El objetivo de «Av. Larco, la película» es reivindicar políticamente el rock peruano en tanto movimiento artístico contestatario pero al mismo tiempo opuesto al terrorismo de los años 80 y 90, mediante la escenificación de canciones de este género musical y con la aspiración de llegar a un público amplio.
Una película político-cultural
El componente político se manifiesta en el uso de imágenes de archivo de la situación de guerra interna que vivía el país a causa del terrorismo durante los años 80 y comienzos de los 90, el atentado senderista contra un concierto de rock en la Plaza de Toros de Acho en Lima, el contenido político de varias de las canciones de la época (y sus respectivas coreografías) y –en este contexto– un relato de acercamiento social e incipiente toma de conciencia política de Astalculo, una banda juvenil de la época.
Este grupo de amigos músicos y sus enamoradas de clase social alta, empujados por el radicalizado movimiento rockero, se trasladan de Miraflores –un barrio mesocrático y turístico, donde está la avenida que da nombre a la película– a El Agustino y luego al Rímac, barrios populares donde también reventaba el rock alternativo. Al mismo tiempo, el líder de la banda, Andrés Dulude (Juan Carlos Rey de Castro) se enfrenta a su padre –un general de la Policía (Javier Valdés)– y entra en crisis con Lola (Daniela Camaiora), su novia pituca, al sentirse arrastrado a un compromiso político (y sentimental) con un movimiento opuesto tanto a la represión policial (autoritarismo, representado en su caso por su padre) como al terrorismo.
Este es el eje central que articula toda la película y subordina al resto de sus componentes dramáticos. No estamos ante una historia de enamoramientos adolescentes sazonados de rock y caos social, sino ante una película político-musical que busca mostrar, desde el campo cultural, al rock nacional como un movimiento social crítico al statu quo político de entonces y con ciertas referencias al presente. Lo cual está representado por los obstáculos que la banda debe vencer para llegar y triunfar en el concierto decisivo de Acho, hilo conductor argumental de la obra. Es en relación con este objetivo que se van definiendo los conflictos artísticos, familiares, sociales, sentimentales y finalmente políticos; hasta quedar todos finalmente subsumidos por ese último componente.
A través de la superación gradual de esos conflictos, los personajes –y especialmente Andrés, el líder de la banda– transitan por los distintos estadíos de una transformación hacia una incipiente conciencia política y compromiso artístico independiente en favor de una sociedad unida, tolerante y pacífica. Se puede o no estar de acuerdo con tal propuesta pero es innegable que esta estructura narrativa –dominada por lo artístico e ideológico– es coherente y funciona en términos dramáticos, aunque la trama sea sencilla, pero no tanto.
Se ha dicho que los personajes son estereotipados, por ejemplo el padre de Andrés y la relación con su hijo. Puede ser, pero, al mismo tiempo, el conflicto entre ambos ilustra un conflicto mayor: el de los roqueros contra la represión. Lo que, a su vez, puede anticipar (y simbolizar) la lucha de este movimiento musical contra el autoritarismo fujimorista; y, en tal contexto, mostrar ese conflicto también a nivel de la división al interior del grupo familiar, como es común en caso (familias enfrentadas internamente por razones políticas) de países gobernados por regímenes autoritarios o dictaduras. Así que, como se aprecia, esta situación va más allá de los estereotipos y el argumento, siendo sencillo, no es simplón ni endeble.
En esa línea, hay varios tipos de relaciones sentimentales de los miembros de la banda: una pareja se separa, otra se reencuentra, otra se pelea, otra se junta; pero el origen, desarrollo y definición de cada una (incluyendo la relación gay) tiene como referencia importante la meta del grupo: llegar y triunfar en el concierto de Acho, donde confluyen objetivos musicales y políticos. Como se ve, el argumento es coherente y está sólidamente construido. Incluso la relación de Andrés con Rebeca, que queda en el aire, muestra que hay aspectos de las diferencias de clase que se mantienen (detienen el progreso de la relación) mientras que –pese a ello– se viabilizan otros niveles donde sí es posible unirse y luchar por objetivos comunes, por ejemplo, el apoyo en el tramo final de Lola y Rebeca –la ex y la “casi” de Andrés–, por separado, a la banda. Y ese esfuerzo conjunto, aunque desde perspectivas independientes (entre Lola y Rebeca), a su vez, se reproduce paralelamente durante el desenlace del concierto entre los roqueros (simbolizados por Andrés) y los policías (liderados por su padre). Esa capacidad para poner por encima lo que une es la propuesta final que da sentido a la película y funciona.
