La premisa de «Calichín» tiene potencial. Aldo Miyashiro interpreta a ‘Calichín’ Delgado, un ex futbolista venido a menos, alcohólico, irresponsable y, recientemente, sin un lugar en donde vivir. Una oportunidad se le presenta, sin embargo, cuando el alcalde de un pequeño pueblo en la sierra (Tulio Loza) lo contrata para jugar en su equipo de fútbol de segunda división. Inicialmente la gente tiene fe en él —después de todo, se supone que ha jugado en Europa— pero rápidamente se dan cuenta del mal estado en que se encuentra. El entrenador (Miguel Iza) no le tiene paciencia, y sus compañeros de equipo, incluyendo al talentoso David (André Silva) no logran congeniar con él. Y las cosas se ponen más duras, todavía, cuando su hija (Zoe Arévalo) llegue a su puerta para quedarse a vivir con él por tres meses.
El problema principal de Calichín es que intenta demasiadas ideas al mismo tiempo, como si lanzara cientos de cosas a la pared para ver qué pega y qué no. Comienza como una comedia absurda, pero termina como un melodrama; trata de ser también una historia sobre la paternidad, un romance, una película inspiradora de deportes, e incluso contiene un par de momentos de sátira. Al ser tan ambiciosa pero tan breve, llena de tramas secundarias que nunca son resueltas y personajes pequeños que aparecen y desaparecen por largos momentos a lo largo del filme, «Calichín» nunca llega a cuajar, ni a satisfacer del todo.
El primer acto de la película definitivamente es el más entretenido. La introducción de los personajes del pueblo es pintoresca y graciosa —una sátira política, en la que el alcalde menciona que “contamina pero hace obra”, refiriéndose a la mina para la que trabaja, es una idea que se abandona rápidamente—, y los gags van y vienen con furia para hacer reír al publico. No es nada del otro mundo, pero al menos le permite a uno sentir que ‘Calichín’ será una comedia absurda y graciosa, en donde la mayor parte de personajes serán caricaturas o parodias de estereotipos de película de deportes, y en donde la trama será lo de menos.
No obstante, algo curioso sucede con la presentación del personaje de Norma (la pequeña Zoe Arévalo) y su madre Yálami (Juliana Molina). Tenemos una escena incomodísima (y hasta desagradable, por la carga sexista) en donde esta última muestra su cuerpo en bikini como parte de un cásting de televisión, y la escena en donde Yálami deja a su hija con ‘Calichín’, ella se torna, rápida e inesperadamente, en un mar de lágrimas que no se siente para nada merecido. ‘Calichín’ quiere ser un drama, algo así como un Margarita futbolístico, lo cual no termina de funcionar porque el protagonista jamás fue introducido como un personaje bien desarrollado y realista.
Lo cual no quiere decir que Ricardo Maldonado (director) y César de María (guionista) no hagan el intento. Le cargan sus propios demonios internos a ‘Calichín’, intensifican y dramatizan sus problemas con el alcohol y las mujeres, y resaltan el rechazo que la gente del pueblo comienza a tenerle. Esto hace que las escenas más serias del filme funcionen un poco mejor, pero también le restan energía a la película, convirtiéndola más en una predecible historia de redención —si a estas alturas uno no se ha dado cuenta que la cinta tendrá un final feliz, pues no ha visto suficientes películas— que en una comedia divertida.
¿Qué quiere ser «Calichín», entonces? Pues de todo un poco. Varias tramas secundarias —como las deudas que acumula nuestro protagonista en el bar— son presentadas para jamás ser resueltas, lo cual me da la impresión de que varias escenas de la película fueron eliminadas para que alargar demasiado su duración. El romance entre ‘Calichín’ y la madre de su hija Normita no funciona en lo absoluto; no hay química entre los actores, y su eventual reconciliación no me parece justificada. Además, al final no sentí que ‘Calichín’ se vuelva parte del equipo de fútbol; me hicieron falta escenas en donde interactúe más con sus compañeros, en donde veamos cómo pasan de odiarlo o resentirlo a considerarlo un amigo.
Felizmente el reparto de actores logra inyectarle algo de energía y diversión a la historia. Aldo Miyashiro interpreta bien a ‘Calichín’; tiene una chispa, un carisma muy especial que convierten al personaje es un perdedor adorable en vez de simplemente un perdedor. Guillermo Castañeda hace lo que mejor sabe hacer: hacernos reír. Se le extraña mucho en la segunda mitad de película, cuando esta se convierte en una historia más seria. Miguel Iza está desperdiciado en un rol ingrato y estereotipado (pero definitivamente trata de inyectarle algo de humanidad al entrenador de fútbol); Irma Maury tiene un rol pequeño pero divertido; Tulio Loza protagoniza momentos muy graciosos como el político corrupto del pueblo; Zoe Arévalo es creíble como la hija de Calichín, y Juliana Molina me parece que fue escogida más por su apariencia física que por su talento actoral. No lleva a convencer del todo en las escenas más lacrimógenas.
Poco a poco, el cine peruano está comenzando a establecer un estándar técnico al que toda nueva producción debería aspirar. En este sentido, ‘Calichín’ eleva un poco este estándar. La dirección de fotografía del talentoso Miguel Valencia aprovecha al máximo los paisajes de la sierra, dándole a la cinta un look muy natural, bellísimo —especialmente en los planos más abiertos. En «Calichín» se hace un buen uso de planos con drones; no abusa de ellos, y más bien sirven para desarrollar tensión (como con un excelente plano aéreo del Estadio Nacional) o crear una atmósfera específica. De lo técnico no me puedo quejar para nada; desde la música incidental que complementa muy bien a la cinta, hasta la edición y los efectos de sonido (que muchas veces sirven para complementar momentos de humor), «Calichín» sobresale.
«Calichín» no es una película del todo deficiente; simplemente sufre de síndrome de personalidad múltiple. Es una comedia, pero también un drama, una película familiar, una historia de deportes, y por momentos una sátira. Estos cambios de tono y de intención resultan en una película irregular, que comienza muy divertida, pero que poco a poco se va desinflando, perdiendo energía, y convirtiéndose en algo más previsible. Es una película con ciertas expectativas, y aunque no es un desastre (me hizo reír a carcajadas en varios momentos), definitivamente daba para más.
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