Esta es una de las películas más hermosas e inteligentes del 2016 y, al mismo tiempo, una de las mejores del realizador español Pedro Almodóvar. Destaca por su sutileza y contención dramática, notables actuaciones consistentes con lo anterior, una estructura narrativa en forma de espiral muy efectiva y su enfoque feminista de un mundo femenino dominado por la culpa.
Contención dramática
Julieta (Emma Suárez) es una mujer cuya hija adolescente, Antía (Blanca Parés), la abandonó sin razón aparente y de la que no sabe nada durante 12 años, pese a sus esfuerzos. Inesperadamente, se encuentra con Beatriz (Michelle Jenner) una amiga íntima de su hija, quien le revela que –también en otro encuentro casual y fugaz con Antía– ella está viva y tiene 3 hijos, pero no puede sacarle más información. A partir de esto, Julieta empieza a escribir una especie de larga carta o diario a su hija contándole su vida para preparar un futuro –aunque incierto– reencuentro. Si ya el episodio es doloroso, vemos por su relato –con sus momentos de felicidad y esperanza– que este ha estado marcado por la pérdida y la culpa.
Lo llamativo en el tratamiento de esta historia es lo poco llamativa –en términos almodovarianos– que resulta. No tenemos protagonistas freaks ni conflictos descabellados de alto voltaje emocional ni mucha acción externa, como en otras cintas emblemáticas de este director. Al contrario, los sentimientos están contenidos y –al igual que las acciones que hacen avanzar el relato– emergen de manera muy sutil y silenciosa. En general, solo después de terminar la película uno advierte la hondura y profundidad de un dolor que, además, ha durado largo tiempo. Especialmente en el caso de Antía, quien no aparece en el tramo final de la película pese a que tendrá un rol fundamental en el desenlace y el sentido total de esta obra.
Sin embargo, hay detalles típicos de Almodóvar que enfatizan puntos importantes de la película, por ejemplo, un fugacísimo personaje freak en el primer encuentro entre Julieta y Beatriz (primer gran giro dramático de la obra), el llamativo traje de la madre de Julieta (simbolizando su mejoría y la queja de la hija por el encierro de su progenitora), las piezas de artesanía erótica que Ava (Inma Cuesta) regala a la protagonista (anticipos de pasadas y futuras relaciones que afectarán decisivamente a Julieta) o la ominosa pintura abstracta, con sus gruesos trazos negros, que sirve de fondo al doloroso episodio en el que Julieta informa a su hija de la muerte de Xoan (Daniel Grao), su padre. Pero, estos elementos son excepciones en el marco de una puesta en escena que se caracteriza por su sobriedad y sutileza.
Esta contención no impide que haya y se mantenga una relativamente leve pero constante intensidad emocional gracias al notable trabajo actoral de Emma Suárez y Adriana Ugarte, el cual se expresa en la fuerza de sus miradas, en la delicadeza de los primeros planos, en el tratamiento intimista de los conflictos que alimentan la culpa introyectada en las protagonistas, fuente de toda esta contención. Y el tratamiento intimista de la propia intimidad; por ejemplo, la escena de amor entre la joven Julieta y Xoan en el tren, o la escena donde Julieta empieza a escribir su especie de diario para su hija y recompone sus fotos rotas apenas unos momentos antes, entre otras. Son énfasis muy puntuales y sutiles que, además, se atenúan por el trabajo de ambientación, por ejemplo, el de la cocina de la casa de Xoan o en los dos muy distintos departamentos de Julieta que apoyan el presente y el relato del pasado de la protagonista. Con esta cinta, desde el punto de vista estilístico, Almodóvar pareciera estar acercándose a un tratamiento más clásico.
