El espacio parece ser el dueño del tiempo en los Andes
«Kukuli» (1961)
El proyecto de Wiñaypacha de Cine Aymara Studios ganó en 2013 el concurso exclusivo para regiones (con excepción de Lima Metropolitana y Callao) convocado por el Ministerio de Cultura para proyectos de largometraje. El filme, íntegramente hablado en aymara, se estrena esta semana en el Festival de Lima dentro de la muestra Hecho en el Perú. Su director, el puneño Óscar Catacora, ha destacado por la realización de cortometrajes y un mediometraje, «El sendero del chulo» (2007), que dirigió a los 19 años.
En «Wiñaypacha», Willka y Phaxsi, dos ancianos aymaras, viven en un lugar remoto de los Andes, donde subsisten con escasos alimentos, crían unas pocas ovejas y esperan el retorno de su hijo Antuku, quien partió hace muchos años del hogar.
La dimensión mítica del relato surge naturalmente de una puesta en escena casi enteramente realista que parte de la quieta observación de los actores en sus ritos y actividades cotidianas, y por la verdad que ellos ofrecen con su sola presencia: hay, por ejemplo, un potente primer plano de los arrugados rostros de Willka y Phaxsi como esculpidos en un fondo de piedras con las que parece pronto se fueran a fusionar, y otro de los pies de Phaxsi que revelan el tránsito de toda una vida que se dirige a un final que es solo aparente. La decisión de contar con actores no profesionales es, por supuesto, una elección estilística, como también lo es el empleo de la luz y los escenarios naturales.
El filme tiene un gran rigor formal. Los elementos de la naturaleza son tratados por los personajes como seres vivos, y el director de la película contribuye sutilmente a dotarlos de alma con la composición de los encuadres. Así, en una escena, las montañas nevadas son fotografiadas frontalmente de modo tal que representan apus que impiden el paso a Willka, quien se dirige al pueblo a comprar fósforos. Son los mismos apus quienes antes, en la lectura de la coca, han revelado a la pareja que una desgracia ocurrirá y les rondará la muerte; son también los que hacen descender el agua para la vida, y originan los vientos que conducen el destino de los hombres. En otra escena, Phaxsi llama al “joven viento” a que se encuentre con “la señorita helada”, le dice que venga soplando y bailando, y el viento –sorprendentemente- llega y permite esparcir las semillas; pero el viento también sopla la hoguera y origina el incendio de la casa, precipitando la desgracia anunciada por la coca.
La película presenta, por ejemplo, un potente primer plano de los arrugados rostros de Willka y Phaxi como esculpidos en un fondo de piedras con las que parece pronto se fueran a fusionar.
En el filme no se ha empleado un solo movimiento de cámara. Los encuadres fijos se hallan inspirados en Ozu (es evidente la influencia de «Viaje a Tokio» – [Tokyo Story, 1953]), pero recuerdan asimismo a las películas de John Ford. Los nevados y las rocas representan a lo inmutable que está más allá del tiempo mientras que las cascadas y riachuelos, así como los movimientos de animales y seres humanos, aluden al tránsito vital y el perpetuo movimiento de la naturaleza. Catacora reconoce también la influencia de Kurosawa, en cuyas películas todo se mueve, especialmente el fuego, el aire, el agua y la neblina. En el movimiento final de Phaxsi, ella va a sumergirse apaciblemente en la tierra y las montañas, es decir, va a pasar a la eternidad.
El ángulo de las tomas es casi siempre normal bajo, a la altura de los personajes que, sentados en el suelo, almuerzan, tejen o conversan, y busca la empatía con ellos, una vez más siguiendo a Ozu, pero también semejando la mirada de un niño que observa con respeto a los mayores (1). En unas pocas ocasiones se emplean ángulos picados de modo clásico, ya sea para aludir al punto de vista de los apus, ubicar la vivienda de la pareja (iluminada cálidamente en el frío y rudo paisaje), o subrayar la agonía de Willka. La duración de los encuadres es larga y permite notar el paso del tiempo, tan importante en un filme sobre la vejez y la espera.
