Retablo se estrenó el 19 de febrero, a media tarde, en el Zoo Palast de Berlín, un lugar histórico donde la técnica más moderna de proyección y un homenaje viviente a las grandes salas de los años 50 y 60 se encuentran. La sala está llena, una cierta tensión se siente en el aire. ¿Qué habrá motivado a estos cientos de personas a ver la única película peruana en la Berlinale? ¿Sabrán lo que es un retablo ayacuchano? ¿Entenderán algo de quechua?
En medio de estas preguntas, las luces del techo arqueado de este coloso se apagan. Se oye un bullicio y luego, una sola voz en un bello quechua chanka, que nos describe una imagen sin que la podamos ver. Esta es la voz de Segundo Paucar (el nuevo talento ayacuchano Junior Béjar Roca) que describe una de las familias que su padre ha de eternizar en un retablo. Segundo menciona sobre todo los detalles más pequeños, tal vez aquellos que el ojo inexperto no notaría.
En otra escena entramos al taller de Noé Paucar (interpretado por el puneño Amiel Cayo), un lugar que hace recordar a una tienda de artesanías. Las paredes cubiertas de retablos de todos los tamaños, bañados en luz natural. Segundo Paucar, al igual que la cámara a lo largo de la película, presta mucha atención al detalle. El filme está completamente narrado desde la perspectiva del adolescente, y acompañado de una música de cuerdas andinas que van directo al corazón (y lo digo no solo por que yo provenga de la sierra).
Segundo Paucar tiene una conexión muy fuerte con su padre. La admiración que siente por él se expresa en la ternura de sus palabras, en sus grandes ojos negros, impacientes al igual que sus manos, por aprender de su gran maestro. En cierto momento, vemos a Magaly Solier aparecer por primera vez en la película, ella es Anatolia, la madre de Segundo y esposa de Noé. En los ojos y la voz de Anatolia sale a relucir el amor infinito que siente por su hijo. En su sonrisa y sus gestos se expresa la bondad del corazón de madre. En su actitud a veces severa, la historia de una mujer que no ha tenido una vida fácil.
En detalles aparentemente simples como un almuerzo, una cama, una ventana de madera y unas cuantas flores, «Retablo» cuenta, con una fotografía exquisita, la vida y los ritos de esta humilde familia en la comunidad de Llunchi, en Ayacucho. Nos muestran su rutina diaria, su fuerza, sus alegrías y también su pobreza. Acompañado va todo esto de las tradiciones típicas de la zona, como el carnaval y el fuerte lazo entre los miembros de la comunidad. Todos se conocen y la familia Paucar goza de una cierta admiración por el oficio de Noé, él es el artista de la comunidad.
En medio de la intimidad de una casa de adobe donde no hay secretos, la armonía natural empieza a turbarse. Segundo, quien al principio no escatima en muestras de profundo amor y admiración para con su padre, cambia su actitud de un día para otro, después de descubrir algo que su padre nunca quiso contarle. Segundo se encuentra entonces en una encrucijada, su madre se da cuenta de que algo ha cambiado, pero Segundo decide no hablar. En una comunidad donde todo se sabe, la verdad no demora en llegar. Un doloroso final que pondría a prueba a cualquiera de nosotros muestra que las convenciones pueden llegar a ejercer una presión más que dañina para el individuo. Pero también que el corazón de un adolescente puede ser fuente de una fuerza inconmensurable.
Un día después de la proyección, pude conversar en extenso con el director, y con sus actores:
Álvaro, ¿has estudiado psicología como un paso previo al cine?
No, yo soy psicólogo organizacional. El cine lo hacía en paralelo. Claro, la psicología ayuda un montón cuando estás en un set haciendo un proyecto como este, al ver cómo convives con tanta gente, cómo los organizas para comunicar bien lo que quieres hacer.
Nunca he estudiado cine, llevé un curso de un mes en el London Film School para tener una noción del campo. Desde los 17 años siempre me llamó mucho la atencion el cine. Lo que yo hacía era comprarme los DVD y los guiones, y veía la película con el guion en la mano. Así entendía cómo se escribía por lo menos el esqueleto de una película. Así empecé a escribir varios cortos. Y un día me dije, con tantos guiones escritos, ¿por qué no te tiras a la piscina y los haces? Claro, siempre tienes ese primer miedo por no haber estudiado, pero lo interesante del cine es que también lo aprendes en la cancha. Y si te rodeas de un grupo de talentos bien bacanes, te puede salir algo bueno. Curiosamente, para hacer “Retablo” vengo trabajando con el mismo equipo técnico de mis primeros cortos, he crecido con ellos. Mi primer corto se llama “¿Me puedes ver?”, el segundo “El acompañante”, que se estrenó en Sundance y le fue muy bien. Allí nos ganamos una beca del instituto de Sundance para desarrollar “Retablo”, eso fue en el 2013.
