«Elle», de Paul Verhoeven: Una crítica en clave de humor negro a las sociedades satisfechas del presente


Curiosa decisión de los exhibidores limeños de programar esta notable cinta de Paul Verhoeven en la semana de Navidad. Quizá porque la acción transcurre en esta época del año o por la breve aparición del Papa Francisco en imágenes de televisión. Pero no te ilusiones, estimado lector, desde ya te voy diciendo que –salvo esos detalles– “Ella” no es una película que se asocie con los sentimientos que inspira esta efeméride cristiana.

Por el contrario, el filme se inicia con la brutal violación de una mujer, Michèle (Isabelle Huppert), observada por un gato negro, la cual buscará venganza y al agresor enmascarado a lo largo de las dos horas y pico que dura la película. Se trata de un thriller con episodios de humor negro, los que encajan con la involuntaria ironía de nuestro exhibidor local.

Lo único lamentable es que esta notable película se ofrezca en solo una sala, de precio caro y posiblemente por muy poco tiempo en cartelera; pero el cinéfilo exigente sabrá cómo hacerse de una copia decente en Lima ya que su visionado es obligatorio.

Elle
«Elle», un thriller con espisodios de humor negro.

Aparte de esa faceta “navideña”, el filme despertará el interés de siquiatras, sicólogos y terapeutas, ya que exhibe un mix de diversos comportamientos transgresores y complejas relaciones de dependencia emocional que la protagonista –una mujer madura, dominante y de clase alta– establece sobre su entorno familiar, laboral y amical. Las que se desarrollan a partir del hecho fundacional de la trama, que se repetirá luego como recuerdos, como intención premonitoria de la víctima y como clímax de esta obra.

Los personajes muestran, entre otras disfunciones, brusco cambio de personalidad hacia comportamientos criminales, doble vida y agresión sexual como única forma de satisfacer el deseo, tendencia parricida, infidelidad y al mismo tiempo celos, relaciones de dependencia emocional y material acentuadas, entre otras relaciones atípicas. Pero también, en diversos momentos, búsqueda de relaciones de pareja sin violencia, pedidos de perdón y reconciliación, tolerancia y compasión, entre otras actitudes y comportamientos razonables. De esta manera, Verhoeven construye personajes complejos que le sirven para articular situaciones variadas en torno a la intriga que se desarrolla a partir de la violación.

Pero, como su nombre lo enfatiza, esta película gira en torno a Michèle, una mujer fuerte que ha superado un terrible trauma infantil, asociado a su progenitor, y que se ha convertido en una exitosa empresaria de videojuegos violentos. En su entorno laboral es una jefa exigente y autoritaria, pero justa; y sabe cómo manejar a su personal para conseguir sus objetivos, profesionales o no. Este espacio es importante, pues desde el comienzo vemos cómo la reciente víctima de un ataque sexual supervisa un videojuego donde un dragón penetra hasta el cerebro a una sensual mujer. Con la experiencia adquirida, la protagonista presionará al máximo a sus creativos para que elaboren un producto convincente y vendedor.

Vincent el hijo es, como casi todos los personajes masculinos, débil y vulnerable.
En su entorno familiar, Michèle se muestra celosa pero tolerante con Charles (Charles Berling) su ex marido (y su nueva novia HélèneVimala Pons), al igual que con Vincent (Jonas Bloquet) su hijo casi adolescente (y su esposa, la chillona Josie – Alice Isaaz). El nexo entre ambas esferas es Robert (Christian Berkel) su amante y colaborador laboral, quien tiene sus arrestos pero se muestra cuidadosamente a la defensiva cuando Michèle busca otras opciones. Y no le falta razón, pues en lo que se refiere a sus padres, ella es agresiva y ejerce un poder sicológico intimidante e implacable. En cambio, se muestra amigable e interesada con sus vecinos Patrick (Laurent Lafitte) y Rebecca (Virginie Efira).

De esta forma, dentro de su patrón de dominación y control, la protagonista maneja una variada gama de comportamientos y emociones, de acuerdo a las correspondientes situaciones que le toca cumplir en la búsqueda de su agresor. En algunas ocasiones (como con su madre Irène – Judith Magre) es brutal, en otras es indiferente (como con su vecina Rebecca), seductora (con su vecino Patrick), sincera al punto de reconocer la traición (como con su amiga AnnaAnne Consigny– que la asume), condescendiente (con su ex esposo), proveedora (con su hijo); pero siempre desde una posición de poder y en distintos grados de dominación. La única a la que no puede sojuzgar es a Josie, su nuera, quien es tan dominante como ella, pero solo en su relación con Vincent y aún novata, en comparación con su suegra.

