«A fines de los años 80, un grupo de jóvenes limeños compiten para ser la mejor nueva banda de rock peruano. La competencia los forzará a salir de su burbuja privilegiada, conocer la otra cara de su ciudad y enfrentarse a los problemas de un país en conflicto. Los himnos del rock peruano los acompañarán en este viaje a la adultez, en el que vivirán romances y aventuras, y la música será el mejor antídoto para no perder la esperanza”. Eso es lo que promete la sinopsis de «Av. Larco, la película» en los anuncios de los cines.
Como quizá sepan, esta película está basada en una obra de teatro del mismo nombre, un musical escrito por Rasec Barragán, joven y talentoso guionista coescritor de la telenovela más vista del país “Al fondo hay sitio”; obra que dirigió Giovanni Ciccia, destacado y multifacético actor nacional. No llegué a ver dicha obra impulsada también por la productora Tondero, pero decidí comprar mi entrada al cine cuando me enteré que la adaptación había caído en manos de Javier Fuentes-León («El Elefante Desaparecido», su segunda película, me dejó gratamente sorprendido) y estaba dirigida por Jorge Carmona del Solar, joven director que ha trabajado mucho en publicidad y que se nota –en este caso para bien- en sus documentales y películas, entre las que destaca esa joyita llamada Q’eshwachaka «El Puente Dorado».
Empecemos por lo bueno de «Av. Larco» que, lamentablemente, no es mucho: los actores están muy bien, unos mejores que otros, ayudan a mantener en pie la película, destacan especialmente las chicas que intentan ser un poco más que elementos decorativos de la trama y que el guión no les da espacio para crecer. Y no es que los personajes masculinos tengan un gran desarrollo protagónico, en realidad estos se quedan en esquemas o pincelazos sin profundidad. Pero al igual que las chicas, los actores intentan todo el tiempo romper, aunque sea un poquito, el corsé del cliché y la impostación.
Me gustaron algunas puestas en escena donde el arte se luce como en «Más poder» de La Sarita, esa carceleta digna de «The Green Mile» está muy bien, pero no tiene nada que ver con la carceleta de la DIRCOTE de aquellos años, en donde caímos algunos por defender ideales o hacer chongo. Las calles de Miraflores en la interpretación de «Av. Larco» de Frágil están excelentes pero notemos que ahí sí vemos las calles de Miraflores, a diferencia de las de El Agustino, que no son las calles de El Agustino pero bien pretenden serlo, cuando se interpreta «Triciclo Perú» de Los Mojarras. Los cameos más divertidos, los de Dulude y ‘Tavo’ Castillo. Se nota que hay un gran esfuerzo por contar una historia desde un género tan especial e inusual como el musical.
Ahora viene lo malo de la peli: el argumento es elemental y obvia explicar -como en muchas otras historias sobre el conflicto armado que vivimos los peruanos en los años 80- el origen de la violencia y cómo iba carcomiendo las mentes de individuos y sociedades. De hecho, el rock nuestro que se hacía entonces no estaba excento de esta tensión. De ahí que me llamara la atención la promesa de la sinopsis cuando estos jóvenes rockeritos deben “salir de su burbuja privilegiada, (para) conocer la otra cara de su ciudad y enfrentarse a los problemas de un país en conflicto». Sin embargo, todo lo que vemos en la película está ‘blanqueado’ (desde los personajes hasta las tramas), suavizado, todo es muy lindo, muy trabajado, muy bien iluminado. Lo «subte» es un encuentro de amigos de barrio, todos son «buena gente», no hay tensión, no hay broncas, no hay malos entendidos ni arrebatos, ni siquiera el pogo asoma por algún lado.
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El inicio de la relación sentimental entre Javier (Nicolás Galindo) y Pedro (André Silva) pudo haber servido para trabajar esas tensiones entre estratos sociales que se vivían en espacios como el New Helden, antro que acogió al variopinto grupo de creadores del rock subte limeño, conformado por pitucos y misios. Asimismo, apenas unas imágenes de calidad VHS nos trasladan a esos tiempos tristes y de terror. Pero eso solo funciona con los que vivimos los sucesos de aquellos tiempos y recordamos esas imágenes. Los espectadores que no, se preguntan qué son esas imágenes de tan mala calidad. Salvo las que hacen referencia a un apagón, las del comienzo y del final son un collage desabrido de un tiempo que mereció una mejor edición para ubicar y sensibilizar a los nuevos espectadores.