¿Qué contenía esa beca?
Incluía un proceso en el Screenwriters Lab (Laboratorio de guionistas). Te internas ahí tres semanas, doce mentores trabajan solo contigo y con tu proyecto. No te dicen si está bien o está mal, sino que se meten a tu mundo para hacerte las preguntas más complejas, para tratar de definir contigo qué es lo que realmente quieres contar.
Yo tenía este guión de 120 páginas y después de todo el proceso me quedé con un solo párrafo (ríe). Había una sensibilidad en ese párrafo, todos me decían: “Esto es realmente lo que quieres contar”. Ese párrafo era bien parecido a “El acompañante”. Ese corto también trata una relación de padre e hijo, pero era en realidad sobre cómo a veces estamos en relaciones complejas, ya sea de pareja, o de hermanos, de las cuales queremos salir para buscar nuestra libertad, pero la dependencia es más fuerte y manejar eso es complicado.
Mis asesores del laboratorio me dijeron que esa sensación era el núcleo, la base sobre la cual debía trabajar. En base a esto me puse a trabajar el nuevo proyecto, tuve la suerte de hacerlo con Héctor Gálvez, y poco a poco me salió “Retablo”.
¿Cuál fue tu primer contacto con un retablo?
Hace siete años, en uno de mis proyectos como psicólogo organizacional, trabajaba en una minera. Ahí conocí a un operario muy interesante que me contó de su primo que trabajaba con los retablos, y me quedé con esa idea. Regresando a Lima me contaron del libro “Santero y caminante” de Jesús Urbano Rojas y Pablo Macera. Lo leí, y leugo me fui a Ayacucho con mi mochila. Me llamaba la atención el retablo como un portal de vida, como una representación de la vida cotidiana y de lo religioso. Pero también en cómo se le utiliza para representar algo que ha ocurrido. Creo que el cine también es eso, se retratan imágenes de algo que quieres contar, o de una ficción. Por otro lado, mientras más te adentras a un retablo, te das cuenta que ciertas cosas que dabas por hechas no son lo que parecen. Esto hacía que me pregunte cómo es que a veces vemos las distintas realidades, pero no nos damos cuenta de lo que realmente son.
¿Cómo has logrado alcanzar en “Retablo” ese grado de intimidad con un escenario que es tan propio del ande, a pesar de no haber crecido con estas tradiciones?
Hacer una película es un trabajo totalmente colaborativo. En “Retablo” tuvimos la gran oportunidad de tener actores de Ayacucho y de Puno, que traían sus conocimientos para enriquecer el proyecto. Nosotros teníamos clara la historia, el reto era darle autenticidad. Ahí Magaly aportó muchísimo, Amiel Cayo y Junior Béjar también. Los tres hablan quechua en su casa. Los actores secundarios son de Ayacucho, y también hay personas claves del equipo técnico que son de la zona. Todos estos recursos ayudaron para tener una mirada más holística del tema que quisimos abordar con respeto. Sin embargo, debo recalar que «Retablo» es una ficción, no un documental. Lo que queríamos era retratar esta historia desde el punto de vista de un adolescente.
Lo que me empujó a hacer el proyecto fue explorar cómo Segundo Paucar, un chico de 14 años, idealiza a su padre y ve la vida a través de sus ojos. La pregunta que me hacía era: ¿Qué es lo que tiene que pasar para que él encuentre su propio punto de vista?, junto con toda la complejidad que uno tiene que pasar para encontrar su propia identidad. Es un proceso muy complicado y creo que todos hemos pasado de alguna manera por algo parecido. Situar el contexto en el que estábamos dentro de esa estructura, es algo que aprendí mucho de mi equipo.
► Vean parte del Q&A luego del estreno de «Retablo» en la Berlinale:
¿Por qué te interesa particularmente la relación padre e hijo?
