«La última tarde», una película introspectiva y conversacional


El director Joel Calero ha conseguido superar todo un reto cinematográfico: lograr engancharnos con una película en la que se muestra a dos personajes –Laura (Katerina D’Onofrio) y Ramón (Luis Cáceres)– conversando de comienzo a fin, con muy puntuales intervenciones de terceros.

Habitualmente, en las películas vemos acciones a través de las cuales se cuenta una historia y los personajes se enfrentan a obstáculos o conflictos. En La última tarde, en cambio, dos personajes se encuentran para firmar un divorcio luego de muchos años de separación y dedican casi todo un día a contar lo que les había ocurrido luego de una abrupta ruptura.

Una película conversacional que nos atrapa por el interés de un divorcio.

Este solo hecho, paradójicamente, ya es un primer gancho para estimular la curiosidad del espectador; pero, además, conforme avanza el diálogo descubrimos que ambos habían pertenecido a una célula terrorista, lo que dispara el gusto por el chisme y garantiza hasta cierto punto que querramos llegar al final de este reencuentro. Y, la verdad, es que nos quedamos.

Desde un punto de vista audiovisual, el director encapsula a sus personajes por lo general en un plano medio y los va siguiendo durante largas tomas frontales apenas cortadas por tomas de apoyo laterales o traseras durante dilatadas caminatas por las calles de Barranco, un barrio limeño caracterizado por su bohemia artística. Ocasionalmente, se producen algunas pausas con tomas más abiertas o estadías en taxi o restaurante.

Estos procedimientos, sin duda fatigan al espectador acostumbrado a las películas de acción y entretenimiento convencionales; y no garantizan mucha taquilla. Calero enfrenta este tema manteniendo un equilibrio exacto de todos los elementos del filme para sostener el interés del espectador atento y dispuesto a algo más que pasar el rato en una sala oscura.

Así, durante sus largos travellings, el encuadre capta el colorido de las paredes, casas y calles en las dosis justas para no distraer al espectador de los intercambios verbales de la pareja. Además, el tiempo ha pasado de tal forma que los conflictos latentes terminan apaciguándose y se combinan con las razones que van explicando la separación mientras que –transversalmente– se enuncia un contraste entre los ideales juveniles y las realidades de la mediana edad, dibujando el giro histórico de las últimas dos décadas en el Perú y el mundo.

Pero no estamos ante discursos ideológicos, ni debates sociológicos, sino ante una relativa preeminencia de los factores personales. Es a través de las peripecias individuales que las emociones se van insinuando y acumulando casi imperceptiblemente, quedando el cambio histórico también sugerido de manera acotada pero suficiente. De esta forma, la conversación nunca llega a ser ociosa ni aburrida.

Lo que choca un poco ocurre en la abrupta penúltima escena. Abrupta porque rompe un poco con la sensación que deja el tempo parsimonioso, la peripatética nostalgia sabiamente construida y el tono relativamente tranquilo en que transcurre la narración hasta ese momento. Cierto que ya había ocurrido alguna acción externa que mostraba la impulsividad de Ramón; sin embargo, la irrupción de una acción inesperada desorienta a algunos. Sobre todo porque la escena final retoma sibilinamente la atmósfera general de la película y resuelve la trama de manera magistral. Especialmente, porque todo el cuidadoso manejo de la información durante el largo periplo de ese día en realidad preparaba ese desenlace definitorio pero que al mismo tiempo tiene una cierta dosis de ambigüedad.

Momento disruptivo. No todo estaba tan tranquilo tras años de nostalgias y separación.

Hay dos formas de disfrutar y entender este desenlace y a su vez toda la concepción de la película.

Desde un punto de vista meramente argumental vemos que el personaje femenino cuenta relativamente más de su vida que lo que comparte su expareja, y lo que ella narra resulta más interesante. De otro lado, es él quien le confiesa que la separación pudo no haber ocurrido porque estaba dispuesto, en ese momento, a poner su amor por encima de su compromiso político; mientras que ella en ningún momento llega a deschavarse de esa forma (más bien relata una historia de supuesta infidelidad con otro hombre luego de su separación). Eso ya nos da pistas inequívocas de por qué finalmente ella “se sale con la suya”.

Desde un punto de vista teórico, Calero es tributario de la teoría del realismo fenomenológico que respeta la ambigüedad innata de la realidad según la cual el sentido último de esta debe emerger de la puesta en escena sin que el director deba imponer un sentido que la desvirtúe. Es decir, que ese equilibrio exacto logrado por el director en realidad consiste dejar que el diálogo y la interacción entre ambos personajes fluya de la manera más espontánea posible, con los claroscuros y ambigüedades que el tiempo impregna en la vida personal y social de los protagonistas. Personalmente, detesto esta teoría francesa, pero no hay duda de que cuando funciona hay que quitarse el sombrero. Y este es un caso.

Finalmente, pero no en último lugar nada de lo anterior podría funcionar sin las notables actuaciones de Katerina D’Onofrio y Luis Cáceres. Cada uno de los diversos matices, silencios y recuerdos compartidos encuentran una caracterización exacta por parte de ambos profesionales. El reto ha sido muy difícil debido a la relativa escasez de acción externa y a la naturaleza introspectiva y conversacional de la película. En consecuencia, los dos intérpretes debían dar vida a personajes a partir de vivencias de un pasado complejo y no del todo superado; ya que faltaba justamente la resolución de una etapa importante de sus vidas. Había que evitar el desenfreno emocional, el sentimentalismo y el abatimiento excesivo, dando verosimilitud a estas vidas a partir de tal contención. Más que conmovernos lo que consiguen estas caracterizaciones es describir la comprensión de personajes que han alcanzado la madurez y superado en alguna medida el dolor del pasado. Su principal logro, entonces, es haber alcanzado esa justa medida.

Muy buena película que, con algo de voluntad, merecería más de un visionado.

La última tarde

Perú, 2017, 81 min.
Dirección: Joel Calero
Interpretación: Katerina D’Onofrio (Laura), Lucho Cáceres (Ramón)
Guion: Joel Calero
Fotografía: Mario Bassino

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2 respuestas

  1. […] encargado de un drama tan potente como “La última tarde”, resulta sorprendente que el cineasta Joel Calero haya decidido codirigir y coescribir una […]

  2. […] cercano, ante lo cual se proponen películas con mayor consistencia artística (por ejemplo, La última tarde u otras) que profundicen el tema. Esta objeción soslaya el público al que va dirigida “Av. […]

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