Estructura en espiral
Basada libremente en cuatro cuentos de Alice Munro, el director español logra reproducir, en términos dramatúrgicos, lo que es la esencia del estilo de la gran escritora canadiense. En sus narraciones, Munro reproduce una cotidianeidad en la que pareciera que nada pasara pero al final siempre emerge –entre diversos detalles– un sentido poderoso y a veces insospechado. Para lograr el mismo efecto, Almodóvar ha elaborado una estructura narrativa en espiral que se apoya en los datos escondidos. Pero, como en el caso de los grandes creadores, no se trata de meras técnicas o “trucos” narrativos sino de la construcción estructural de sentidos que se apoyan en un gran motor dramático: la culpa; proceso que a la vez apoya esa contención estilística que hemos descrito más arriba.
Al inicio de la cinta, Julieta se preparaba a viajar a Portugal con su novio Lorenzo (Darío Grandinetti), cuando se produjo el ya mencionado e inesperado encuentro con Beatriz, por lo que cambia bruscamente de opinión, se separa del novio, se queda en Madrid y empieza a escribir su carta o diario. Comienza así un extenso flashback que nos traslada a la juventud de Julieta, una profesora de filología, y las vicisitudes de su noviazgo y vida en común con el pescador Xoan, con quien tendría una hija: Antía. Esta vuelta al pasado para contar la historia de la protagonista se apoya en su voz en off (mientras escribe) así como en oportunos insertos que conectan las relaciones entre los personajes, la partida y separación de Antía, hasta el presente de Julieta.
Ocurre, entonces, la despedida de Ava –enferma de cáncer terminal–, la artesana/escultora amiga de Xoan, en la cual ella le confía a Julieta información adicional sobre las circunstancias en las que su hija partió, y donde esta culpaba del destino de Xoan a ella y a su madre; y, posteriormente, se incluiría ella misma. Y luego ocurre un segundo e inesperado encuentro entre Julieta y Beatriz, en el cual ella le amplía lo que en su momento no quiso decirle, es decir, que Antía se había transformado en otra persona: “me daba miedo”, confiesa. Estas dos conversaciones finales contienen nuevos pero más breves flashbacks que completan y explican el caso de Antía.
De esta forma, estamos ante una especie de remolino, en el cual el primer gran flashback sería la onda grande en medio del río, y los encuentros finales con Ava y Beatriz serían las ondas intermedia y final, más pequeñas, pero también más profundas y aún oscuras, en las que la protagonista y su hija están inmersas. Al mismo tiempo, un tramo de la primera gran onda –desde la desaparición voluntaria de Antía en adelante– presenta, en el escalonamiento, un paralelismo entre el sufrimiento de Julieta y ese parte importante de la vida de Antía que aparece en los encuentros postreros de Julieta con Ava y Beatriz.
Este tramo de la vida de Antía, que podría ser –en sí misma– otra película, la conocemos solo por un par de detalles al final, pero basta con eso para que intuyamos lo ocurrido. No vemos nada de la vida de Antía y ni siquiera la vemos a ella durante esos 12 años, pero podemos imaginarla y sentir –como en un espejo del drama de Julieta– su dolor abismal, en lo que sería la versión cinematográfica de ese sentido subyacente que emerge al final de la lectura de varios de los cuentos de Munro. Finalmente, ambas historias –la de madre e hija, marcadas por la culpa, una más profunda que la otra– se acercan sin enlazarse en un final abierto.
Desde un punto de vista audiovisual, destaca también el manejo de la tensión creada por las desconocidas razones de la huida de Antía. El realizador aprovecha –sobre todo en el primer gran flashback– esa incertidumbre y explota la curiosidad y expectativas del espectador, combinándolas con los temas del pasado de Julieta (su relato), dejando para el final las respuestas a esas expectativas. La música –de Alberto Iglesias– cumple con eficacia el soporte a este aspecto de la estructura narrativa, intercalando temas desvalidos y ambiguos, con otros más bien nerviosos; creando así una sensación de cierta inestabilidad que contrasta con la tranquilidad y fluidez –la citada “contención”– que caracteriza la película. De esta manera, la banda sonora aporta un apoyo a los sentimientos de pérdida y culpa que afligen a la protagonista.