Desde que estudié psicología siempre me han llamado la atención las relaciones humanas y lo complejas que son. Sobre todo en el contexto paterno filial. Mi primer corto trataba la relación de una madre con su hijo, de ahí pase a al relación padre e hijo, me gustaría en otro momento explorar la relación de una madre con su hija. Al crecer, de alguna u otra manera, uno siempre idealiza a sus papás y obviamente ellos no terminan siendo como te los imaginaste y eso te rompe el corazón. Pero eso es un proceso de aprendizaje y tienes que aceptarlos como son, es parte del crecimiento.
Cuando el secreto de Noé sale a la luz, los miembros de su comunidad reaccionan con furia. Eso no solo pasa en la ficción, sino a diario en distintas partes del mundo.
Yo creo que a todo ser humano, lo que es diferente o lo que da miedo le genera una reacción. Esa reacción se puede dar de muchas formas, pero me gustaría separar un poco entre las posibles reacciones y lo que es violencia. La violencia es normalmente un abuso de poder. Quién decide que está bien o está mal. Creo que lo que está detrás de la película es en verdad un conflicto entre la tradición y la modernidad. A veces esa convivencia es difícil de entender, de aceptar.
Junior, cuéntanos algo sobre ti.
Junio Béjar: Tengo 18 años y vengo del legendario distrito de Morochuco de Pampa Cangallo en Ayacucho.
¿Cómo es que conoces a Álvaro y decides convertirte en Segundo Paucar?
Todo empezó cuando estaba en cuarto de secundaria del colegio Mariscal Cáceres de Ayacucho. Eduardo Camino y Norma Acosta vinieron un día a buscar chicos para el casting. Varios de mis compañeros levantaron la mano y yo también, por metiche, levanté la mano.
Ah, ¿no era que realmente tenías ganas de actuar?
No, nunca en mi vida había pensado en actuar. Levanté la mano para ver cómo era. Allí empezó todo. Me sacaron del salón, me entrevistaron. Yo tenía miedo, no sé de qué. Creo que era miedo de meterme a este mundo. Llegué a casa, le conté a mi mamá que estaba asustado. Mi mamá estaba tranquila, me llevó al casting y no encontrábamos el lugar que nos habían indicado. Yo estaba más calmado, “entonces ya no vamos, regresémonos”, pero mi mamá insistía y yo tenía que ir atrás de ella nomás. Y bueno, como en cada cosa que hago doy lo mejor de mí, en el casting hice lo que me pidieron, con muchas ganas. En realidad no sé que habrán visto en mí, y quedé como finalista (ríe).
Nunca antes has participado en una película y sin embargo tu actuación es impresionante. ¿Hay algo en especial que te ha ayudado a lograrlo?
Mucho entrenamiento y práctica, nada más.
¿Y qué les dirías a los jóvenes del Perú que tal vez ahora estén pensando en entrar al mundo de la actuación?
Junio: Más que en la actuación en particular, les diría en general que si tienen un sueño, luchen hasta conseguirlo. El trabajo y la constancia lo son todo para alcanzar lo que uno quiera.
Alvaro: Me gustaría agregar, en ese sentido, que a veces uno no sabe lo que la vida te puede traer. En el proceso de casting, algunos niños levantaban la mano y otros no. Yo creo que Junior no se imaginaba que, al levantar la mano, ese hecho le abriría una ventana completamente nueva. Uno tiene que estar abierto a todo. Si Junior no lo hubiera hecho, tal vez ni siquiera tendríamos esta película. Las cosas cambian en segundos.
Amiel, en tu caso, ¿cómo fue tu proceso de creación del personaje de Noé Paucar?
Amiel Cayo: Bueno, cuando a uno lo convocan para un proyecto de cine o de teatro, tienes que sumergirte en la historia. Allí hay un trabajo previo, un estudio sobre quién es el personaje, qué es lo que representa, su entorno cultural, esto incluye también explorar el mundo íntimo del personaje. Yo voy construyendo siempre historias paralelas, que no se ven en la película, pero se sienten en el personaje. Empecé entonces a fabular la vida de Noé, inclusive el vínculo que tiene con su esposa Anatolia, quien en la historia es muy joven para él.
Hago esto con cada personaje y viajo también a ver los lugares de grabación con anticipación. Lo mismo hice con Junior para involucrarlo también. Trabajamos muchos ejercicios, por ejemplo uno básico y muy lindo era ensayar los abrazos. Teníamos seis maneras diferentes de abrazarnos. Para “Retablo” era necesario tener una cercanía, una complicidad de padre e hijo. En la primera parte de la película se ve toda esa relación padre e hijo que poco a poco se va quebrando, a causa de un suceso contundente.
