[Crítica] «Conciencia sucia», una película de acción serie B pura y dura


Probablemente Conciencia sucia no sea la primera película de artes marciales en realizarse en el Perú —de hecho, han habido propuestas similares hechas en otras ciudades, como El último guerrero Chanka— pero definitivamente esta es la primera en estrenarse comercialmente no de manera limitada, como fue el caso del recordado filme andahuaylino.

Ambiciosa —a pesar de sus limitaciones técnicas y de presupuesto— y divertida, «Conciencia sucia» es una película que claramente ha sido realizada con pasión y esfuerzo. Es imposible compararla con producciones de mayor presupuesto y de factura más “profesional”, pero si se juzga bajo sus propios méritos, tiene bastante para recomendar.

La trama de la película es sencilla y directa, como es usual en este tipo de producciones. El director, coguionista y productor de «Conciencia Sucia», Leonard Ich, interpreta a un joven policía que, junto a su compañero, Gutiérrez, es seleccionado a una división especial de la policía donde conocerán a Mao (Alexander León), un extraño comandante que además de ser muy hábil físicamente, es corrupto y desalmado.

Con su cargo en la institución de jefe general maneja inescrupulosamente un sinnúmero de operaciones dolosas al margen de la ley. La ambición desmedida de Mao hará que los jóvenes policías conozcan su lado más oscuro y trabajen a espaldas de Mao. Convirtiéndose en rivales peligrosos y a la vez en una amenaza latente para los intereses financieros de Mao, se verán involucrados en una inevitable guerra por el poder, llegando a un desenlace realmente inesperado.

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Las referencias de Ich son claras. El novel cineasta, estudiante de Comunicación Social de la Universidad San Marcos y miembro de la selección nacional de Wushu (arte marcial), ha declarado muchas veces que es un gran fanático del cine de artes marciales y los policiales, y es precisamente a esos géneros a los que pertenece «Conciencia Sucia». Es como una mezcla de películas de Jackie Chan o Jet Li con un policial ochentero.

«Conciencia Sucia» está llena de escenas de balaceras y combates cuerpo a cuerpo muy intensos, en los que las consecuencias de cada golpe y de cada balazo son dolorosas y hasta permanentes. Las secuencias de acción con pistolas, aunque filmadas de manera algo amateur, cuentan con planos de balas rebotando en metal, penetrando superficies de cemento, y entrando y saliendo por extremidades y cabezas. La sangre, al igual que el humo que sale de las armas, han sido agregadas de manera digital, y se nota, pero agradezco el esfuerzo realizado por Ich y compañía para que cada una de estas escenas presente estos detalles.

De hecho, a nivel técnico, lo mejor que tiene la película para ofrecer es el maquillaje. Al igual que muchos de los filmes de artes marciales asiáticos, «Conciencia Sucia» es para mayores de 18 años y está orgulloso de ello, por lo que presenta varias heridas de bala, rostros ensangrentados, y cadáveres tirados en el piso y rodeados de sangre. Todo se ve bastante verosímil, lo cual contribuye a la atmósfera realista y oscura que propone la película. «Conciencia Sucia» nos muestra un mundo en el que los villanos se salen con la suya, y en que los héroes no son perfectos caballeros de capa y espada. La corrupción esta por todas partes, al igual que la muerte, las drogas y las armas de fuego.

Pero si hay una razón por la que la mayor parte del público se animará a ver esta película, son las secuencias de combates. Ich, al igual que la mayor parte de su reparto y dobles de acción, es un artista marcial profesional, por lo que cada pelea fue coreografiada y ejecutada de manera muy detallada; esto resulta en enfrentamientos muy verosímiles y emocionantes. La batalla final entre nuestros protagonistas y Mao es particularmente efectiva —se nota a leguas que, a falta de una mejor expresión, los actores se sacaron la mugre frente a cámaras. Es una secuencia larga, brutal y espectacular, la cual sirve como una gran demostración de las habilidades de combate de Ich y sus compañeros.

Sin embargo, y a pesar de todos sus logros, es necesario admitir que «Conciencia Sucia» es una producción amateur y de bajo presupuesto. La mayoría de actuaciones son pobres, los protagonistas son poco expresivos y sus personajes carecen de personalidad. El único que resalta es Alexander León como Mao; se trata de un villano clásico y muy divertido, un hombre sádico al que le gusta reírse de sus oponentes, pelear cuerpo a cuerpo en vez de utilizar sus armas, y en general realizar actos propios de un megalomaníaco archienemigo de James Bond. Es una caricatura, pero funciona.

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La dirección de fotografía es simplemente cumplidora; la película no se ve mal, pero contiene muchos planos oscuros, con grano y hasta desenfocados. La edición está llena de fallas, desde insertos innecesarios y saltos de eje, hasta errores de continuidad.

Lo que sí me sorprendió fue el sonido. Producciones con más presupuesto muchas veces han tenido errores de sonido garrafales (recordemos el terrible sonido directo de Poseídas, por ejemplo). Pero en el caso de «Conciencia Sucia», no sucede esto. El sonido directo contiene pocos errores, y el foley durante las peleas es impecable.

Por más errores técnicos que pueda presentar «Conciencia Sucia», el filme termina cautivando a su público porque se nota que ha sido realizada con mucho cariño y esfuerzo. No se trata de una película hecha únicamente por el dinero, por lo que uno jamás siente que está viendo un producto descartable. La película es divertida y está llena de escenas de acción desgarradoras e intensas, tanto así que las secuencias de diálogo e interacción entre personajes sufren a comparación.

«Conciencia Sucia» es cine B puro y duro. No va a ganar ningún premio por su dirección ni sus actuaciones ni sus cualidades técnicas, pero no fue hecha para eso. Fue hecha para que el público pueda disfrutar de combates mano a mano bien coreografiados, y para adentrarnos en una historia oscura pero con una lección bien definida. El final de la película es de los más inesperados; no sé si me convenció del todo, pero al menos demuestra que Ich tenía una visión muy clara e hizo lo que quería. «Conciencia Sucia» puede jactarse de ser, al menos, un gran ejemplo de libertad creativa que pocas veces se ve en el cine peruano.


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