Un viaje a la oscuridad o unas luminosidades en los socavones del cine boliviano
Entre los protagonistas fundamentales de la historia de Bolivia en el siglo XX se encuentran, indudablemente, los trabajadores mineros. El cine boliviano, desde la década de 1960, ha mostrado y, en algunos casos, ha reflexionado sobre este protagonismo y su decisiva dinámica en la configuración social de la identidad nacional. El problema del indio, central en las discusiones políticas sobre la unidad nacional a principios del siglo XX, se complejizó con la emergencia de otro problema, el de la principal fuerza productora del país durante gran parte del siglo pasado, los mineros, sus condiciones de trabajo y su relación con el estado y los gobiernos. Desde Aysa! (Derrumbe), cortometraje de 1965 dirigido por Jorge Sanjinés, hasta las más recientes producciones extranjeras rodadas en Bolivia sobre la vida y el trabajo de los mineros (entre muchos otros, el cortometraje Minerita del español Raúl de la Fuente, ganador del Goya el 2014), los rostros de los mineros bolivianos han ido tomando un semblante, el de la lucha y la urgencia de las reivindicaciones sociales. Así, la injusticia de las condiciones de trabajo y la dureza de una vida cotidiana con los pulmones destrozados han dibujado un retrato social en el que la identidad boliviana se juega entre galerías y mineral de toda ley. Socavones de angustia.
Viejo calavera, el primer largometraje de ficción de Kiro Russo recorre este semblante dado para mirarlo desde otro ángulo. En la producción boliviana que cierra este 2016, la lucha de los trabajadores mineros no se centra ya en situaciones concretas de la historia boliviana (como lo hace El coraje del pueblo, de J. Sanjinés, que reconstruye la masacre de la mina Catavi, en 1942, y la masacre de San Juan, en 1967), ni en la adversidad, por decir lo menos, de las condiciones de trabajo de los mineros en el siglo XXI (como lo hace, por ejemplo, el documental Todos los días la noche, del suizo Jean Claude Wicky). El protagonista de «Viejo calavera» es un minero a quien no le interesa la mina, un joven que, según su tía postiza, parece un mendigo. Elder Mamani ha perdido a su padre y debe dejar las oscuridades de una discoteca del pueblo minero de Huanuni para adentrarse a otra, con casco, ropa prestada y alcohol también. Huanuni en el 2000 y pico es otra mina.
Elder representa una generación que existe en el mundo minero, jóvenes que están abandonados, fuera del sistema. Porque la empresa minera de Huanuni ya no deja entrar nuevos trabajadores hace años. Entonces, en el pueblo minero existen estos jóvenes que han quedado por fuera, sin trabajo.
Para Kiro Russo, estos jóvenes fueron su entrada al mundo de la mina. Desde sus primeros viajes a Huanuni en 2011, cuando todavía no había una idea fijada para el guion de la película, el director comenzó a hacer amistad con estos “locos, supuestamente”. Alcohólico y delincuente, Elder Mamani es una cara poco conocida del mundo minero actual, pero rostro al fin, en el que las tradicionales reivindicaciones sociales de este sector adquieren otro matiz.
El trabajo que hace «Viejo calavera» sobre esta línea histórica de la tradición del cine boliviano hace un fuerte énfasis en el aspecto formal. Cinco años antes de este largometraje, el colectivo Socavon Cine produjo Juku, cortometraje también dirigido por Kiro Russo, en el que el impulso inicial fue la inquietud de filmar la oscuridad.
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“Juku me dio mucha satisfacción a nivel formal, pero discursivamente es un corto fallido. Me parece que, una vez más, se hacía una especie de apología del minero, una representación muy heroica y muy estereotipante del minero. Para Viejo calavera, uno de los primeros retos, desde el guion, fue tratar de romper un poco con este estereotipo”, explica el director. Así, la fotografía en «Viejo calavera» debía trabajar el giro del guion y el enfoque sobre este semblante social del minero boliviano. Además, para el director de fotografía y coproductor del film, Pablo Paniagua, la búsqueda estética significó un reto de producción. “Para mí, es muy importante que este sea el primer largometraje de ficción de Socavon Cine porque ha significado muchos retos, a todo nivel. Desde una economía de recursos, hemos tratado de hacer algo con rigor y con calidad.”
Experiencia de producción y pantallas
La película de Kiro Russo comenzó su exhibición en festivales internacionales en agosto pasado. En el prestigioso Festival de Locarno el jurado le otorgó una mención especial, haciendo eco de la mención que, un año atrás, recibió el cortometraje de Kiro Russo, Nueva vida, en este mismo festival. Otros dos primeros largometrajes bolivianos recibieron el reconocimiento de la crítica FIPRESCI anos antes en Locarno: el 2003, «Dependencia sexual» de Rodrigo Bellott, y en 1968, «Ukamau» de Jorge Sanjinés. En septiembre, en el Festival de Cine de San Sebastián «Viejo calavera» obtuvo una mención otorgada por la Cooperación Española. Casi 30 años antes, en 1989, «La nación clandestina» de Jorge Sanjinés recibió la Concha de Oro. Muchos premios más, recibidos y venideros, quedan para la cinta de Socavón Cine.
