Un universo de películas reflejado en el año de una sola casa productora y un boom que no parece ser equitativo para todos los estilos de cine. Además de establecer cambios en las preferencias entre géneros cinematográficos y consolidar la hegemonía de Tondero y la comedia, el 2016 también demostró que el cine arte en Perú sufrirá bajas cifras así tenga o no el amparo de la realeza del cine local.
¿Qué causa este escenario? ¿Cómo puede contrarrestarse? ¿Quiénes son los responsables de que el cine arte sea el perenne castigado en la taquilla? En este tercer artículo trataremos de responder a esas preguntas y ofrecer soluciones, para lo que debemos empezar revisando el resumen del año de Tondero.
Los de arriba y los de abajo
Tal como fue explicado en el primer artículo de esta serie, el vivo reflejo de lo que fue el 2016 para el cine peruano puede verse en el resumen del año de la casa productora Tondero.
Aquel microcosmos de Tondero llega a ser una fiel equivalencia de los cuadros mostrados en artículos previos. Refleja la popularidad de los géneros más vistos (comedia y drama), además de presentar las dramáticas cifras de las películas que no cuentan con el favor del público, como Solos. Esta última se convertiría en el niño símbolo de todas las cintas de cine arte estrenadas en el 2016, no solo por sus bajas cifras, sino por su retiro de muchas salas luego de tan solo un día de exhibición.
Durante años, las cintas de cine arte peruanas se han visto en escenarios similares al de «Solos» en lo que respecta a una fría acogida por parte del público y una severa (y a veces abusiva) retirada de cartelera por parte de los cines, siendo Las malas intenciones (2011) y Lima 13 (2013) los ejemplos más recientes.
¿Quiénes son los responsables de esta situación? ¿Por qué las cintas independientes y producidas con fondos estatales (Salvo «Magallanes», «Viejos amigos» y «El Evangelio de la Carne») parecen estar condenadas al sótano de las preferencias de los espectadores? ¿Quiénes son los actores involucrados en este fenómeno que parece no tener solución a pesar de estar viviendo un periodo de bonanza cinematográfica? Las respuestas a estas preguntas las obtendremos al analizar los datos que el 2016 nos ha dejado, empezando por la presencia en el mercado y la asistencia que cada distribuidora de películas amasó durante el año.
Las distribuidoras son las encargadas de distribuir las películas entre los cines, así como ayudar a elegir la fecha de estreno propicia, la magnitud del lanzamiento y seleccionar las ventanas publicitarias indicadas para acercarse al público objetivo que le corresponde a cada film (EnCinta, 2014). Como se ve, las distribuidoras son un eslabón vital en la vida de una película y, tal como lo muestra el cuadro anterior, casi la mitad de los estrenos del 2016 no contaron con él.
La primera conclusión que se puede sacar de estos cuadros es que la carencia de una distribuidora parece condenar a una cinta peruana a lo más bajo de los ránkings de asistencia y, en consecuencia, a una cortísima estancia en los multicines. Salvo por «Solos» (distribuida por Tondero) y «La Deuda» (distribuida por UIP), todas las películas que no lograron alcanzar los 10 mil espectadores en el año fueron distribuidas independientemente.
Entonces ¿son los distribuidores los villanos responsables de que el cine arte sea tan poco visto? Pues no podemos asegurar algo así, salvo el caso de Juan Daniel F. Molero (Videofilia y otros síndromes virales), donde hubo un acuerdo de palabra no respetado con una distribuidora, no podemos acusarlas por no dar cabida a una cinta que consideran no les va a presentar beneficios económicos. Junto con ello, la carencia de distribuidoras no es una condena absoluta, después de todo, hay dos películas en el bloque de cine arte que sí contaban con ellas y eso no las salvó de una corta estancia en los multicines.
Eso podría indicar que los verdaderos responsables de este escenario son los propios multicines, el episodio de «Solos» es suficiente para evidenciar una actitud abusiva frente a cintas peruanas no comerciales. Pero los multicines actúan bajo un promedio de sala, una cantidad de espectadores que cada estreno debe alcanzar o sobrepasar en su primera semana para poder asegurar su permanencia a lo largo del tiempo, modelo que funciona de maravilla para los otros estrenos peruanos.
Evidentemente, el retirar una película luego de 1 día no respeta el funcionamiento del promedio de sala (ya que este mide la asistencia del primer fin de semana), pero salvando ese caso (y el del documental Rodar contra todo), las otras películas que tuvieron un paso fugaz por los multicines cumplieron su semana y luego fueron retiradas.
Entonces ¿es culpa de los directores, quienes han realizado cintas que no empatan con los gustos de los asistentes a los multicines? No. Un director es libre de realizar el cine que desee, sea cine comercial o cine arte, y el medio en el que lo exhibe debería presentar una plaza donde el público al que se dirige pueda consumir su película.
Todo esto nos deja exactamente donde empezamos: sin responsables y solo con la certeza de que algo anda mal. Así que para no irnos con la sensación de que este acápite ha sido un tributo a la futilidad, tenemos que recurrir al márketing y a una de sus herramientas más elementales: las 4 p (producto, plaza, promoción, precio).
Iniciemos estableciendo que no hay villanos aquí. Sí, hay casos puntuales de abuso en el que están involucrados los distribuidores y los cines (Videofilia, Rodar Contra Todo, Solos) y no haría daño que los directores tengan un poco más en mente al público cuando realizan sus cintas, pero obviemos esto por unos momentos.
Partiendo de esa base convengamos que nos encontramos en un escenario donde un producto (cine arte) no cuenta con la promoción adecuada (principalmente por la carencia de capital y no contar con una distribuidora) y no puede adecuarse a los requerimientos que su plaza de exhibición le exige (estamos hablando de cintas que aspiran atraer a 50 mil personas a lo largo de su temporada de exhibición. Los multicines pueden pedir la mitad de eso tan solo en un fin de semana).
La solución a este escenario, entonces, debe partir desde esa perspectiva y puede manifestarse a través de una mejor promoción para que la cinta y su contenido sean de conocimiento de la mayor cantidad de público posible antes de su estreno (modelo que aplicó El Soñador con su estupenda campaña en redes sociales y concurso de cortometrajes). Junto con ello, se presenta la opción de que los cines adapten sus espacios para recibir a cintas que no pueden tener llegada a un público masivo, tal como las salas de “cine arte” de UVK.
Si bien las soluciones propuestas pueden pecar de cándidas (no todos cuentan con el capital para la promoción con el que contó El Soñador y aún contando con él no se pueden asegurar grandes cifras), estas intentan exponer que este problema debe abordarse necesariamente desde el márketing y dejar de culpar a los actores involucrados en el medio cinematográfico si se espera llegar a una solución.
Sí, hay casos de abusos que deben ser denunciados y corregidos, pero también existe la necesidad de comprender cuál es la plaza ideal para una película, la necesidad de que haya políticas que permitan la creación de dichas plazas y así construir un ambiente donde sea rentable o medianamente atractivo para una distribuidora apostar por el cine arte, el cuál debe estar más cerca del público y un poco menos refugiado en la cosmovisión de los creadores (no olvidemos que el arte también es un producto que puede venderse).
Enfocando el problema desde esa perspectiva podremos dar los primeros pasos hacia un medio cinematográfico sin abusos y donde todo el público pueda consumir el cine de su preferencia equitativamente.
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