Seductora película de Sofia Coppola, que también podría ser sugerente, inquietante, tensa, siniestra o encantadora; dependiendo tanto del momento en que se desarrolla la trama como de situaciones que acumulan algunos y –finalmente– todos estos adjetivos. Transcurre durante la guerra civil norteamericana en un internado femenino ubicado en una zona rural de Virginia. Virginal casona donde un grupo de siete mujeres sureñas descubren y acogen a un soldado yanqui herido. A partir de este hecho se suceden una serie de acontecimientos que describen un arco que va del eros al tánatos.
La cinta transcurre en una sola locación: una finca sureña y sus alrededores, y está filmada con una fotografía de claroscuros y tenues difuminaciones para soportar un relato cargado de insinuaciones inequívocas y sugerencias equívocas bajo las que terminan guiándose los personajes. Salvo por los aspectos de reconstrucción histórica y vestuario es una película realizada con bastante economía de medios y con un guion impecable, en el que no parece faltar ni sobrar nada.
El internado es un espacio totalmente femenino conducido por su directora Miss Martha Farnsworth (Nicole Kidman) y una profesora, la señorita Edwina Morrow (Kirsten Dunst), acompañadas por Alicia (Elle Fanning), una alumna adolescente, y cuatro niñas, una de las cuales, Amy (Oona Laurence), descubrirá en los alrededores al cabo John McBurney (Colin Farrell) herido en la pierna y desertor. Esta comunidad femenina exhibe rasgos profundamente conservadores con un (por momentos aparente) respeto por las jerarquías y la autoridad representadas por la directora. Sin embargo, ante la presencia del herido, todas, inclusive las más pequeñas, buscan ayudar y cuidar del joven. Y las mayores no pueden evitar sentirse atraídas por el deseo y hasta ofrecerse al fugitivo. Este, a su vez, se muestra amable, sincero y –de esta forma– seductor. Pero, al mismo tiempo, esa transparencia sugiere una personalidad inescrupulosa y manipuladora; la que es tolerada, más o menos conscientemente, por las mujeres.
Lo fascinante es que nada de esto se exhibe directamente. Este juego de atracciones se sugiere de distintas formas (alusiones, gestos, miradas, silencios) y con intensidades graduadas y adecuadas a la motivación y perfil de cada personaje. Y, como es inevitable, ese juego se precipita provocando un giro inesperado en el que se genera una nueva situación en la cual lo que era sugerido por la personalidad del visitante se hace evidente. Nueva situación en la cual –sin cambiar en absoluto los códigos de conducta de la mayoría de mujeres– se inicia otro tipo de seducción, más bien siniestra (pero justificada), que nos conducirá a un sorprendente desenlace. En esta nueva etapa los elementos de insinuación –aunque en menor número– se mantendrán y serán acicateados por los variables cambios de humor del visitante.
La regla en toda esta narración es la ambigüedad emocional y moral de los personajes. Todas las formas y hábitos de la comunidad, que al inicio están dispuestos al servicio del visitante luego se trastocarán al percibir el grupo que su sobrevivencia está en juego. Sin embargo, ese riesgo estuvo presente desde el mismo momento de la aparición del cabo McBurney, lo que hace que el repertorio de sugerencias lleve la ambigüedad a un plano estructural: el resquebrajamiento moral, de un lado se profundiza, mientras que de otro –y en paralelo–, los patrones morales se reconstituyen e incluso absorben y utilizan tal requiebro en su beneficio. De esta forma, lo que inicialmente puede parecer un coqueteo se vuelve una amenaza, inicialmente conjurada, que luego se trastoca en una venganza implacablemente ejecutada; la que finalmente –como solución racional y necesaria– resulta también irónica y con ribetes de humor negro.
La película puede ser vista como una «sacada de vuelta» al patriarcalismo a partir de la solidaridad femenina. El visitante, en su condición de macho seductor, puede ejercer su poder y obtener sumisión y gradual atenciones y placer de las mujeres. Estas, a su vez –y siempre en acatamiento de una visión patriarcal–, se ponen al servicio de varón recién llegado empujadas por el deseo sexual y el apareamiento. Al mismo tiempo, lo agasajan ejecutando para su cuidado y protección todas las labores domésticas que el machismo asigna a las mujeres en el hogar. Pero cuando estas deben tomar decisiones drásticas –pero racionales– para la preservación del macho dominante, este genera reacciones irracionales que desestabilizan todo el sistema (su sistema) de poder y lo pone en riesgo. Y pese a que finalmente el visitante parece lograr cierto equilibrio a partir de la autoentrega de una de las hembras, su credibilidad y legitimidad han sido erosionadas. En tal contexto, la solidaridad femenina actúa para restablecer el orden y seguridad del grupo; todo esto sin variar formalmente los patrones nominales de autoridad y jerarquía (patriarcales).
Como plus podemos mencionar que la notable fotografía de Philippe Le Sourd, aunque apoya a las mil maravillas la ambivalencia moral de los personajes y situaciones, no llega a crear un clima de misterio debido a la elegante producción artística y el talento de Coppola para recrear universos femeninos en los que el encierro –físico y/o emocional– no impide el surgimiento de múltiples sentidos que desnudan el atado de contradicciones que afloran en el comportamiento humano ante situaciones límite, como la guerra. En suma, una película fascinante, redonda, en la que la acción dramática explícita se enriquece con elementos de sugerencia que rescatan, a través de la ambigüedad, los entresijos de las relaciones de poder y de género. Altamente recomendable.
El seductor
EEUU, 2017, 93 min.
Dirección: Sofia Coppola
Interpretación: Nicole Kidman (Miss Martha Farnsworth), Kirsten Dunst (Miss Edwina Morrow), Colin Farrell (cabo John McBurney), Elle Fanning (Alicia), Angourie Rice (Jane), Oona Laurence (Amy), Emma Howard (Emily) Addison Riecke (Marie). Fotografía: Philippe Le Sourd. Guion: Sofia Coppola.
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