risso, y a la vez a San Isidro, el distrito más exclusivo de la ciudad. En este espacio geográfico, feliz elección de los realizadores, se resume muy bien el dilema interior de Zapa, uno de los protagonistas: si bien él prefiere escapar de la holgura y lujos que le provee el cómodo hogar familiar, y vivir en un pequeño departamento de clase media, la renta de este departamento es pagada por su padre.

La Lima de “Wik” transmite nostalgia, no por una lejana Lima de antaño, sino por una más cercana, la Lima de los años 90. La fotografía y la dirección de arte de la película nos ayudan a tener esa sensación de remembranza, aun si este filme no trata de recrear de manera fidedigna aquella época. A “Wik” la acoge una ciudad iluminada de noche por las luces de neón de los hostales y restaurantes de 24 horas, y de día por el brillo solar que incluso en verano mantiene un inevitable sello gris.

El filme de Joel Calero recorre las húmedas calles de Barranco
en invierno, con una cámara que la registra de manera fluida casi sin cortes, aportando una atmósfera de aparente quietud y cordialidad a los diálogos entre Ramón y Laura, en movimientos coreografiados que permiten sentir algo de la rutina doméstica y barrial de esa zona de Barranco. Los vemos caminar a media mañana, pasando frente a las casas de la calle Cajamarca y zonas aledañas, cruzándose con algunos barranquinos que van sin prisa de acá para allá, algo típico a esa hora del día.

La pareja luego se trasladará a la vecina Miraflores, en la que cambia ligeramente el entorno, subiendo un peldaño en el estatus social. Esto último se hace patente, de manera sutil, en la escena del restaurante: antes de que Laura y Ramón ingresen al exclusivo establecimiento, vemos pasar por detrás una nana en uniforme blanco. Ya estamos en otra Lima.

La nostalgia, la obsesión por el pasado

Chun-Li, You Win!
Chun-Li, You Win!

Esa sensación de añoranza que es notoria en “Wik”, también la podemos encontrar en los otros dos filmes. En la película de Rodrigo Moreno la atmósfera nostálgica, como decía, nos remite a los 90, época que para el Perú significó un pasado para el olvido y que al mismo tiempo fueron los años formativos para los que superamos los 30 años. Aquí cabe preguntarse porqué tendríamos nostalgia por una época tan jodida. Quizá en el destartalado pero entrañables Centro Comercial Arenales, con sus «vicios» de Street Fighter encontremos alguna respuesta.

Durante toda la película, los personajes de “La última tarde” recurren al recuerdo, a la memoria, vuelven a vivir en sus cabezas los años que pasaron juntos, en el pasado, en los años 80. Son flashbacks de una película que solo podemos imaginar, al escucharlos conversar. Este es un ejercicio que abre heridas que no terminaron de sanar, pero que es necesario para comprender nuestras acciones hoy, nuestras reacciones ante la persona de al lado, y poder aliviar en algo esta carga colectiva que llevamos, una carga que Laura y Ramón tenían al empezar la película. La cinta alcanza su clímax nostálgico en la escena del taxi, cuando escuchamos en la radio ese hit de los años 70, «A las puertas del cielo».

En “El soñador”, el feeling nostálgico se hace presente, sobre todo, a través de ciertos objetos y locaciones elegidas, que coquetean con lo vintage: la habitación adornada con muebles antiguos donde Chaplin y Emilia se encuentran, el viejo y carcomido barco donde vive el amigo cachivachero, las construcciones en ruinas junto al mar donde juegan los niños, la casona viejísima del orfanato, que nos hace recordar las locaciones de los filmes ochenteros de Francisco Lombardi.

Las mujeres arriba

Elisa-Tenaud-El-sonadorLa presencia de la mujer es otro aspecto de interés en estos tres filmes. Ya sea como la figura deseada que genera disputas entre los varones, la que provee equilibrio al grupo humano y empuja la acción hacia adelante, o como la contraparte que con punzantes réplicas revive emociones que ya se creían olvidadas.

En “El soñador”, Emilia (Elisa Tenaud) es la bella hermana menor del antagonista de la historia, una suerte de damisela en apuros a quien Chaplin, el protagonista, desea arrebatar de las manos de sus hermanos, los ‘malos de la película’. Emilia, sin embargo, no se quedará esperando a que aparezca su caballero motorizado para rescatarla. Ella trabaja como cuartelera en un hotel de mala muerte, y también como bartender en una discoteca de la avenida Arequipa (aunque como ya dejamos claro, en el universo de “El soñador” no existe tal avenida, aunque sí la música de moda).

Coincidentemente, en “Wik” el personaje de Sandra (Piera del Campo) es también el único del grupo que realmente trabaja, quien tiene un empleo que si bien es informal y mal pagado, le permite juntar algo de dinero para cuando la realidad apremie. Mientras nuestros protagonistas masculinos sueñan despiertos, abren candados, o buscan dinero fácil para ir a la playa, Emilia y Sandra hacen lo necesario para mantener su chamba, incluso soportando los avances de algún gilero, o la metida de mano de un faltoso. A diferencia de “El soñador”, en “Wik” el personaje femenino no es el más débil. Sandra es una más de la mancha y sabe caminar por la línea que separa la rudeza entre los amigos de barrio, y la natural atracción que genera en el sexo opuesto.

La-ultima-tarde-Laura-Katerina-Donofrio2La Laura de “La última tarde” (Katerina D’Onofrio), por otro lado, tiene mayor protagonismo que Sandra y Emilia en sus respectivas películas. Su rol es tan importante como el de Ramón, su contraparte masculina: en el pasado ambos han sido subversivos, viviendo a salto de mata y compartiendo los mismos ideales. La película incluso le da a Laura un mayor peso específico en ciertos momentos de la historia (y aquí debo señalar que algunos spoilers pueden aparecer a continuación, así que estamos advertidos).

Esto se da, por ejemplo, cuando Laura le confiesa a Ramón que decidió abortar un bebé de ambos durante aquellos agitados días, 19 años atrás, justamente cuando se separaron. Él le reclama haberlo dejado fuera de tan crucial decisión, pero es ella la que tuvo que hacerlo finalmente. En esta emotiva escena vemos como Laura tiene por fin, luego de dos décadas, la oportunidad de revelarle este secreto, pasando del nerviosismo inicial, con cierta sensación de culpa, a una comprensible actitud de reclamo por la (involuntaria) ausencia de Ramón en aquel decisivo momento.

Por último, una secuencia al final de la película, me parece especialmente sugerente. Recién divorciados legalmente, Laura es atacada en un nuevo impulso violento de Ramón, dominado por su paranoia, su frustración, y su pena finalmente. Ella llora asustada, él la abraza con fuerza primero para contenerla y luego para compartir su dolor (para “hermanarse”, dice el director). Corte y en la siguiente escena los encontramos juntos, semidesnudos, compartiendo una cama, ella sentada encima de él, con su larga cabellera pelirroja como la figura dominante en el centro del encuadre. Una luz tenue los baña dándole a toda la escena una cierta apariencia de irrealidad, de ensoñación, un momento en el que Ramón y Laura parecen haber encontrado el perdón mutuo, una pequeña, íntima paz.

(Muchas gracias a César Bedón por sus valiosos apuntes en la edición de este texto)

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Una respuesta

  1. Información Bitacoras.com

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