A pesar de que se sabe bastante sobre la vida de Santa Rosa de Lima (o como era conocida antes de ser beatificada, Isabel Flores de Oliva), cabía la posibilidad de desarrollar una película sobre ella de diferentes maneras; después de todo, se puede pintar al personaje desde una perspectiva religiosa, por ejemplo, o de forma más realista, basándose en hechos históricos y no tanto en lo que la Iglesia Católica dice de ella. Pienso que esta “Rosa mística” de Augusto Tamayo, se queda en un punto medio entre ambas opciones; no logra humanizar del todo al personaje de Rosa, pero sí plantea ciertas situaciones y características propias del personaje de manera que su condición de santa (al menos en la película) se deje libre a la interpretación.
Se trata, pues, de un acercamiento intrigante al material, lo cual me permitió analizar al personaje de Rosa (nunca es llamada Isabel durante la película) más como una mujer devota, pero con los que aparentan ser problemas mentales, de los cuales se conocían poco en el siglo 17. “Rosa mística” termina siendo imperfecto pero interesante estudio de personaje, un filme que nos cuenta mucho sobre la vida de Rosa, cuestionando algunas de sus acciones, y mostrando otras de manera dura y fría para que el espectador termine por decidir qué es exactamente lo que piensa de ella. Se trata de una propuesta que podría terminar por enojar a ciertos públicos —al parecer por eso Tamayo decidió incluir un mensaje de advertencia al principio del filme—, pero que ayuda a que “Rosa mística” se convierta en un producto superior al promedio de películas del género.
La talentosa Fiorella Pennano interpreta a la primera Santa de América. Desde un inicio, uno puede notar su impresionante devoción a Dios, siempre dispuesta a orar, ayunar, e ignorar a los hombres que quieren casarse con ella. De hecho, su aislamiento termina por preocupar mucho a su familia —su padre, Gaspar (Miguel Iza), pretende darle su espacio, pero su madre, María (Sofía Rocha), tiene mucho menos paciencia, y hasta le ofrece convertirla en monja y meterla en un claustro, cosa a la que ella se niega. Es a través de la interacción con su familia, con sacerdotes que la aconsejan (Alberto Ísola, Herán Romero, Jorge Chiarella, Bruno Odar), y luego, con la gente a la que tanto quiere ayudar, que vemos la importancia que tuvo Rosa en la sociedad limeña del siglo 17, y los extremos a los que estaba dispuesta a llegar en nombre de su devoción.
Fiorella Pennano está excelente como Rosa, y de hecho, por momentos es ella sola quien carga la película sobre su hombros. Tiene momentos brillantes: su primera reacción de éxtasis en su interacción con un crucifijo; sus gritos hacia un viejo en el que cree ver a Satanás; sus actos aparentemente bondadosos en el hospital. Pennano no se deja opacar por los actores de mayor trayectoria que conforman el reparto secundario. Su dedicación al rol de santa es admirable, y definitivamente rinde sus frutos.
De hecho, su trabajo de interpretación complementa a la perfección a la caracterización que Tamayo ha decidido darle a Rosa, una interpretación muy personal de esta figura por parte del experimentado cineasta. Muchos han clasificado a Rosa como una enferma mental (cosa que no es tan difícil de creer), mientras que otros creen en lo que ella decía ver y escuchar; aunque Tamayo nunca manifiesta estar de acuerdo con cualquiera de estas dos posturas de manera demasiado evidente, desarrolla al personaje de tal manera —no le otorga mucha divinidad, de hecho— que uno se inclina por lo primero.
Consideren las secuencias donde vemos sus reacciones —casi de poseída— a las oraciones que le dedica a Jesús. O la manera en que manipula descaradamente a sus padres, apelando al sentimentalismo con su padre, e irritando a su madre. Se trata de una combinación interesante de devoción religiosa y hormonas adolescentes —al menos durante las primeras escenas— que convierten a Rosa en una figura amable y dedicada, pero también caprichosa y dubitativa. La Rosa de Pennano está llena de contradicciones, una mujer tan humana como uno podría esperar, pero carente de motivaciones claras, como para que uno pueda terminar de entenderla. Nunca se explica bien, por ejemplo, exactamente por qué se niega a ser monja de claustro.
Al incluir distintas fuerzas opuestas o partidarias de Rosa, la cinta le permite a uno encontrar una interpretación relativamente balanceada de su historia. Sus padres, por ejemplo, están frecuentemente criticando sus actos y su fe extrema, mientras que en cierta instancia, la futura beata encuentra una mujer que apoya —algunos dirían que funciona más como una “habilitadora”— su forma de pensar y de actuar. La manera en que ayuda a los enfermos es de aplaudir, pero cierto momento, en el que decide tomar la sangre de una enferma —mientras le devuelve la “mirada” a un dibujo del Diablo— resulta inesperadamente pertubador, hasta aterrador. Uno siente que Rosa estaba dispuesta a ayudar, a realizar algo significativo, pero su obsesión con la oración y la autoflagelación la impide dedicarse enteramente a ello.
Siendo una película enfocada más en su personaje central que en cualquier elemento narrativo —no hay un conflicto externo per se, a menos que uno considere al “diablo” o a sus presuntas enfermedades mentales como los antagonistas—, “Rosa mística” no encuentra la necesidad de incluir planos abiertos de una Lima virreinal, ni infinidad de locaciones, o extras por montones. Sin embargo, y a pesar de que se lleva a cabo casi todo el tiempo en interiores, no se siente como una película claustrofóbica; Tamayo deja salir a sus personajes solo cuando es estrictamente necesario, haciéndolos ver a los enfermos de hospital, o sugiriendo una posible invasión pirata, de la cual supuestamente la misma Rosa salva a Lima. La ciudad y sus devotos habitantes se encuentran implícitos pero no, felizmente, ausentes.
La dirección de fotografía es cumplidora. Sufre un poco durante las pocas escenas de exteriores —especialmente cuando el exceso de luz solar quema la imagen—, pero se luce en los interiores, especialmente cuando se utilizan espacios impresionantes como catedrales o iglesias. Los movimientos de cámara son mínimos, utilizados únicamente cuando es necesario, pero la imagen sufre cuando se utilizan cámaras en mano, las cuales tiemblan mucho.
Como suele pasar con el cine de Tamayo, “Rosa mística” maneja un ritmo lento, deliberado; a diferencia de sus esfuerzos menores, sin embargo, el filme no se ve afectado negativamente por dicha cadencia. De hecho, y a pesar de su larga duración —dos horas y media, aproximadamente—, la cinta logra mantener al espectador interesado, ya sea en el gradual declive de la salud de Rosa (debido a sus cada vez más extremas pruebas de fe), o en la recreación de eventos relacionados a su vida que muchos creyentes deben conocer. Un ritmo lento no siempre debe resultar en un producto final aburrido, y “Rosa mística” es prueba de ello.
Se puede estar de acuerdo o no con la visión de Tamayo, lo no se puede negar es que “Rosa mística” es un filme personal, una interpretación muy particular de una figura a la que muchos creen conocer. Algunas de las decisiones tomadas en la película podrían alienar a espectadores que tengan una perspectiva más tradicional de Santa Rosa de Lima, pero quienes estén dispuestos a ver una historia más realista y menos centrada en el aspecto religioso, podrán disfrutar de un intrigante filme que gira en torno a una destacada actuación por parte de una de las actrices más talentosas del momento. “Rosa mística” no nos contará “la historia de la mujer detrás de la santa”, tal y como prometen los trailers -al menos no totalmente-, pero se acerca lo suficiente a dicho objetivo como para que valga la pena verla en la pantalla grande.
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