Es también una película amena y entretenida
Y también funciona en relación al otro objetivo de «Av. Larco»: el de llegar a un público masivo. En tal sentido, es también una cinta ligera, amena, entretenida, por momentos divertida, con escenas de baile espectaculares y dirigida tanto a un público adolescente como a nostálgicos del rock de fin de siglo. Para componer este ménage los productores de Tondero han debido de correr un riesgo que también ha sido (imagino) un gran desafío.
El riesgo es apostar por una comedia musical –género habitualmente de puro entretenimiento y evasión, que creíamos en desaparición– para tratar temas políticos de una etapa histórica relativamente cercana y muy sensible para los peruanos; es decir, temas “serios”. En tal sentido, recordemos que hay musicales que han trascendido el mero producto de distracción tratando temas humanos (All That Jazz), sociales (West Side Story), personajes y contextos políticos (Evita, Cabaret), así como operas rock que han recreado asuntos literarios (El Fantasma del Paraíso) o jugado con temas de género (Victor Victoria). De hecho, cabe preguntarse si Av. Larco es una comedia musical y no “una especie de opera rock” como acertadamente la calificó Jaime Higa en un comentario crítico en su cuenta de Facebook; de hecho, el final de la cinta es típicamente operístico. En todo caso, en este género caben problemáticas como la propuesta por el filme que comentamos.
Y el desafío es cómo acomodar dentro de este corsé la suficiente información –musical y política– como para dar cuenta de este movimiento en Perú, mediante una estructura dramática que deje contentos a todos.
Para entender la originalidad (o peculiaridad) de esta cinta hay que considerar que sus creadores han debido juntar y “distribuir” tres tipos de contenidos: los sociopolíticos, los musicales y los meramente narrativos. Ya hemos comentado lo político. En lo social, destaca cómo el guion hilvana sentimentalmente el nexo entre personajes de distinta clase social. De un lado, mediante el surgimiento de la relación entre Javier (Nicolás Galindo) y Pedro (André Silva), dos músicos gays y la integración –no exenta de conflictos– de este último a la banda. De otro lado, la atracción del protagonista principal, Andrés, por una misteriosa diva popular, Rebeca (Mayra Goñi), que termina por separarlo de Lola, su novia de clase alta, y que lo conecta con la política. Esta situación queda irresuelta (como una posibilidad abierta) en el filme. De esta manera no se cae en el maniqueísmo ni la autocomplacencia: las diferencias sociales se mantienen pero la unión se da a otro nivel, mediante la música y la orientación política compartidas.
En cuanto a los musicales, la cinta es pródiga en espectaculares coreografías, presencia de diversos sobrevivientes del rock subterráneo y las propias canciones. En general, tanto la parte musical como el conjunto de la película son técnicamente impecables.
El costo de una apuesta riesgosa
Centrado en estos dos fuertes componentes y dada la orientación a un público amplio, los elementos dramáticos quedan un poco limitados; especialmente, la construcción de los personajes. En efecto, el argumento es bastante simple y al distribuirse la historia entre cuatro parejas de personajes el espacio para un desarrollo se limita aún más. Si pensamos, por ejemplo, en el musical La la land, vemos que su argumento se limita a una pareja protagonista y un reducido grupo de secundarios con intervenciones muy acotadas. En Av. Larco, en cambio, tenemos a cinco miembros de la banda, sus enamoradxs y hasta sus familiares. Son demasiados personajes, por lo que –en algunos casos– su desarrollo y transformación resultan algo expeditivos, y –en otros– cumplen una función muy limitada. No obstante, como conjunto, resultan subsumidos y –por esta vía, insisto– contribuyen a dar vida a los contenidos políticos propuestos por sus productores.
Se podría considerar que esto es parte del costo a pagar por la orientación hacia un público amplio en busca del segundo gran objetivo de esta obra (también logrado), que es el éxito de taquilla. Otra parte de este costo –subyacente– son las diversas críticas, en gran medida injustificadas, que ha merecido esta película.