La dureza de la sobrevivencia de los ancianos se expresa en la desolación del escenario rocoso, en la nieve y la tormenta, en la precariedad del ganado y la vivienda, amenazados por el zorro y el fuego, en el inevitable sacrifico de animales a quienes Willka y Phaxsi llaman también sus hijos.
Los encuadres fijos de «Wiñaypacha» se hallan inspirados en Yasujirô Ozu, pero recuerdan asimismo a las películas de John Ford.
El filme recuerda a «El caballo de Turín» de Béla Tarr, en cuanto trata de una pareja rural muy pobre (padre e hija en el filme de Béla Tarr, marido y mujer en el de Catacora) y aislada, acosada por la muerte en medio de un territorio agreste, un clima adverso y malos presagios. La cosmovisión, sin embargo, es otra. En «El caballo de Turín» el final es la oscuridad total, el silencio absoluto y la desintegración en la nada, mientras que en «Wiñaypacha» el final se vislumbra como la reincorporación al todo.
«Wiñaypacha» es una película áspera, bella y austera. Llama la atención que no esté representando al Perú en la competencia oficial del Festival de Lima.
(1) Óscar Catacora comenta en una entrevista concedida a Cinencuentro que el filme se basa en la experiencia que tuvo al vivir con sus abuelos cuando era niño.
Extra: Sobre «Wiñaypacha» y «Kukuli»
Óscar Catacora menciona a Kukuli (1961) de Villanueva, Nishiyama y Figueroa entre sus influencias. Sin embargo, «Kukuli» y «Wiñaypacha» son películas muy distintas, lo que no quiere decir que no puedan dialogar entre ellas. Al comienzo de «Kukuli» se observa a dos ancianos campesinos muy pobres delante de su cabaña, que despiden a su nieta Kukuli, una joven que irá a una fiesta y encontrará marido; solo se quedan con una niña muy pequeña. Los ancianos son actores naturales, campesinos del lugar, y el registro documental que se hace de ellos, aunque breve, es impactante; he allí la influencia más notoria de «Kukuli» en «Wiñaypacha». Sin embargo, Kukuli, la protagonista del filme, es interpretada por Judith Figueroa, hermana de una de los directores y descendiente de una familia de hacendados, una misti; en cambio los protagonistas de «Wiñaypacha» son actores naturales, dos ancianos aymaras. Esto no solo otorga mayor verosimilitud al relato, sino que es parte de una propuesta formal.
En «Kukuli» es clara la influencia del cine soviético, el montaje contribuye a crear una realidad autónoma, un espacio y un tiempo míticos; «Wiñaypacha», en cambio, se halla influenciada por el cine de la modernidad, el registro prolongado del espacio permite percibir el transcurrir de un tiempo profundamente ligado a él. En cuanto al tratamiento del sonido, aunque los diálogos son en quechua, en «Kukuli» destaca la voice over en castellano de un narrador profesional que conduce el relato y emite un texto escrito por un autor limeño (Sebastián Salazar Bondy); en «Wiñaypacha» predomina el sonido recreado de la naturaleza, es decir, el del espacio donde se desenvuelven el tiempo y los personajes; solo en una ocasión el sonido remite a otro nivel de realidad, el del sueño de Phaxsi, cuando escuchamos el llanto de un bebé. En «Wiñaypacha» no es pues la voz omnisciente (sin cuerpo y cuasi divina) del misti la que se escucha, sino los ruidos del viento, el agua y el fuego, como si se tratara de las voces de los apus. El punto de vista es, pues, otro. «Kukuli» es un filme reivindicador de la cultura indígena desde un punto de vista de intelectuales y artistas andinos urbanos, quienes pretenden asumir un rol hegemónico dentro de determinado modelo de nación; se halla aún dentro de los márgenes del indigenismo. «Wiñaypacha» es el filme de los hijos y nietos de quienes el indigenismo pretendía representar.
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