Esta lista de premios y exhibiciones en pantallas internacionales puede o no ser interpretada como un termómetro, como una certificación o legitimación de calidad de la cinta e, incluso, del cine que se produce en Bolivia hoy. Caben muchos argumentos alrededor de estas lecturas que, más allá de ciertas o erradas, nos hablan de la importancia de esta película en el panorama actual del cine boliviano y la presencia de este en el mundo. Los premios pueden ir y venir, y pasada la efervescencia, pueden olvidarse también. Lo que quedan son las películas y «Viejo calavera» no es la primera en la producción de Socavón Cine.
El año pasado, Kiro Russo presentó Nueva Vida, su cuarto cortometraje producido con el equipo de Socavón Cine, mencionado por el Jurado de la sección Pardi di domani – Shortfilms del Festival de Cine de Locarno. Esta película consolidó la propuesta formal y narrativa de casi una década de trabajo colectivo. Todo comenzó el 2008, cuando este equipo de realizadores estrenó su primer corto, «Martes de Ch’alla», dirigido por Carlos Piñeiro. El trabajo fue presentado al concurso audiovisual de La Paz “Amalia de Gallardo”, el de más trayectoria a nivel nacional, en el que resultó ganador. Con el dinero del premio, el mismo equipo produjo el segundo cortometraje de Piñeiro, «Max Jutam» (2010). Paralelamente, Pablo Paniagua y Kiro Russo comenzaron a trabajar cortometrajes en colaboración y aparecieron, el 2010, Enterprisse (K. Russo) y Uno (P. Paniagua). Estos cortos comenzaron a exhibirse, primero, en el circuito de festivales y, después, en el casi inexistente circuito alternativo de Bolivia. El 2011 aparecieron, con algo más de comentario local, «Juku», el primer cortometraje interior mina de K. Russo, y el 2013 «Plato paceño» de C. Piñeiro, que cierra su trilogía sobre la muerte y la memoria. A estos cortos se suman, en los últimos tres años, el documental de Miguel Hilari El corral y el viento (2014) y otros cortos de Russo, Paniagua y Gilmar Gonzáles. El equipo humano base de realización de estas películas es el mismo en casi todas. Esta experiencia concreta de producción es la única de estas características hoy en Bolivia que ha configurado no solo una forma de trabajo sino una colaboración formal y estética sólida.
Una película para festivales, una película para el cine
Desde agosto de este año y hasta los primeros meses del 2017 «Viejo calavera» se verá mucho en festivales de cine. Ha ido ganando el prestigio que este medio busca y con el que funciona: reconocimientos, buena crítica, comentarios. Además, no deja de ser menos llamativo el hecho de que este es una película boliviana y Bolivia no se ve nada o casi nada en festivales, grandes o pequeños. En Lima, «Viejo Calavera» es parte de la competencia Transandina de la cuarta versión del Festival Transcinema y se verá el lunes 5 – 9pm en la Sala Robles Godoy y el jueves 8 – 9:30pm en la Sala CCPUCP.
A diferencia de todos los cortometrajes de Socavón Cine, «Viejo calavera» se estrenará además de forma comercial en Bolivia este 8 de diciembre. Pablo Paniagua explica que esta decisión tiene que ver con las condiciones actuales de exhibición de audiovisual en Bolivia. “Las únicas salas que te ofrecen condiciones técnicas para exhibir cine con calidad son las salas comerciales”. Además, se trata de una postura ideológica y política, según Kiro Russo.
Creemos que es muy importante que una película así esté en salas comerciales. Estará algunas semanas compartiendo cartel con Star Wars y creo que el público merece ver una película diferente en las mismas condiciones que una película hollywoodense.
En el pueblo minero de Huanuni no hay cine ni salas adecuadas técnicamente para la exhibición audiovisual. Sin embargo, los productores ya han mostrado la cinta a los mineros y preparan una proyección especial este lunes 5 de diciembre. “Realmente les ha gustado la película, encontraron cosas, se han emocionado, lo fundamental es que han podido experimentar un nuevo lenguaje de forma natural”, explica el director. “Estoy seguro que el cine es 100% para todos, para todos. No hemos hecho esta película para cinco pelagatos en un sótano”.
*Mary Carmen Molina (La Paz, 1987), crítica de cine y gestora cultural, es miembro del Jurado de la Competencia Transandina del Festival Transcinema 2016.
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