Dirigir una buena comedia negra siempre es difícil, especialmente cuando está basada en una historia real que, además de los momentos más graciosos, también requiere de cierta dosis de drama y realismo. Felizmente, el director Craig Gillespie (“Lars y la chica real”) lo ha logrado. Puede que “Yo, Tonya” no sea completamente verosímil —la película, como el título lo dice, está presentada desde la perspectiva de Tonya Harding, algo que el guión admite desde un principio—, pero al tratarse de un filme de ficción y no de un documental, no es algo que afecte demasiado al producto final. “Yo, Tonya” es una experiencia tanto hilarante como dramáticamente satisfactoria, un biopic poco convencional que se ve favorecido por excelentes actuaciones y una efectiva estructura tipo mockumentary.
Aquellos que, como yo, eran muy pequeños en el año 1994, recordarán poco o nada sobre el incidente en el que se vio involucrada la patinadora artística profesional Tonya Harding, pero no hay de qué preocuparse; la cinta se concentra mucho en dicho evento y lo desarrolla de manera clara, por lo que no es necesario tener un conocimiento previo sobre el personaje o sus circunstancias para entenderla. Pero si recuerdan algo del incidente, definitivamente podrán conectar más rápidamente con el filme, comparando lo que llegaron a ver en las noticias con la representación de Gillespie, su guionista, Steven Rogers, y Margot Robbie.
Harding (Robbie) quizo ser una patinadora de hielo artística desde que era pequeña, por lo que su madre, la fría LaVona (Allison Janney) decidió llevarla donde las mejores entrenadoras para aprovechar al máximo su talento. La historia de Harding, desde sus comienzos, hasta el incidente en donde se vio involucrada en el ataque a una de sus mayores competidoras, Nancy Kerrigan (Catlin Carver), es presentada en forma de mockumentary, lo cual le permite a los personajes hablar directamente a la cámara, tanto en entrevistas, como durante escenas comunes y corrientes.
A pesar de que dicho fallido ataque fue principalmente orquestado por su violento y estúpido esposo, Jeff (Sebastian Stan) y su amigo Shawn (Paul Walter Hauser), el escándalo fue suficiente como para meter a Harding en problemas, y para confirmar lo que muchas personas —incluyendo a los mismos jueces de todas las competencias en donde ella participaba, como las Olimpiadas— ya estaban predispuestos a pensar: que ella era “basura blanca”, una mujer que, a pesar de tener mucho talento, simplemente no merecía ser parte del mundo del atletismo, y mucho menos de la gimnasia artística.
Evidentemente mucho de lo que le sucede a Tonya en la película es presentado como una injusticia, lo cual no debería sorprender, considerando que la verdadera Harding fue una consultora en la producción. Pero esto no quiere decir que ella sea absuelta de toda culpa; es obvio, por ejemplo, que era incapaz de hacerse responsable de nada, y que siempre le echaba la culpa de todo a otras personas: a su madre, por como la crió, a su esposo, por malograr su carrera, y hasta a los jueces por jamás tomarla en serio. Por como el filme desarrolla la historia, muchas de estas acusaciones se sienten como ciertas, pero a la vez, uno no puede evitar sentir que Tonya también debió asumir algo de responsabilidad, algo de culpa.
Además, a pesar de que uno la apoya porque es una mujer extremadamente talentosa en el hielo —era la única competidora estadounidense capaz de realizar un Triple Axel—, Gillespie y compañía la caracterizan como alguien violento, vulgar, de mal genio, a quien no le importa lo que los demás puedan pensar sobre ella. En ese sentido, era la contraparte perfecta para Jeff: él le pegaba, pero ella le pegaba de vuelta, cosa que había aprendido de su igualmente agresiva madre. Su vida personal era complicada, y lamentablemente dejó que la afecte profesionalmente, cosa que se agravó incluso más durante el incidente.
A pesar de que, superficialmente, “Yo, Tonya” pueda parecer más una comedia que otra cosa —tiene momentos realmente hilarantes, la mayoría de humor negro—, la película funciona porque hay mucho contenido dramático debajo de lo aparentemente humorístico. Tonya es un personaje trágico, alguien que fue maltratado —a veces justa, pero también a veces injustamente— toda su vida, y que merecía más debido al innegable talento que tenía. Como personaje, Tonya es notable porque es una mujer que siempre se ponía de pie, sin importa cuántas veces la insultaban, botaban o trataban de arruinarla; ese tipo de resistencia es admirable, y la convierten en una protagonista fascinante y muy humana.
Margot Robbie es una revelación como Tonya Harding. Como muchos otros artistas atractivos antes de ella, se convierte totalmente en el personaje; tanto en apariencia —el terrible peinado, el maquillaje exagerado, incluso los brackets en cierto momento— como en actitud (por ejemplo, su obsesión con las groserías). Es una interpretación potente y creíble, a pesar que utilizó dobles en ciertas escenas —los efectos visuales utilizados para poner su cara en el cuerpo de su doble no siempre lucen del todo convincentes. Allison Janney es espantosa como su madre —aunque siendo un personaje tan caricaturesco, no sé si le hubiese dado el Óscar— y Sebastian Stan es un completo inútil como Jeff.
“Yo, Tonya” es mucho más que una simple comedia; el tono que maneja es un perfecto balance entre lo trágicamente chistoso y lo emocionalmente potente, y nos revela ciertos detalles sobre la historia de Tonya Harding que pocos hubieran podido descubrir a través de la cobertura periodística en los años 90. Las actuaciones son efectivas —siendo Robbie la que más resalta— y el estilo tipo mockumentary le otorga una estructura muy específica y efectiva a la película. “Yo, Tonya” funciona no solo gracias a sus revelaciones sobre la hipocresía de las organizaciones olímpicas o sobre el incidente con Nancy Kerrigan, si no también porque nos cuenta una historia muy humana, dramática, graciosa y entretenida.
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