La principal quizás sea que banaliza la guerra interna que se vivió en el Perú en un pasado relativamente cercano, ante lo cual se proponen películas con mayor consistencia artística (por ejemplo, La última tarde u otras) que profundicen el tema. Esta objeción soslaya el público al que va dirigida «Av. Larco». Se trata de un público formado principalmente por los géneros televisivos de señal abierta locales, como telenovelas, series, programas cómicos y concursos; es decir, formatos de entretenimiento superficial y ligero no exento de gusto por el escándalo y lo espectacular. Algunos de estos productos televisivos son abiertamente racistas y conservadores, reflejo de aspectos negativos de la sociedad en que vivimos. El gran logro de las películas de la productora Tondero es haber llevado ese público a las salas de cine y comenzar a formarlo en temas que difícilmente se observan en la televisión de señal abierta; más aún, en algunos casos películas como esta confronta el sexismo, la homofobia y el racismo (que se ocultan o promueven en la televisión comercial). Y lo hacen en el marco de los códigos de consumo de ese gran público, sembrando la semilla de la reflexión al inerior de esos productos de entretenimiento.
Rock y «Pensamiento Tondero»
En tal sentido, son puntos a favor de Av. Larco que se muestren imágenes documentales de los atentados terroristas y referencias musicales críticas a los gobiernos de la época, tanto como forma de despertar/mantener la memoria sobre este tema como de ilustrar a las nuevas generaciones sobre lo ocurrido y el papel del rock en aquellos años; aunque a algunos les parezca un arroz con mango. Además, siguiendo el “pensamiento Tondero”, el filme muestra una pareja gay interracial conformada por Javier, un músico miraflorino y Andrés, otro rockero de padres provincianos y afincado en El Agustino; y promueve la aceptación de estas uniones normalizándolas. La visión de tolerancia y respeto a orientaciones sexuales distintas en sectores populares urbanos es otro punto a favor de la película. Recordemos que estamos viviendo en Perú (y otros países de Sudamérica) el surgimiento de un movimiento oscurantista y homofóbico de carácter masivo, asentado en sectores sociales de menores ingresos.
No se trata, entonces, de un puro amor por el dinero o la taquilla. Ni de productos que tienen asegurado un retorno económico gracias a una fórmula segura que se repite perpetuamente. Está claro que se corren riesgos –artísticos y económicos– al combinar temas conflictivos y sensibles (invisibilizados en medios masivos) en formatos y para un público que busca (y muchas veces paga por) solo entretenimiento. Asimismo, vale le pena destacar que sea una productora privada la que coloque en pantalla masiva (y además cuestione) temas como el racismo y la homofobia, lo que no hacen los grandes grupos televisivos (que, por el contrario, los mantienen) y ni siquiera el Estado, colonizado crecientemente por poderosos grupos económicos y religiosos que impulsan la indefensión y discriminación de grupos minoritarios.
Superación del racismo y la homofobia gracias al rock
Otras críticas cuestionan esta cinta por representar la mirada de unos pitucos blancos miraflorinos sobre un movimiento musical y político que se pretende popular-urbano. Esto es cierto, sin embargo, no descalifica ni la intención, ni la voluntad y ni siquiera la orientación política de la película. Enfoques sociales distintos pueden convivir y no tenemos por qué descalificar al mensajero (o sea, la “mirada”) si es que hay una mínima consecuencia –en este caso– al mostrar la vocación crítica de un determinado movimiento artístico.
Y, como señalé más arriba, la película no oculta sino que muestra las diferencias sociales pero plantea también que por encima de ellas hay consumos y prácticas artísticas y –a través de estos– objetivos políticos compartidos. Además, tampoco ignora sino que cuestiona –cuando corresponde– la discriminación racial y la de orientación sexual. Justamente su mensaje final es que somos un país dividido pero que tenemos espacios, momentos y desafíos para unirnos e integrarnos, ya sea a través del arte (en este caso, específicamente el rock nacional) como de opciones políticas que persigan esta integración.
¿Memoria y nostalgia redefinen lo político?
Aquí llegamos a una crítica interesante, aunque poco destacada, justamente contra la orientación política del filme. En primer lugar, porque amortigua el carácter agresivo y crítico del rock subterráneo. Y, luego, prácticamente ignora el feroz antifujimorismo que caracterizaría a gran parte de ese movimiento (aunque, alguno de los músicos que recuerda esta película –como Raúl Romero, por ejemplo–, defendería al hoy encarcelado ex presidente). Hay que considerar, sin embargo, que el filme está ambientado en los 80 e inicios de los 90, por lo que el rol de Fujimori queda casi en un segundo plano. Pero de todas formas, la película postula una tesis política que uno no atribuiría a los iconoclastas integrantes de aquellas bandas, es decir, la alianza –aunque con independencia de concepciones de vida– entre las fuerzas policiales y rockeros subtes contra el terrorismo senderista. Más aún si el padre de Dulude, quien simboliza el autoritarismo, podría ser asociado con el fujimorismo post autogolpe.
