No eran colombroños, pero compartían el mismo método: elegían cuidadosamente al sujeto y escudriñaban su pasado hasta encontrar una debilidad, una obsesión soterrada, un abismo desde donde doblegarlo; disponían luego de él y lo manipulaban y lo dominaban hasta hacerlo suyo.
No compartían más que eso, el actor Miguel Iza y el ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos. Porque si uno hacía de villano, el otro era el villano. Si uno hablaba desde la ficción, el otro lo hacía desde la prisión. Si uno seguía el método de Stanislavsky, el otro lo aprendido en la Escuela de las Américas.
Mientras enfría una taza de café en el lounge de la agencia creativa 3 Puntos, Miguel Iza dice “¡Pero yo no hablo igual que Montesinos!” y quizás tenga razón, porque su interpretación del asesor del expresidente Alberto Fujimori en el filme «Caiga quien caiga», dista en apariencia y comportamiento del oscuro señor encastillado en el Callao, por más que digan que es igualita su forma de hablar o de alzar el cuello, por más que se haya procurado una calva de verdad.
Iza es flaco, alto, divertido. Se ríe de sí mismo. No aparenta ser como sus villanos (Drácula, Ricardo III, etc.). En cambio, Montesinos parece ser todo lo contrario: mediano de estatura, casi chato, grueso, malhumorado, petulante. Así parece, pero es imposible confirmarlo, no hay un simple mortal que lo haya visto en público y ni que lo hiciera jamás. Sólo queda intuir su triste figura.
—Mucha gente piensa que Montesinos es un genio.
—¡Eso me interesa más! Lo que está en el imaginario de la gente, que no es lo más real, pero sí lo más verosímil.
Iza cuenta que para construir al Montesinos ficticio, primero hubo que partir de las características reales, las más reconocibles por la sociedad. Eduardo Guillot, el director, le barajó tres: la voz, el cuello y la caminada.
“¡Pero yo no me parezco nada a Montesinos!”.
En el filme, que dura casi dos horas, se reconstruyen los últimos días del ‘Doc’ en el poder, mostrando lo que no lograron transmitir los programas periodísticos de la época: la íntima desolación del hombre más poderoso del país, mientras huye en avión a Panamá y en velero a Venezuela. Hubo que recurrir a la imaginación para recrear lo que Montesinos debió de sentir en alta mar, seguramente agobiado por la marea indigesta, seguramente hastiado de tanto vómito. Seguramente.
“No es tan importante que sea real, pero sí que sea verosímil, porque se lo creen”, cuenta el actor. (Como creyó él cuando el veterano hombre de prensa y guionista colaborador de la película, Luis Jochamowitz, le contó en uno de sus smoking breaks, que la obsesión del ‘Doc’ era comandar no solo al Perú, sino toda la región. Iza pensó: “La puta madre”.)
–Hay que ser muy hábil…
–Pues, creo que la Pinchi Pinchi dijo que no era muy inteligente, en realidad. Después escuché en otra conversa que un militar allegado a él dijo que era bruto– aclara Iza.
–¿Se hacía el bruto?
–Eso no lo vamos a saber nunca. No hay forma de saberlo. ¿Para que te matas haciendo algo fidedigno a la realidad?
En otro cigarette break —Jochamowitz e Iza eran los únicos de la producción que fumaban—, el periodista le contó que Montesinos trabajaba 16 horas al día. (“El espíritu puede más que el cuerpo”, reza una de sus primeras líneas).
“¡Qué tal energía!”, recuerda Iza que le dijo. “¿Te imaginas a este huevón? ¿Solo, planeando todo?”.
Y en realidad sí, uno se lo puede imaginar, ese era su trabajo. Construir universos, mundos, realidades. Hacerlo todo a su antojo.
“Montesinos tiene que haber hecho lo mismo para planear toda esta red, no se hace de casualidad, no se hace de la noche a la mañana. Ya tienes que tener un ejercicio continuo de unir piezas, como la chamba de un director”, argumenta Iza.
“Cuando agarras experiencia y entiendes el lenguaje de construcción, te es fácil traer piezas, acomodarlas, volver a cambiarlas. Como Tom Cruise en Minority Report”.
(Entonces, el actor juega a ser el Dios que orquesta, el titiritero que mangonea, y desde un sillón aterciopelado, alza las manos y desplaza mil cosas en el aire).
Mientras que Iza goza de buenas críticas en los periódicos y lo invitan a night shows para hablar de «Caiga quien caiga», el exasesor presidencial, el que aún se aferra en solapar su calva con dos o tres mechones, sufre por la escasez de luz natural y rechaza las gaseosas que le traen a su celda, en caso estén envenenadas. Por lo menos, eso podemos imaginar.