Pero lo que más destaca en este personaje es su comportamiento sexual, que oscila entre el sexo convencional y la exploración de relaciones marcadas por la violencia. En tal sentido, los flashbacks del episodio traumático de su infancia justifican su frialdad emocional así como el establecimiento de relaciones de poder en las que ella no está en situación subordinada. Tan pronto se insinúe esa subordinación a una pareja, ella rompe la relación, incluso corriendo graves riesgos. De allí también su preparación para el esperado enfrentamiento con su agresor.

Este elemento exploratorio está presente incluso en las distintas relaciones que ella ya ha establecido. En algunos casos, planteando desafíos (por ejemplo, a su jóvenes pulpines en la oficina), en otros, midiendo hasta dónde puede llegar emocionalmente en las interacciones (con su ex esposo, su vecino, su hijo y su nuera). Como vemos, no se trata de un personaje de trazos gruesos, sino de sutiles cambios de temperamento, en algunos casos calculados y en otros más bien espontáneos. Y esto convierte a Michèle Leblanc en un personaje fascinante.

Por consiguiente, gran peso de la película reposa en la notable interpretación de Isabelle Huppert, diestra en este tipo de papeles. En el marco de una caracterización fría, la actriz sabe matizarla para transmitir las distintas sensaciones que va develando la protagonista, así como aquellas que la sorprenden y crean la sensación de autoconocimiento del personaje (por ejemplo, la incredulidad ante la situación de salud de su madre y su sorpresa cuando visita a su padre). Su autocontrol no siempre le permite controlar a los demás y algunas de las situaciones que crea, en el momento decisivo, se le escapan de las manos; tanto para lo malo (sus padres) como en lo bueno (la oportuna presencia de su hijo en el clímax de la cinta).

En el marco de una caracterización fría, Huppert sabe matizarla para transmitir las distintas sensaciones que va develando la protagonista.

Se genera entonces una situación de ambigüedad que nos remite a su pasado traumático, conocido, pero no en detalle (en cuanto a su evolución hasta el presente); lo cual nos transmite –como espectadores– la ilusión de estar asomándonos a lo insondable en la personalidad de Michèle, pero también en la de su madre chibolera y especialmente en la de su padre, de fugaz pero siniestra presencia en el filme. Se abren así unas grietas y luego unos abismos sicológicos profundos en los personajes, que cada espectador puede regular emocionalmente a voluntad, y que se proyectan sobre las escenas de la violación que se reiteran en la mente y en la realidad de Michèle. Todo esto cobra vida gracias al talento insuperable de Huppert.

En torno a este hilo conductor se va articulado un esquema de descarte entre los personajes en busca del violador, conducido por la protagonista, pero que luego –descubierto el agresor– evoluciona hacia una ambigua atracción en el marco de las relaciones de poder que ella acostumbra a establecer con los que la rodean.

Este es quizás el giro más inesperado que desafía al espectador. El esquema de pesquisa policial ya estaba desbordado por las relaciones algo disfuncionales de los personajes y sus comportamientos extravagantes. Pero, hacia el final, incluso estos desbordes son superados por el afán de dominación de Michèle sobre su agresor, al que enfrenta en sus propios términos de comportamiento; para, luego, retroceder ante la imposibilidad de una relación convencional en la que ella misma no cree mucho.

El desenlace, una especie de tercera vía en forma de final abierto hacia la reapertura de otro tipo de relación, no deja de sorprender (¡una vez más!) sin dejar de ser extrañamente irónico. Nos devuelve al entorno familiar-laboral –más pacífico–, el cual había sido sacudido por la irrupción de la violencia, y que ahora la protagonista ha resuelto, saldando deudas con el pasado y el presente.

Al examinar este entorno podemos encontrar, grosso modo, dos tipos de relaciones de pareja: las convencionales y las que denominaré atípicas.

