Las road movies (o películas de carretera) suelen enfocarse más en el recorrido, que en el destino. El objetivo final de los personajes puede ser diverso, pero es en el camino que se darán cuenta de sus problemas, de su inmadurez, o hasta de algunos secretos que tenían bien guardados los unos de los otros. Se trata, pues, de un formato que le permite al guionista aislar a cierto grupo de personajes, obligándolos a expresar sus sentimientos, ya que tienen que compartir horas y horas de viaje en carretera. Puede que esto convierta a la película en un ejercicio de predictibilidad —se trata de un género que se ha visto muchas veces ya a lo largo de la historia del cine—, pero que a la vez, puede ser manejado de maneras relativamente innovadoras, dándole algún giro específico para que no se sienta como cualquier otro filme de similar corte.
Ese es el caso de “El abuelo”, la ópera prima del director nacional Gustavo Saavedra. Si bien la cinta trata sobre una familia —un abuelo, un hijo, y dos nietos— que acompañan al patriarca a visitar el pueblo donde nació —al cual no va hace varias décadas—, lo que Saavedra en realidad quiere hacer es crear conflicto entre estos personajes, e ir en contra del cliché del abuelito adorable. Es precisamente en la interacción entre los miembros masculinos de esta familia que está lo más interesante de la película; la revelación de secretos del pasado, los conflictos tanto internos como externos, el choque entre personalidades, y hasta una exploración del enojo y la frustración.
Carlos Vega interpreta a Crisóstomo, el abuelo del título. Está a punto de cumplir 80 años, por lo que le pide a su hijo, Alfonso (Javier Valdés) y a sus nietos, José María (Sebastián Rubio) y Santiago (Rómulo Assereto) que lo lleven a un viaje por carretera al pueblo que lo vio nacer, Huamachuco, el cuál no ve hace más de 70 años. La única condición para que esto suceda es que llamen cada cierto tiempo a la esposa de Alfonso, María Helena (Patricia Portocarrero) para asegurarse de que estén bien. Lo que la familia no sabe, sin embargo, es que el abuelo tiene entre sus planes mostrarles quien es él realmente, aunque esto signifique perderlos.
“El abuelo” comienza como una encantadora tragicomedia, la cual aprovecha muy bien la tensión entre los cuatro personajes masculinos para desarrollar momentos de incómoda comedia. El material es tratado con ligereza; al menos durante la primera media hora o cuarenta minutos de historia, uno siente que hay algo oscuro en el pasado de estos personajes, pero esto es dejado de lado para favorecer los eventos del presente. La química entre Vega, Valdés, Rubio y Assereto se hace notar, y Saavedra aprovecha muy bien los tiempos muertos —silencios incómodos, miradas robadas— para denotar lo torpe que es la relación familiar entre estos personajes, y lo fuera de lugar que se sienten tanto el hijo como los nietos en este viaje.
A mitad del recorrido el filme toma un carácter más serio, y Saavedra comienza a profundizar más en los personajes. El Santiago de Assereto tiene un rol más pequeño del que esperaba, pero me intrigó la manera en que exploran temas como el enojo, la frustración, la contención de emociones, y hasta la salud mental a través de él. José María es claramente la representación del director en la historia; es un estudiante de cine que no siente mayor conexión con su familia, pero que ha venido en el viaje con su cámara para grabar un documental sobre su abuelo. Y hasta cierto personaje secundario —del cuál no puedo escribir mucho— es utilizado como parte de un comentario sobre la discriminación en nuestro país, más específicamente, sobre la homofobia. Saavedra tiene mucho en mente, y aunque no desarrolla todos estos temas con la misma profundidad, convierten a la cinta en una experiencia mucho más rica.
A nivel técnico, “El abuelo” es sólida. Aprovecha muy bien los paisajes del norte de nuestro país, mostrándonos montañas, lagos y pueblos pequeños y atractivos, lo cual contrasta con mucho del conflicto que se hace evidente entre los personajes. Saavedra mueve la cámara únicamente cuando es necesario; favorece el movimiento —o la falta del mismo— dentro del encuadre por sobre movimientos de cámara innecesariamente vistosos; muchas imágenes resaltan debido a su simetría, lo cual podría remontar a muchos al cine de Wes Anderson (son más breves referencias visuales que verdaderas inspiraciones para la película como conjunto). Punto aparte para la banda sonora, llena de cuerdas y de melodías de guitarra muy pegajosas, la cual contribuye al tono supuestamente ligero de “El abuelo”.
Quizás sea porque yo sé que Carlos Vega (que en paz descanse) era colombiano, pero se nota por momentos un dejo o acento distinto en el abuelo. Fuera de eso, sin embargo, Vega da una excelente interpretación como el personaje del título, convirtiéndolo en un ser humano creíble, de carne y hueso, que no anda por rodeos, y que está tratando de solucionar algunos de los problemas que nunca se animó a confrontar en tanto años de vida. Como mencioné líneas arriba, el filme trata de ir en contra del cliché de abuelito adorable; no se trata de un hombre amargado ni mucho menos, pero ha cometido muchos errores en su vida, e incluso ahora que ha salido de Lima con su familia, los sigue haciendo.
Javier Valdés es igual de convincente como Alfonso —protagoniza una de las escenas más emotivas de la película; Rómulo Assereto interpreta a Santiago como una persona frustrada, con mucha ira contenida y problemas sin resolver (se da a entender que su madre se suicidó debido a una enfermedad que él de repente también tenga), y Sebastián Rubio da una interpretación delicada… quizá demasiado delicada. De los cuatro hombres, es quien destaca menos, precisamente porque tiene el arco menos desarrollado. Su trabajo no es malo, pero definitivamente le han dado el personaje menos intenso.
“El abuelo” es un proyecto de pasión, una cinta que se nota es muy personal para su director y guionista, y por la que luchó para que finalmente pueda ser exhibida en salas comerciales. De hecho, el proyecto ganó el premio de producción del Ministerio de Cultura del 2012(!), fue filmada un par de años después, y después tuvo que ganar el premio de distribución para que por fin podamos verla. El camino recorrido por Saavedra y su equipo para traernos “El abuelo” ha salido largo y arduo, pero felizmente tanto esfuerzo ha valido la pena. “El abuelo” es una película profundamente íntima, con mucho de decir sobre las relaciones masculinas dentro de las familias tradicionales limeñas, y con un tono aparentemente ligero, pero emotivo. Vean “El abuelo” en su primera semana de estreno no solo porque uno “debe” apoyar el cine peruano, si no también porque se trata de una destacable película.
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