En mi comentario de la cinta “Locos de amor”, expliqué por qué el filme dirigido por Frank Pérez Garland fue una oportunidad perdida de hacer una gran película musical peruana. Un año después, la productora Tondero estrena su nuevo musical, “Av. Larco, la película”, que a pesar de corregir algunos de los errores de la apuesta anterior, incurre en otras fallas que la alejan de un resultado completamente satisfactorio.
“Av. Larco” es la adaptación de una obra teatral que se montó con éxito durante dos temporadas en Lima. Cuenta la historia de cuatro jóvenes amigos, provenientes de familias con buena posición económica, quienes sueñan con dedicarse a la música y forman su propia banda de rock llamada “Astalculo”. Cada uno vive su propio romance, mientras participan en concursos de bandas y se preparan para un gran concierto en el Coliseo de Acho.
Los conflictos llegan desde diversos frentes, tal vez demasiados al mismo tiempo. Por un lado, el vocalista de la banda, Andrés (Juan Carlos Rey de Castro) tiene una tensa relación con su padre (Javier Valdés), un policía estricto que muestra una férrea oposición a que su hijo se dedique a la música. Por otro lado, Javier (Nicolás Galindo), tiene una relación secreta con Pedro (André Silva), un rockero de El Agustino.
A esto hay que sumarle el contexto de la guerra interna que se vivía en el país a finales de los años 80 y principios de los 90. Los apagones, los toques de queda y los atentados terroristas son parte del contexto en el que se desenvuelven las historias de estos personajes.
Es así que el director Jorge Carmona (“Condominio”, “La gran sangre”) intenta tomarle el pulso a aquella convulsionada época. El problema es que si bien pretende abarcar mucho, al no tener la extensión de 3 horas que tenía la obra de teatro, la película solo puede rozar la superficie de algunos temas.
El guion de Javier Fuentes-León (director de las estupendas “Contracorriente” y “El elefante desaparecido”) intenta hilvanar los “grandes temas” como el racismo, la homofobia, la violencia subversiva, las relaciones sentimentales y filiales, pero todos estos no siempre se integran a la historia de manera orgánica o fluida.
Lo que funciona mejor es la naturalidad con la que es retratada la pareja conformada por Javier y Pedro, pues evita los acostumbrados clichés y estereotipos ofensivos con los cuales se suele mostrar a los personajes gays en el cine peruano.
Por el contrario, lo que no funciona en el guion es la forma en que se pretende conectar el tema del conflicto armado interno con el resto del musical. Repentinamente, el personaje de Andrés se convierte en un activista defensor de los ideales de los grupos subversivos, sin quedar claro si realmente entiende lo que cree defender. Y peor aún, el arriesgado desenlace (opuesto al de la obra de teatro, por cierto) opta por una ruta más trágica, que culmina con un mensaje escrito en la pantalla, a favor de la unión y la paz. Loables intenciones, sin duda; pero subrayadas innecesariamente cuando el mensaje ya queda claro en las imágenes.
En cuanto a la música, las canciones que interpreta la banda ficticia a lo largo de la película son covers de emblemáticas bandas de rock peruano, como Frágil, Mar de Copas, Río, Los Mojarras, Arena Hash, entre otras. Si bien es cierto que los covers pueden sonar descafeinados en comparación con las versiones originales, los actores las interpretan con aplomo y convicción.
Es un acierto que se haya mantenido a la mayoría del elenco juvenil de la obra de teatro. Además de Rey de Castro, Galindo y Silva, están Carlos Galiano, Andrés Salas, Daniela Camaiora, Carolina Cano, Mayra Goñi y Maria Grazia Gamarra. Si bien no todos logran actuaciones sólidas, al menos sí tienen condiciones para el canto (una característica clave que no tenía casi nadie en “Locos de amor”). De los actores más jóvenes, el más destacado es André Silva, ya que logra expresar mejor sus conflictos internos. De los actores adultos, Ramón García se roba los pocos minutos que tiene en pantalla, como el arrebatado padre de Pedro.
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Los números musicales ofrecen resultados desiguales. Mientras que algunos se ven estáticos pues la cámara privilegia el encuadre frontal sin mayores movimientos, otros hacen un mejor uso del espacio. Destaca nítidamente el desempeño de Julio Pérez, vocalista del grupo La Sarita, cuando canta su propio tema “Más poder”, interpretando al policía corrupto que tiene una fantasía delirante en la comisaría. Ese dinamismo en la edición y esa construcción de imágenes evocativas se extrañan en otras escenas musicales.
Con esta película, nuevamente Tondero repite la estrategia de explotar la mina de la nostalgia y la exaltación de tiempos pasados de nuestra peruanidad. A pesar de eso, “Av. Larco, la película” tiene un mejor despliegue técnico, más energía y vitalidad que las demás cintas comerciales de Tondero, desde las dos “Asu Mare” hasta “Guerrero”. También logra integrar las canciones a la narración de manera más fluida y menos tosca que en “Locos de amor”. Por eso, no es una oportunidad completamente perdida de incursionar en el género del musical, a pesar de sus fallas y excesos.
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