Algo que se trabaja mucho en el musical es la convención de la música en relación con la historia. ¿Esta es siempre un recuerdo? ¿Una ensoñación? ¿Un momento de introspección? Esa convención no está clara, parece que no existiera. De hecho es pobre y dispersa en gran parte de los temas musicales, salvo honrosas excepciones como el ya mencionado «Más poder» donde queda claro que es una alucinada feroz. Incluso hay temas que no sorprenden como el archiconocido “La universidad, cosa de locos” que ya sabes que va a sonar cuando vemos los pasillos universitarios. Dicho sea de paso, ese tema quedó mejor que el original con la incorporación del hip hop. Los mismos temas elegidos no son los mejores, hay exceso de Río y Pedro Suárez Vértiz. Hay que reconocerlo, esos son los “himnos del rock peruano” impuestos por las radios de entonces y que los guionistas de la película han preferido mantener, imagino, para llenar butacas. Tampoco hay un rigor temporal. De temas setenteros pasamos a noventeros, cuando la historia es ochentera. Si no hay un rigor temporal, ¿por qué no levantar y recuperar temas algo más interesantes que los escogidos?
Y aquí es donde viene lo feo: Los grandes ausentes musicales, como Miki González por ejemplo. Su presencia en la película se reduce a un coro de «Lola», pero se obvian temas que justamente podrían haber ayudado a contextualizar la época de la película como «Puedes ser tú» o «¿Dónde están?». Nuevamente, como en otras cintas peruanas, los realizadores de «Av. Larco» han preferido evitar los temas peliagudos que hacían crítica directa a la sociedad de entonces. Apenas escuchamos la letra de “Las Torres”, donde todos, absolutamente todos, políticos, jueces, fiscales, congresistas, ex presidentes, todos son unos corruptos, menos nosotros y “quizás” Fujimori. ¿Quizás Fujimori? Esa cantaleta, ese corito desdichado -creo yo- es el que nos ha estado dañando el cerebro los últimos 20 años y que ahora se traduce en “Roba pero hace obra”. Y todavía lo consideramos un himno del rock peruano, antes que “El asesino de la ilusión” o “Vamos a Tocache”.
Otro gran olvidado que podemos mencionar es Del Pueblo del Barrio, que tiene un tema «Yo no quiero estudiar» que me parece más bacán que el famoso «La universidad, cosa de locos» de Río. Muchas de sus canciones son crónicas profundas de la época, desde la experiencia callejera del consumo de drogas hasta la introspección filosófica de ser pobre o marginal. Recomiendo ver el rockumental Posesiva de mí de Andres Mego sobre esta banda emblemática.
Y ya para terminar -no quiero exponerlos tanto a la lectura, podrían terminar con Alzheimer, tal y como afirma un congresista peruano- un comentario sobre el cartel al final de la película, donde la última frase nos conmina a ser un país unido, «unido», resaltan en negritas ¿Cómo pretenden lograr eso? ¿Con un analisis superficial de una época dura que no se llega a exponer del todo? ¿Con un puñado de canciones, la mayoría para el olvido? ¿Con la repentina desaparición de un personaje -limeño, varón, blanco- que pretende representar a los miles de muertos y desaparecidos de la guerra interna, y recién movilizarnos como sucedió con Tarata? De hecho, me acordé de la película “Bajo fuego” donde una atribulada Joanna Cassidy escucha decir a la enfermera nicaraguense: “Tal vez debimos matar un periodista americano hace 50 años”, refiriéndose al retiro del apoyo de EE. UU. al gobierno de Anastasio Somoza por la muerte de dicho periodista. ¿Necesitábamos esa muerte en la película? Asimismo, ¿no era preferible dejarle preguntas a la gente antes que consejos? Por ejemplo: ¿Hemos superado realmente todo lo que se vivió en esa época? ¿Qué hay que hacer para superarlas? Pero para eso tendrían que mejorar la historia y también seleccionar mejor las canciones… y esa ya sería otra película, no esta «Av. Larco». Para otra vez será, rock peruano. Para otra vez, cine peruano.
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