En consecuencia, aunque la cinta apela a la nostalgia sobre aquellos agitados años y músicas, este ejercicio de memoria ha procesado una cierta mutación hacia una posición política muy posterior. Tengo la impresión de que la película postula lo que en la actualidad pensarían los miembros de esa generación, antes que representar una exposición de lo que creían o pensaban en aquellos años. De esa forma, el punto de vista del filme encaja con el “pensamiento Tondero”, el cual plantearía la necesidad de colocar por encima de las múltiples divisiones que atraviesan la sociedad peruana (raza, clase, género, orientación sexual) espacios de integración –en este caso– en el arte o la política. Reconozco que esta interpretación personal es discutible y opinable, pero lo que no se puede ignorar es que la película es una contribución importante a la temática de la guerra interna peruana en el cine. Representa un punto de vista antes no desarrollado ni presentado en la pantalla grande, con todo lo de polémico que pueda suponer, tanto en el plano formal como en los contenidos. No veo en esto banalización.
Música disfrutable, pero…
Otros han criticado que las canciones presentadas en «Av. Larco» no sean totalmente ochenteras sino que también incluyen canciones de los años 90, consideradas poco o nada contestatarias. Sobre esto no tengo opinión pues no pertenezco ni tengo un conocimiento profundo sobre esa capilla musical, pero sí puedo decir que la mayoría del espectáculo y la música es disfrutable; además de la presencia de varias canciones emblemáticas y reconocibles de esas décadas. Aquí también hay que considerar el público masivo que, en el Perú, consume por abrumadora mayoría música tropical en sus diversas variables y mixturas. Por tanto, las opiniones sobre lo que faltó o sobró musicalmente las dejo a consideración de colegas más conocedores del tema.
De otro lado, me ha llamado la atención que hayan críticas que señalen que la música es totalmente “falsa” cuando estamos frente a una película de ficción y eso se aplica también a la música. Un buen ejemplo para entender esto es «Amadeus», la famosa película de Milos Forman. Allí la música de Mozart ha sido recortada, fileteada, troceada, rearticulada y en muchos casos atribuida a hechos y situaciones que nunca ocurrieron. En rigor, no es la música de Mozart. Y el argumento también es casi totalmente falso, inventado en un 80% y el 20% restante (la descripción muy cercana del carácter de Mozart), discutible. En consecuencia, la música de esa película no es la de Mozart, es la música de… «Amadeus»; y el asunto del filme no es Mozart sino la envidia y la relación con el padre, pese a la presencia de datos biográficos ciertos. Así, la película es «una verdadera falsificación», como mencionó un feisbuquero refiriéndose a «Av. Larco», acertando plenamente con la definición.
En esa línea, el uso de la música en la cinta dirigida por Jorge Carmona no buscaría la autenticidad sino la adecuación a sus objetivos dramáticos y contenidos políticos. Se trata de una película muy actual, «al gusto de ahora, con estética de ahora», cierto, pero que no traiciona al pasado, porque su objetivo también era válido para aquella época. En este sentido, es una película «verdadera», es fiel a sus propios presupuestos dramáticos y políticos, fiel a sus personajes; en todo lo demás es falsa, una mentira, una falsificación, una invención. Como cualquier otra lograda película de ficción: una “verdadera falsificación”.
Además, desde el momento en que se pretende llegar al gran público, es posible que la cinta tenga un objetivo divulgador del rock nacional, antes que la búsqueda de una quizás imposible fidelidad musical. No es un documental como, por ejemplo, la extraordinaria «Sigo Siendo», que muestra directamente a los autores e intérpretes que representan tradiciones culturales vivas; ni está dirigida a los marcianitos del rock (y si esa era la intención, aparentemente falló), sino principalmente a un público amplio, cuyo consumo de rock es marginal (mi caso) o nulo. Después de ver la película quizás algunos (o muchos) de esos espectadores se interesen por conocer y escuchar esta música y vayan a Quilca, Amazonas u otros huecos limeños y puedan acceder a grabaciones de las versiones «auténticas». Quizás. Creo que por ese lado va el uso de la música en la película.
Entender la industria del entretenimiento
El trasfondo de varias de estas críticas es el poco reconocimiento en ámbitos académicos y religiosos de la industria del espectáculo y del entretenimiento; y, específicamente, de la televisión. Estamos acostumbrados a considerar esos productos como mediocres, vulgares, manipuladores, escandalosos, vacíos y que en ocasiones promueven la ignorancia. Todo lo cual es cierto, pero –al mismo tiempo– lo que el medio busca es el mero entretenimiento y no educar ni plantearse temas sociales o humanos trascendentes, ni menos trabajar en el plano del lenguaje audiovisual.