¿Cómo te ayuda en la actuación tu experiencia como creador de máscaras?
Cuando era adolescente trabajaba íntegramente como dibujante y pintor, luego voy al teatro y empiezo a hacer ahí mi carrera, dejando las artes plásticas. Pero dentro del teatro trabajo con el grupo Yuyachkani, quienes tenían un taller de máscaras. Esto me llamó mucho la atención y empecé a aprender a construir máscaras. Yo vengo de Puno y allá la mayoría de las fiestas se hacen con máscaras. Es un elemento importante de la identidad altiplánica. La máscara es un elemento plástico, pero al mismo tiempo un elemento escénico. Ahora llevo más de 20 años trabajando con las máscaras y tengo un reconocimiento de maestro en Perú.
Creo que para la película, una de las cualidades que los directores de casting vieron en mí fue precisamente esta actividad como artista plástico. Pues obviamente los retablos son un trabajo que requiere mucha sensibilidad para entender ese mundo, el trabajo con las manos, saber cómo utilizar los materiales y las herramientas. En el proceso de casting me encontraron, y luego se pusieron la tarea de encontrar a alguien que, para actuar en el papel de mi hijo, cumpla con los requisitos necesarios, sobre todo la semejanza física, el hablar quechua, etc. Esta elección salió tan bien que mucha gente nos pregunta si somos padre e hijo de verdad.
Junior, ¿es cierto que tuvieron un maestro retablista quien les enseñó las técnicas necesarias para este oficio?
Sí, yo tuve clases con el maestro retablista ayacuchano Julio Urbano. Durante un mes y medio iba todas las mañanas a su taller. Al final terminé haciendo un retablo propio.
¿Y tú, Amiel?
Antes de empezar con el proyecto ya había investigado bastante sobre este mundo de los retablos y su origen. Varios años atrás conocí al hijo y la nuera de Joaquín López Antay y estudié el trabajo de este gran maestro. Siempre hay una cercanía entre nosotros, como imagineros que nos consideramos, en el mundo de las máscaras y el trabajo con imágenes de todo tipo. Es así que tuve un trabajo junto al maestro Santiago Rojas, en Cusco. Cuando Junior tenía sus clases con el maestro Julio Urbano, yo también iba a conversar con él, a hurgar un poquito en los secretos que cada maestro tiene.
Respecto al imaginario andino, ¿creen que el cine peruano representa adecuadamente a todos los que venimos de la sierra?
Amiel: Ahora están surgiendo muchos proyectos regionales con el apoyo de DAFO y otras entidades. Hay varias temáticas, pero muchas veces las películas no llegan a las masas, porque los canales de distribución son muy cerrados y elitistas. En casos como el de “Retablo”, y muchos otros proyectos regionales, a veces son propuestas más arriesgadas y tienen un valor artístico más logrado que otras películas comerciales. Yo creo que con esta película se va a plantear una nueva mirada al cine peruano.
Alvaro: En “Retablo” tratamos de representar de la manera más autentica posible lo que para nosotros es la película. Cuando entrábamos al contexto de Ayacucho tuvimos mucha suerte de que nuestro equipo conociese mucho de esto. En general, depende de cada proyecto, pero si uno trata de representarlo de la forma más honesta, es lo mejor que uno puede hacer.
Sería increíble que “Retablo” llegue a las salas comerciales. Yo creo que el cine es un mundo de distintos colores y gustos, hay que aceptar eso también. Lo interesante de esta película es que ahora va a empezar a llegar a otros mercados, a otros circuitos y países, pero nos encantaría que rompa el circuito de festivales y llegue a Lima, a Ayacucho y a otros lados del Perú y del mundo. Yo creo que hay un montón de historias en las distintas regiones de Perú, muy importantes, que son necesarias contar. Al igual que muchos artistas muy talentosos fuera de Lima, que necesitan un vehículo para contar sus historias.
Amiel, hay una escena tuya que es bastante fuerte en la película. ¿Fue chocante hacerla? Tomando en cuenta el contexto tan conservador de nuestro país.
En la cultura andina, a pesar de que hay cierta apertura ahora, está la huella que ha dejado el paso de la religión católica y la colonización que marcó con mucha fuerza al Perú. Todos los cánones europeos conservadores de aquella época se han impregnado en nuestra cultura. Ahora en Europa la gente ya está totalmente en otra etapa, pero en Perú prevalece esta actitud conservadora. Ese tema que se toca en la película es una lucha muy fuerte en diferentes aspectos, tanto en el ámbito social, político y cultural. Creo que la película va a tocar muchas heridas cuando se proyecte en Perú.