Las relaciones convencionales son aquellas en las que aparentemente se sigue el patrón patriarcal del hombre dominante, como son las de Robert y Anna (ambos laboran en la compañía de Michèle) y la de Patrick y Rebecca (sus vecinos). Sin embargo, este tipo de relaciones no están desarrolladas ni muy enfatizadas en el relato, solo hacen parte del entorno social bajo esta característica. Siendo marginales, cumplen dos funciones: 1) establecen un espacio distinto al otro tipo de relaciones y 2) son débiles, se rompen y abonan a la resolución de conflictos planteados en el otro tipo de relaciones.

Las atípicas se pueden subdividir en dos pares. Primero, las establecidas a partir de la diferencia de edad entre sus integrantes: 1) la de Irène (madre de Michèle) y su joven pareja Ralf y 2) la de Charles (ex esposo de Michèle) y Hélène, su novia más joven. Estas relaciones, menos convencionales, sirven para mostrar el lado “amable” y tolerante de Michèle, aunque incluye la negociación de su aceptación a partir de los celos (Charles) y resentimientos (Irène) de la protagonista. Segundo, las relaciones de abierta dominancia femenina en la pareja, como la ya citada de Josie y Vincent, la cual llega a niveles ridículos; y las que Michèle ha establecido y roto en el pasado (Charles), en el presente (Patrick) y, finalmente, la que establecerá al final de la cinta.

Tenemos, pues, un sistema de poder –representado por el tipo de relaciones establecido por Michèle– que subsume a los demás tipos de relaciones posibles, tradicionales o no, convencionales o atípicas, el cual es liderado por una mujer que escoge pareja bajo la condición de ejercer ella el poder. No es un poder absoluto pero sí un poder que se ejerce a costa del otro, un poder-sobre.

Algunos sostienen, por esta razón, que la cinta de Verhoeven es feminista. Lo cual es erróneo, ya que el feminismo busca relaciones equitativas en la pareja y la sociedad, y no del ejercicio del poder por uno de los géneros sobre el otro. Mientras que otros, por esa misma razón (la dominancia femenina), afirman que la cinta es misógina. Esto tampoco es del todo exacto, ya que: 1) la protagonista –mal que bien– se enfrenta a su agresor y consigue que sea derrotado y 2) las víctimas de Michèle no son solo hombres, sino también mujeres. Por tanto, no se puede afirmar que el filme denigre a la mujer o incluso a la protagonista, pese a sus métodos heterodoxos y comportamientos autoritarios. Hay que considerar, además, que –desde un punto de vista dramático– las características del personaje y sus acciones están justificadas por su pasado, que ella enfrenta y resuelve de la única forma que conoce.

Bajo los traumas del pasado y el enfrentamiento del presente, hay una violencia instintiva y nihilista.

El hecho traumático del pasado y el posible (aunque no expuesto) contexto que lo rodea explica el principal problema de la protagonista: su déficit de afecto, que la conduce a la indiferencia emocional. Al mismo tiempo, la superación del trauma la empodera en exceso, al punto que cree que puede quitarle sucesivamente el marido a las dos parejas convencionales, y tener una influencia light sobre el resto de personajes que quedan. Su amoralismo es resultado de estos dos factores, que tienen un origen principalmente individual.

En cambio, su relación con el agresor –que evoluciona de sometimiento violento a rechazo final, con una atracción y relación semi consentida al medio– hay que hurgarla en las capas más profundas de esta historia. La violación inicial debe leerse como una reverberación del suceso traumático infantil, en el que la violencia irracional e inexplicable se asocia con la figura paterna. Por lo que es plausible que la atracción por el agresor sea un intento de entender las razones del padre o de experimentar por sí misma esa violencia supuestamente congénita.

Al mismo tiempo, ella asume la violencia como una opción normal y prioritaria, y llega al borde de asumir la justicia por propia mano: rechaza a intervención de la policía, salvo al final. En esto, ella actualiza este aspecto del comportamiento del padre y le da una proyección social; ya que comunica a su entorno familiar, laboral y amical tanto la violación de la que ha sido víctima como su decisión de no recurrir a la policía. Su opción es desafiante y consciente.

