“La Bella y la Bestia” es un tradicional cuento de hadas publicado por primera vez en Francia en 1740. Ha tenido varias adaptaciones cinematográficas, siendo las más relevantes la de 1945, dirigida por el francés Jean Cocteau y la de 1991, que fue la primera versión musical del clásico cuento en manos del estudio Disney. Esta última se convirtió en la primera película animada en ser nominada al Oscar a la mejor película, con lo cual marcó un hito.
Con el afán de explotar siempre alguna nueva mina de oro, Disney encontró en esta década una nueva estrategia comercial que le ha reportado lucrativos logros en la taquilla mundial: la adaptación de sus clásicos animados en versión live action (con actores de carne y hueso). Después de “Alicia en el país de las maravillas”, “Maléfica”, “La Cenicienta” y “El libro de la selva”, ahora es el turno de “La Bella y la Bestia” de pasar de la animación a la acción real, con resultados satisfactorios hasta cierto punto, pero también algunos aspectos decepcionantes.
El argumento es ampliamente conocido. Un príncipe (Dan Stevens) ha recibido un hechizo que lo ha convertido en una imponente bestia y solo puede volver a su forma humana si encuentra el verdadero amor. Una chica llamada Belle (Emma Watson) llega a su castillo buscando a su padre Maurice (Kevin Kline), quien fue encerrado por la Bestia tras robar una rosa de su jardín. Belle se ofrece a tomar el lugar de su padre y se queda a vivir en el castillo.
Pronto, Belle descubre que la mayoría de objetos del castillo han cobrado vida, pues también fueron víctimas del hechizo. Mientras ella aprende a convivir con la Bestia, Maurice regresa a su pueblo e intenta convencer a sus vecinos de que lo ayuden a rescatar a su hija.
Esta versión live action agrega nuevas escenas e incluso canciones que no estaban en la versión animada. Esto permite conocer más la historia previa del príncipe o ahondar más en el pasado de la madre de Belle. Sin embargo, este afán de estirar más el argumento produce cierta fatiga ya que la película se extiende innecesariamente más allá de las dos horas de duración.
El director Bill Condon cuenta con buenos antecedentes en el cine musical: escribió el guion de “Chicago” y dirigió “Dreamgirls”. Esa experiencia le sirve para filmar con un buen sentido del espectáculo algunos de los números musicales, especialmente el de “Be Our Guest”, en el cual Lumière (voz de Ewan McGregor) le da una cálida bienvenida a Belle al comedor del castillo. Esa escena cargada de brillo y dinamismo es el punto más alto de la película, ya que la clásica canción compuesta por Alan Menken cobra una nueva vida al combinarse con los fuegos artificiales de los efectos visuales que animan a los objetos, utensilios y alimentos.
Otro número musical que ha ganado puntos en esta adaptación es “Gaston”. La escena funciona bien al explotar la irresistible soberbia de Gaston (Luke Evans) y al mismo tiempo, mostrar el apoyo incondicional, casi convertido en devoción, que tiene hacia él LeFou (Josh Gad). Aunque LeFou ha sido anunciado como el primer personaje gay de Disney, este aspecto es más bien sugerido y nunca es abordado explícitamente, sino a través de humor e ironía.
En los papeles protagónicos, Emma Watson y Dan Stevens están correctos, pero no llegan a ser del todo convincentes, especialmente en las escenas de canto. Parecen estar atrapados en un hechizo que les impide transmitir mayor emoción y desarrollar todo el potencial que les ofrecen los conflictos emocionales de sus personajes. Incluso llegan a ser opacados por los objetos parlantes del castillo.
Entre estos objetos destaca nítidamente el magnífico trío conformado por Ian McKellen (el reloj Ding Dong o Cogsworth en la versión en inglés), Emma Thompson (la tetera Mrs. Potts) y Ewan McGregor (el candelabro Lumière). Aunque durante la mayor parte del metraje solo podemos oír sus voces en lugar de verlos en persona, los tres logran crear personajes divertidos y carismáticos, con los cuales resulta fácil identificarse.
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Junto a ellos, destaca el fastuoso diseño de producción, que se luce en la recreación de los exteriores e interiores del castillo, así como el elegante diseño de vestuario, especialmente en los trajes de gala que usan los protagonistas para la escena del baile.
Alan Menken, quien compuso la música y las canciones de la versión animada de 1991, ha aportado tres nuevos temas a esta adaptación, siendo el más memorable “How Does A Moment Last Forever”, el cual suena más de una vez durante la película, pero su mejor versión es la que interpreta Céline Dion en los créditos finales.
“La Bella y la Bestia” es una adaptación que llega a ser encantadora en algunas escenas musicales, pero que no logra capturar la misma magia de la versión animada. Le sobra atractivo visual y destreza técnica, pero le falta sentimiento a la pareja protagonista.
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