Álvaro, ¿estaba planeado grabar la película en quechua desde un principio?
Álvaro: No, el guion estaba en español. No estaba en nuestras prioridades hacerla en quechua. Pero luego pasaron dos cosas importantes. Cuando empezamos a hablar con Magaly Solier, ella fue la que nos empujó a arriesgarnos. En ese momento uno se pregunta como director, ¿cómo vas a dirigir en un idioma que no hablas? Y por el otro lado, cuando empezamos a ensayar, era bien bacán ver que la lengua materna de nuestros tres protagonistas era el quechua. Es un recurso que ellos traen al proyecto. Empecé a animarme al darme cuenta de que uno se siente siempre más cómodo en su lengua materna, los procesos son más orgánicos, más fluidos. Había una autenticidad más rica en esta constelación de papá, mamá e hijo cuando hablaban en quechua.
También contamos con la ayuda crucial de dos intérpretes, Wilker Hinostroza que nos acompañó en el rodaje, y Braulio Quispe del Ministerio de Cultura quien después hizo el chequeo final de todo lo que grabamos. En el rodaje, después de cada escena, hablábamos con el intérprete para ver qué cosas habían agregado los actores al guion, además porque el quechua es un lenguaje bien poético, te invita a ponerle más palabras descriptivas a las cosas. Lo que los actores decían eran a veces cosas más bonitas de lo que estaba escrito en el guion.
¿Cómo convencieron a la comunidad de Llunchi para que sea la locación principal de la película?
Ese también fue un proceso bastante orgánico. El pueblo de Llunchi es un espacio clave en la historia, pero también por temas de producción tenia que estar cerca a otras locaciones. Poco a poco comenzamos a convivir con la comunidad de Llunchi, creamos espacios para conocer a la gente. Al inicio fue dificil explicar lo que queríamos. Recuerdo que fuimos a visitar a la abuela de uno de los presidentes de la comunidad, y ella nos dio la primera venia para poder ir a la asamblea. También ayudó bastante que Magaly estuviera en el proyecto, ella conversó con la gente y poco a poco se fue construyendo la credibilidad y confianza necesaria. Al principio la comunidad era bien distante pero muchos terminaron siendo extras al final. Nos ayudaron en la construcción de varios sets. También contamos con la ayuda de Doctus, que es un grupo de médicos que fueron con nosotros a dar diagnósticos gratis y medicinas a la comunidad.
Y no solo fue el pueblo de Llunchi sino también de Soccos, donde grabamos las escenas de la festividad. En Huamanga también la gente fue muy generosa.
Por último, ¿qué efecto creen que va a tener la película cuando se estrene en Perú?
Álvaro: Aquí en Berlín muchas personas me han dicho que «Retablo» es una película que te deja con un montón de preguntas. Nos encantaría que ocurra lo mismo en Perú, estamos abiertos a todo. Hicimos tres presentaciones en el Festival de Lima el año pasado, ganamos un premio muy importante, y la reacción de las personas, tanto críticos como la audiencia, fue bien positiva. Ahora quisiéramos no solo quedarnos en Lima, sino ir a Ayacucho, a otros lugares, porque creemos que puede abrir el diálogo sobre temas importantes de tratar.
Amiel: Yo creo que como un trabajo artístico la película va a gustar mucho, por todo el tratamiento que ha tenido. Hay un tema que sí me preocupa, es el aspecto que conduce al quiebre de la historia en la película. Creo que eso va a tocar muchas heridas en el Perú. Yo estoy preparado para recibir todas las críticas que puedan surgir hacia mi personaje. Pero bueno, uno como artista ya está curtido para eso.
Alvaro: Creo que cuando se presenta un tema tabú, siempre movilizas muchas cosas en el espectador y nunca se puede satisfacer a todo el mundo. En nuestro equipo hemos respetado mucho el tema y la película, la hemos hecho con nuestro corazón y creo que es genuino el proceso que hemos tomado, la historia misma. Y estamos abiertos a todo, porque así es la vida.
Junior: Cómo dice Álvaro, el mundo no es solamente blanco y negro, tenemos que aceptar y querer a las personas tal y como son. Las personas no son solo como tú crees, sino que son de diferentes tipos. Todos somos hermanos y todos somos humanos, se trata de aceptarnos entre nosotros.
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