Enfoque feminista de un mundo femenino
Así llegamos a otro componente fundamental de esta notable cinta: su enfoque feminista de un mundo femenino marcado por la culpa. El feminismo –que también caracteriza la obra de Munro– se advierte en historias o detalles secundarios de la trama principal, que funcionan como un contexto patriarcal específico del relato. Para empezar, los principales hombres en la vida de Julieta engañaban a sus respectivas esposas (e incluso a ella misma). El padre de Julieta, Samuel (Joaquín Notario), tenía como compañera a Sanaa (Mariam Bachir) la cuidadora marroquí de la recluida madre de la protagonista, enferma de Alzheimer. Xoan se junta con Julieta cuando su esposa está con cáncer terminal y, luego –en el tramo final de su relación–, le confesaría que se acostaba con su amiga Ava.
Este machismo evidente se mediatiza un poco por las circunstancias atenuantes de las enfermedades incapacitantes de Sara (Susi Sánchez), la madre de la protagonista, y la esposa de Xoan, “castigadas” por el azar (como luego también lo sería Ava); sin embargo, fijémonos que quienes enferman y mueren son también mujeres (no varones, salvo uno, pero por imprudente). Y, en todo caso, este destino fatal no anula el hecho de que los hombres tengan el control de la relación y la prerrogativa de tener o mantener relaciones paralelas (de esto solo se salva Lorenzo).
En este contexto patriarcal específico, los conflictos son protagonizados principalmente, alimentados parcialmente, explicados totalmente y finalmente resueltos por mujeres. En la articulación de la trama juega un papel importante Marian (Rossy de Palma), el ama de llaves de la casa de Xoan; un personaje inspirado en la amenazante dama que ejerce esa función en «Rebecca» de Hitchcock. Marian, sin embargo, no gozó de las simpatías de la joven Julieta pero sí las de Antía; y tuvo actitudes de apoyo e intriga con/contra madre e hija en distintos momentos, lo cual haría que la adolescente Antía asuma culpas innecesarias. Mientras que las actitudes solidarias de Ava con Julieta también sugieren un vestigio de culpa por su anterior relación con Xoan, cubierta involuntariamente por dejarle a Julieta “en herencia” a su pareja: Lorenzo.
Como vemos, la culpa tiene un papel preponderante en el universo femenino que muestra Almodóvar en este filme. El realizador le da un mayor peso a este componente antes que a un cuestionamiento del machismo, tema que aparece como trasfondo y que revela un feminismo más bien soft de su parte. El comienzo del relato que Julieta escribe ocurre en un tren donde un desconocido le pide conversar pero ella se aparta; a los pocos momentos el hombre se suicida arrojándose contra el ferrocarril en marcha. La protagonista, que –mientras tanto– ha conocido a Xoan, se siente devastada y culpable. Sin embargo, el pescador le demuestra que el suicidio había sido premeditado y que ella no habría podido impedirlo de ninguna forma.
Luego, ella se culparía por lo ocurrido a Xoan pero, como en el caso anterior, lo superaría hasta que llega la partida de su hija. Esta vivencia de pérdida sería la fuente principal de dolor de la protagonista, pero bajo esta –soterradamente– permanece el sentimiento de culpa, una culpa inexplicable. Hacia el final, cuando llegan las explicaciones, la culpa reaparece al reconocer Julieta “lo poco que sabe de su hija”. No obstante, incluso en ese momento, ella combate ese sentimiento y afirma que “la eduqué siempre en un espíritu de libertad”. En consecuencia, Julieta esta socavada emocionalmente por una culpa soft, pero dilatada en el tiempo, que ella combate y que logra compensar hasta cierto punto con los momentos de felicidad del pasado (relación con Xoan) y del presente (recuperación de la relación con Lorenzo).
