La academia de la musas (2015) se inicia con una incursión a la intimidad académica. Es la imagen que registra a manera documental –objetiva y no interfiriendo– a un profesor y un grupo de alumnos dialogando y debatiendo a propósito de una relectura al poema canónico de Dante. En el transcurso, se reflexiona sobre la poesía y cómo las musas inspiradoras fueron de vital importancia para la producción de los primeros poetas, esos obsesionados con la belleza inalcanzable e idealizada de esa “presencia” distante.
En consecuencia a esto, el público femenino agita la controversia. Se hace alusión a una posición patriarcal por parte del catedrático, postrando además a la mujer como elemento “mitológicamente” pasivo. Se evidencia de esta forma un contraste de posturas entre el docente y una parte de las alumnas. Repentinamente, el contexto cambia. En otro espacio, igual de íntimo, el mismo profesor y su esposa tienen también lo que supone ser una controversia de posturas académicas, pero que adicionalmente parece descender a un plano doméstico.
Es con esta escena que José Luis Guerín pone fin a un largo preámbulo y da inicio a una trama en donde un grupo de personajes femeninos giran en torno al profesor y filólogo Raffaele Pinto, protagonista central en esta historia. La academia de la musas consta en los postulados teóricos puestos en práctica por los personajes. Sus defensas de pronto se ven respaldas –y en ocasiones contradichas– mediante sus acciones y deseos inmersos en un ámbito puramente ficcional.
Guerín, al igual que en otras de sus películas, construye su filme en base a un código discreto. Para ello promueve fronteras endebles, en donde la ficción y el documental interactúan y se confunden mediante un discurso y una trama que revitalizan esa dinámica de lo sugerente. El personaje de Pinto parece concentrar esa incógnita sobre si lo que vemos es producto de una arraigada sapiencia o una farsa. Las líneas entre lo real y lo representando, en tanto, influyen dentro de la historia sobre personajes “solventados” por dobles discursos.
Con «La academia de la musas», así como en Tren de sombras (1997) o En la ciudad de Sylvia (2007), Guerín experimenta y reflexiona en referencia a la relación entre la imagen y la perspectiva del espectador, gestándose a propósito de esta correspondencia una interpretación pragmática o hasta engañosa.
En una secuencia de la trama, una alumna confiesa su obsesión por un amor cibernético que lo rechazó en una cita real. Esta misma, en tanto, no acepta dicho rechazo en consecuencia de las cartas y sonetos compartidos (dentro de un plano virtual) por ese amante. Dichas fuentes, para la mujer, son las pruebas que no solo ratifican una mutua pasión, sino que además acrecienta ese deseo que comienza a escalar a un nivel erótico producto de esa no carnalidad.
Así como los poetas a las musas, esa no presencia evoca a una idealización, que es la falsificación de una realidad. Es la lógica del engaño, la que, por cierto –como el reflejo de los vidrios de José Luis Guerín que alertan esa división entre lo real y lo ficcional–, siempre ha impartido la gran pantalla. El cine como lenguaje de la apariencia.
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