Desavenencias
Un actor de teatro debe saber que en el escenario sólo hay espacio para una acción, que no es, precisamente, la acción de sentir, ni la de pensar, ni mucho menos la de vivir, sino la de hacer o, más bien, la de perseguir un único propósito, un superobjetivo que lo lleve a crear la ilusión de que uno obliga de veras a un hermano, o que convence a un amigo, o que seduce a su jefe o que manipula a su mujer. O que se está quedando solo otra vez, porque ya no nadie lo quiere, ya nadie lo espera, ya nadie le es fiel.
Es lo que Iza ha aprendido en sus tres décadas como actor de teatro. Se llama el método de las acciones físicas (“La acción debe estar íntimamente ligada al actor. Lo más interesante que tiene que mostrar al público es él mismo”), y lo aprendió del dramaturgo estadounidense David Mamet, quien a su vez lo aprendió del actor Sanford Meisner, y así hasta llegar a Konstantin Stanislavski.
Iza llegó a pantalla grande en 1985, cuando interpretó al castizo brigadier Arróspide en «La ciudad y los perros», de Francisco Lombardi. Dos años después conocería a Guillot en el rodaje de la miniserie «Matalaché». Hace cuatro años se reencontraron en los sets de «Caiga quien caiga», un thriller cinematográfico que se basa en el libro homónimo del ex procurador anticorrupción José Ugaz.
«Caiga quien caiga» es un filme para hacer memoria que ha calado en la inquietud de los más jóvenes. En su primera semana en cartelera, la película convocó a más de 200,000 espectadores, un número ligeramente superior al promedio de una película peruana en un lapso de siete días.
Sin embargo, el boca a boca no fue lo único que ensalzó la convocatoria. Semanas antes del estreno, Laura Bozzo —brevemente aludida en el filme— dijo que denunciaría a los productores por violar sus derechos de autor al utilizar su desafortunada frase “que pase el desgraciado”. Incluso, la abogada de Montesinos envió una carta notarial aduciendo que el filme dañaría la buena imagen de su cliente, quien, además, no había dado el consentimiento para que Iza lo interpretara.
La frase de Bozzo quedó fuera del filme, pero la buena imagen del ‘Doc’, no.
Sin más, la película se estrenó el pasado 23 de agosto y el país aprendió cómo tratar a individuos de ficción, o como diría Iza, a “un malo icónico, un clásico de la literatura universal”.
Juego de villanos
Lo bueno del malo es que es débil.
Iza cuenta que su hijo Franco —que prepara una adaptación de Otelo con el Colectivo del Bardo, a estrenarse a fin de año—, fue quien le enseñó que la habilidad de Yago, el villano de esta obra, no era precisamente la habilidad de mentir, sino la de encontrar la debilidad del otro.
Entonces papá Iza volteó para encarar a su villano y pensó: “Hay que ver por qué es que trastabilla. ¿Qué hace que caiga?”.
Ya lo decía Stanislavski en su obra «La construcción del personaje»: todo villano debe tener un lado bueno, un valor positivo, para que sea verdadero, creíble.
“Yo hablo de bueno como débil”, afirma Iza. “Hay hechos históricos que marcan por qué [Montesinos] cae, pero también hay un hecho personal, algo que lo hace sucumbir ante las adversidades, algo que lo hace humano. Ni bueno ni malo. Humano”.
Y ahí estaba el ex jefe del Servicio de Inteligencia, condenado por tráfico de armas, peculado, secuestro y desaparición forzada. Por asesinato.
Entonces Iza jugó a ser Yago, o Montesinos —da lo mismo—, a ver si encontraba un sucio rincón en donde atracarlo. Lo investigó viendo videos de juicios, leyendo todo lo escrito en torno a su vida —todo menos el libro de Ugaz, porque “el guion es la Biblia”— hasta que, finalmente, dio con «El espía imperfecto» de Sally Bowen. Escarbó en su niñez y encontró lo buscaba.
“Lo que recree fue una ausencia de contención durante su infancia. De ahí me inventé que lo que lo desestabilizaba era la traición, cuando alguien le daba la espalda. Me inventé que cuando esto sucedía él pensaba ‘otra vez no me quieren, otra vez no me quieren’. Así fue como creamos a Montesinos”.
La historia, al fin
Iza deja claro que «Caiga quien caiga» es una ficción y no a un documental, donde no hay cabida para la invención de una persona.
“Es obvio que hay una responsabilidad al hacer una película como esta. Primero es una película, por lo tanto, es una obra de arte. Queda fuera de juicios o antejuicios con respecto a contenidos o a moral”, sostiene Iza, antes de acabar el café y marcharse.
“Las películas tienen una visión personal de quien las hace, reflejan un punto de vista o una opción dramática o una opción narrativa. No necesariamente una posición política.
Definitivamente, tu película va a tener un sesgo según tu opinión o cómo ves las cosas. Sobre eso nunca me cuestioné nada”.
Iza aceptó el papel porque, entre otras cosas, el guion no manipulaba la historia. En este tipo de prácticas, el ‘Doc’ y el actor se desentienden.
Entrevista realizada por Manuel María Orbegozo para EnLima.pe
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