No es el caso de Antía. Aunque Ava trata de convencerla que ninguna (madre, hija, ella misma) tienen culpa de nada, y que si la tuvieran ya suficiente castigo habrían recibido, Antía, por el contrario, asigna una parte de culpa a cada cual y ella misma asume su propia culpa. Aquí la culpa no solo afecta al este personaje sino también destruye sus relaciones con su madre y con su pareja. Más aun, la empuja a una institución que eleva como principio espiritual la culpa y encarna una visión patriarcal y hasta misógina de la sociedad. Lo que padece Antía es una culpa hard, concentrada en ella, institucionalizada y extendida hacia las demás. Solo una nueva y terrible intervención del destino la haría recapacitar y entender la sensación de pérdida que sufre su madre. Sin embargo, el desenlace abierto no nos deja conocer si también superará la culpa, como su madre parece haber podido lograrlo.
La película no abunda demasiado en este asunto, solo lo enuncia y deja implícito sus efectos en los personajes. Sin embargo, está claro que la culpa no es intrínseca a la condición de mujer sino que constituye una asunción del machismo –en distinto grado– entre las protagonistas de la cinta. El machismo introyectado en la mente de y mantenido por las mujeres. Es la culpa lo que hace a Julieta disculpar la infidelidad de Xoan y tolerar hasta cierto punto la de su padre. Por otra parte, Antía calla en todos los tonos y jamás explica las razones de su huida, mientras que Julieta se siente cohibida y mediatizada por la culpa, sin valor suficiente para explicarle a Lorenzo el dolor que le aqueja.
De otro lado, los principales hombres en su vida –Xoan, su padre, Lorenzo– son machos soft. Los dos primeros se justifican a partir de las circunstancias, buscan la normalización de situaciones de hecho, son condescendientes y tratan de suavizar el choque; mientras que el tercero es notablemente comprensivo con Julieta, pese a no conocer sus motivaciones. Ella pasa por alto todo esto –lo malo y lo bueno de estas relaciones–, embargada por el sufrimiento causado por la pérdida de su hija, de la que se culpa en gran medida (porque no entiende del todo en qué falló ni tampoco conoce las razones de su hija).
Caso distinto es el de Antía. La culpa la empuja hacia un machismo hard, casi ideológico y su caso representa un ejemplo de machismo radical y autodestructivo, mediante la separación total de sus relaciones pasadas y su conversión hacia una nueva vida, no marcada por la libertad sino por el fanatismo y por la institucionalización –interna (basada en el sinceramiento de la culpa) y externa– del patriarcado. Esta es una película crítica de cómo las mujeres pueden atentar contra su propia libertad, quebrarse e imponerse sentimientos de sufrimiento innecesario. Pero también deja huellas y ejemplos de resistencia a estas emociones negativas descontroladas (la misma Julieta es un caso). Al mismo tiempo, no es una visión maniquea sino más bien compleja y que sugiere un resquicio de esperanza de recuperación para madre e hija. Todo esto hace de Julieta una notable película que puede verse más de una vez para apreciar sus valores cinematográficos y gozar de actuaciones sobresalientes.
Julieta
España, 2016, 96 min.
Dirección: Pedro Almodóvar
Interpretación: Emma Suárez (Julieta Arcos adulta), Adriana Ugarte (Julieta Arcos joven), Priscilla Delgado (Antía Feijoó Arcos niña), Rossy de Palma (Marian), Michelle Jenner (Beatriz, amiga de Antía), Inma Cuesta (Ava), Darío Grandinetti (Lorenzo Gentile), Daniel Grao (Xoan Feijoó), Blanca Parés (Antía Feijoó Arcos adolescente), Susi Sánchez (Sara, madre de Julieta), Joaquín Notario (Samuel, padre de Julieta), Mariam Bachir (Sanaa). Guion: Pedro Almodóvar, basado en narraciones de Alice Munro. Música: Alberto Iglesias. Dirección artística: Carlos Bodelón. Escenografía y decoración: Federico García Cambero.
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