Lo que la película no explica son las razones últimas del abrupto cambio de comportamiento del padre (de tranquilo ciudadano a asesino masivo de personas y animales). De igual forma, el agresor también exhibe esa doble personalidad, solo que de manera recurrente. Y en su relación de pareja, su esposa conoce y acepta su doble vida pese a que va contra todos sus valores. Aquí estamos ante una violencia irracional que combina la pulsión instintiva y el nihilismo social, ya que no hay explicación racional de estos comportamientos. Eso se simboliza en el videojuego que Michèle se esmera en producir como manifestación de lo abyecto.

Es desde este ámbito –instintivo y nihilista– que Verhoeven critica ni más ni menos que a la civilización y la sociedad burguesa, y específicamente a la europea (vemos fugazmente en la tele un Concierto Europeo de la Filarmónica de Berlín); así como a la Iglesia Católica (aquí simbolizada por Rebecca). Michèle es una heroína contemporánea, una empresaria de éxito, cuya mentalidad es maximizar el beneficio y que disfruta de los productos de la alta cultura (música clásica); al mismo tiempo, es un caso de deshumanización en su trato con los trabajadores, los que ya no producen bienes tangibles sino virtuales gracias a la tecnología, así como con el resto de su entorno social.

La crítica al capitalismo contemporáneo se sostiene, a su vez, en la elaboración de productos destinados al consumo masivo que reproducen simbólicamente la violencia, en este caso, contra la mujer; pero con un trasfondo más amplio: el de una violencia primitiva, ajena a la legislación o un sistema de justicia y seguridad. Una violencia restauradora del orden y el equilibrio social, cuya herramienta es la venganza; es este caso, mediante motivaciones individuales, contra su agresor pero también contra sus padres.

Momento de purificación.

Pero lo interesante es que –pese a sus preparativos y acciones de defensa– ella misma no ejecuta físicamente esta venganza, aunque la induce mediante la violencia sicológica (sus padres) o establece las circunstancias que permiten ejecutarla (su agresor). Ella misma es una transgresora del orden social pero a la vez sanciona a otros transgresores que no aceptan sus condiciones. Y su mayor logro es haber creado un entorno que la acepta tal cual es.

Desde un punto de vista audiovisual, la puesta en escena es sencilla y directa. Aunque hay escenas fuertes, el director elude el morbo y se concentra en la exploración de los sentimientos y en la sensación abisal que se abre en varios momentos de la cinta. No solo en la mostración de la ambigüedad de emociones y situaciones, sino también en las brutales declaraciones de la protagonista (por ejemplo, a su madre, a su mejor amiga e incluso a su agresor, antes y después de descubrirlo). Lo que me agrada especialmente son las elipsis, los saltos de tiempo que acortan de tal forma secuencias y escenas que estas van directamente al punto, lo que hace llevadera una película de más de dos horas de duración.

Definitivamente, a Paul Verhoeven le fascinan las mujeres fuertes y dominantes, y le gusta que se salgan con la suya. Pero sospecho que también se solaza con el maltrato a los varones, ya que varios de ellos acaban en situaciones tristes (principalmente el agresor), tratado de saco largo (Vincent, por su madre y su esposa), descartado y separado (Robert) y acogido económicamente por Michèle tras su separación (Charles). De hecho, me parece una debilidad la presencia de este último personaje. Si bien aporta a redondear y a la vez matizar la personalidad de la protagonista, si lo sacamos de la película esta no pierde mucho y quizás no sería tan larga. Salvo que su presencia abone a insinuar un rasgo sadomasoquista en su enfoque sobre la masculinidad por parte del director. Aun así, seguiría siendo una debilidad.

En fin, gran película, provocadora e intensa, con una notable actuación de Isabelle Huppert, acompañada de buenos actores y que no para de sorprender al espectador con situaciones y comportamientos insólitos. A mismo tiempo, constituye una reflexión crítica y por momentos irónica sobre las pulsiones instintivas y la violencia subyacentes en las sociedades satisfechas del presente.

Elle
Francia, 2016, 130 min.
Dirección: Paul Verhoeven
Interpretación: Isabelle Huppert (Michèle Leblanc), Laurent Lafitte (Patrick), Anna Consigny (Anne), Charles Berling (Charles), Virginie Efira (Rebecca), Judith Magre (Irène Leblanc),Christian Berkel (Robert), Jonas Bloquet (Vincent), Alice Isaaz (Josie), Vimala Pons (Hélène), Raphaël Lenglet (Ralf). Guion: David Birke. Fotografía: Stéphane Fontaine. Montaje: Job ter Burg.

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