La televisión de señal abierta –se afirma– es conservadora ya que cambios en sus géneros, formatos y códigos demoran mucho en posicionarse ante públicos masivos; pero, al mismo tiempo, se exige a los profesionales en este campo que produzcan constantemente ideas e innovaciones siempre dentro de los estrechos y conocidos esquemas formales. Aunque no lo parezca, esto exige un arduo esfuerzo para exprimir materia gris y obtener resultados a veces ínfimos, a costa de largas y absorbentes jornadas de producción. Por otra parte, a la retroalimentación obtenida del público (o públicos) –auscultada y medida con herramientas de marketing– debe sumarse el olfato o intuición para recoger esas propuestas de sentido que llegan desde lo popular (y trasuntarlas, muchas veces, hacia lo populachero). De esta forma se logra acceder, mantener, moldear y/o ampliar audiencias masivas. Todo ello en un mercado ferozmente competitivo en el cual lo único que interesa es el rating y el puro beneficio económico, por lo general a costa de la calidad audiovisual e incluso los principios éticos que los grandes medios dicen estar comprometidos en defender. Además, es un ejercicio de creatividad dolorosamente constreñida por los vaivenes de la inversión publicitaria, otro de los pilares que sostiene a la televisión comercial.
Lo anterior requiere cierto tipo de talentos y experiencias que no necesariamente son los requeridos para obras de la llamada alta cultura, talentos que deben valorarse ya que permiten conocer, entender e investigar las características del gran público y/o de sus crecientes segmentaciones. Como señalé más arriba, un gran mérito de Tondero es haber aplicado esta experiencia para llevar al televidente hacia la butaca de la sala oscura, y tratar de ir volteando la tortilla hacia temáticas más interesantes (principalmente para un público local urbano) que no se presentan en la relativamente pequeña pantalla. Asimismo, en las distintas películas de esta productora se observa un afán de experimentación dentro de los géneros establecidos, en busca de innovación y con un creciente mejoramiento de la calidad de sus productos. «Av. Larco» es un buen ejemplo de ambas tendencias.
Mayor calidad llegará con mayor producción, es decir, con el tiempo. Si se pide menor tiempo para este proceso, pues tendríamos necesidad de “más Tonderos”, que apuesten por públicos masivos pero también por productos de mayor consistencia –como «Magallanes»– o dirigidos a públicos específicos y/o principalmente a festivales –como «Solos»–. Si mal no recuerdo, fue Umberto Eco quien hablaba de productos de consumo masivo, productos intermedios (midcult) y productos de “alta cultura”; y recomendaba no despreciar los de cultura masiva, donde encontraba sentidos relevantes. Todos estos tipos de productos son necesarios desde el punto de vista del desarrollo de una industria cinematográfica aunque tengan diferentes niveles de calidad audiovisual. Y si se quiere aún mayor velocidad para lograr productos aún mejores, pues se requiere (aunque no es una regla) de agresivas políticas industriales de parte del Estado para aumentar la producción, los circuitos de exhibición, formar al público y proteger el mercado y la cultura nacionales. En tal sentido, me parece justo que se evalúe a las películas en relación al público y objetivos que se proponen y no solo en relación a sus distintos niveles de calidad.
En general, «Av. Larco» es una película de cualidades audiovisuales sobresalientes que funciona como obra de entretenimiento pese a las intrusiones documentales y políticas que no estorban sino que más bien abren una ventana hacia contenidos sociopolíticos que conectan el conflicto armado interno con buena parte del rock producido en el Perú. Se recomienda sola, aunque con el apoyo de las controversias provocadas por sus críticos.
Av. Larco, la película
Perú, 2017, 113 min.
Director: Jorge Carmona del Solar
Interpretación: Juan Carlos Rey de Castro (Andrés Dulude, líder de la banda Astelculo), Carlos Galiano (Wicho, enamorado de Marité), Andrés Salas (Miki, enemorado de Susana), Nicolás Galindo (Javier, enamorado de Pedro), André Silva (Pedro), Carolina Cano (Marité), María Grazia Gamarra (Susana), Daniela Camaiora (Lola, enamorada de Andrés), Mayra Goñi (Rebeca, chica emo popular), Javier Valdés (padre de Andrés, general PNP), Katia Condos (madre de Andrés), Bruno Odar (padre de Miki), Norma Martínez (madre de Wicho), Ramón García (padre de André).
Guion: Javier Fuentes-León
Productor: Miguel Valladares.
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