Realizar una película basada en hechos reales, especialmente aquellos que involucran a personas que todavía siguen vivas, y que se vieron involucradas en una tragedia, siempre será tarea difícil. Industrias como la de Estados Unidos tienen décadas de experiencia trayendo este tipo de relatos a la pantalla grande, pero en nuestro país todavía estamos comenzando a experimentar con ellos. Es por eso que, hasta cierto punto, estrenar un filme como “Utopía” siempre iba a ser arriesgado, tanto porque los directores y productores podrían ser acusados de estar aprovechándose de una tragedia de la vida real, y porque podrían terminar ofendiendo a los familiares de las víctimas.
Si bien esto no ocurre en “Utopía”, una película no está hecha de buenas intenciones —estoy seguro que todos podemos pensar en varios filmes que fueron hechos con buenas intenciones, y que terminaron siendo terribles—, pero el hecho de que no resulte ofensiva, si no más bien extremadamente respetuosa hacia los padres de los chicos que fallecieron en dicha discoteca exclusiva en el 2002, ya es un buen primer paso. Algunos dirán —varios ya lo han hecho— de que dicho buen primer paso es lo único bueno que tiene este filme, pero yo estoy en desacuerdo.
No me malinterprente, no digo que “Utopía” sea una gran película, pero ciertamente no es el desastre que muchos esperaban, y que otros sí manifiestan haber visto en el cine. Ciertamente es superior a lo que su campaña publicitaria indicaba; tomen como ejemplo el terrible póster con el que ha sido estrenada, así como un tráiler que la hace parecer como una cinta de mal gusto. “Utopía” tiene muchísimos defectos, pero en términos generales, veo un filme realizado con una propuesta audiovisual bien planeada, y con actores que, en general, mantienen un buen nivel de interpretación.
Tratando de ser extremadamente fiel a la realidad, “Utopía” cuenta con demasiados personajes, entre primarios y secundarios, por lo que seguirlos, especialmente durante sus escenas introductorias, termina siendo muy confuso. De quienes resaltan, tenemos a José Dammert (Guillermo Vilogrón) y Natalia Salas (Maritza Alfaro), que interpretan a una joven pareja, pronta a casarse, que a último momento deciden ir a la discoteca Utopía; a Valeria Bringas como Marcela Valverde, una de las víctimas del incendio; a Gonzalo Molina, interpretando a uno de los responsables de la tragedia, y a Carlos Mesta, quien interpreta a Luis Delgado Aparicio.
La historia, sin embargo, es narrada desde la perspectiva de Julián Contreras (Renzo Schuller), un reportero ficticio que, años después de la tragedia, decide retomar el caso “Utopía” para por fin poder otorgarle algo de justicia a los padres de los fallecidos. Es precisamente esta línea narrativa la que no termina de convencer; el filme trata de ahondar tanto en la relación con su novia (Rossana Fernández-Maldonado, exagerando un poco en las escenas más dramáticas) como en su investigación del caso, y lamentablemente se queda un poco en lo superficial.
Los flashbacks, fuera de las escenas en donde la película establece a los protagonistas, están mejor. Vale la pena destacar las escenas dentro de la discoteca, en donde el manejo de los extras y de los personajes principales le otorgan verosimilitud a la situación. Para la secuencia del incendio no se abusa de los efectos digitales, favoreciendo más bien los planos cerrados, utilizando la luz, el humo y el sonido para desarrollar una sensación de claustrofobia. Se trata de una secuencia que, inesperadamente, terminó convenciéndome.
En todo caso, se nota que fue en esta secuencia —la cual se lleva a cabo durante el punto medio de la cinta— en la que más esfuerzo, tiempo y presupuesto se invirtió. Las escenas posteriores, que involucran a Julián tratando de cerrar la investigación, resultan ser menos convincentes, especialmente en lo que se refiere a una conveniente revelación que se lleva a cabo luego de una serie de eventos desafortunados, así como una muerte en particular durante el tercer acto. Schuller no hace un mal trabajo como Julián, pero uno nunca llega a ahondar en su motivaciones, a saber exactamente porqué está tan obsesionando con el caso.
De hecho, todos los actores están aceptables, por más que uno que otro tienda a exagerar durante las escenas de llanto o sufrimiento, y por momentos se nota la diferencia entre los artistas de más experiencia —Gianfranco Brero, Javier Valdés, Cécica Bernasconi— y los más novatos.
Menos afortunado es el trabajo de maquillaje, lo cual sorprende, considerando lo bien cuidado que está el apartado visual. El peluquín de Brero durante los flashbacks, por ejemplo, parece haber sido tomado de un maniquí; el tinte de barba para rejuvenecer a Valdés durante las mismas escenas no podría ser más notorio, y el maquillaje para caracterizar a Carlos Mesta como Delgado Aparicio no es del todo convincente. Hay una escena en particular —se lleva a cabo en un hospital— en la que se deja ver un pedazo de látex saliendo del borde de su labio inferior. Lo cual es una pena, porque el trabajo de Mesta es correcto, tanto en la voz como el andar y los manierismos que le otorga al personaje.
No obstante, siempre da gusto ver una película nacional en la que la propuesta de dirección en términos visuales tiene carácter. El posicionamiento de los actores y el manejo de cámara es superior al promedio visto en estrenos peruanos recientes, e incluso hay escenas que destacan por su coreografía de actores y propuesta visual; por ejemplo, el plano secuencia en el que vemos a una buena parte de los protagonistas haciendo cola para entrar a la fiesta. La dirección de fotografía es atractiva y la mezcla de sonido destaca en escenas como las del incendio, en donde mucho se sobreentiende a nivel de audio.
Menos efectiva es la banda sonora de Diego Dibós y Lucía Novarrubias. Se trat de un soundtrack extremadamente manipulador, en el que se abusan de las tonadas de piano estilo telenovela durante los momentos más dramáticos, y de los sonidos sombríos y tétricos durante los momentos en los que el espectador se supone debe estar sintiendo angustia. Fastidian, incluso, las escenas que terminan con un diálogo que se supone debe incomodar, y que es seguido por una tonada de piano exageradamente dramática. Incluir una banda sonora tan manipuladora le quita emotividad y seriedad a varias escenas que de por sí estaban funcionando.
Como muchas películas, “Utopía” es una mezcla de lo bueno, lo malo y lo feo. El ritmo es irregular —especialmente durante el tercer acto—, muchos de los efectos de maquillaje y caracterización lucen poco convincentes, y la banda sonora no funciona en lo absoluto, pero las actuaciones mantienen un buen nivel, la propuesta audiovisual logra aportar con algunas escenas visualmente ambiciosas, y secuencias como la del incendio logran conectar con el espectador a nivel emotivo. Puede que el desenlace se sienta un poco forzado, y que ciertos elementos narrativos no estén bien desarrollados, pero “Utopía”, al menos, no comete el error en el que muchos nos temíamos fuera a caer: no ofende ni a los involucrados, ni a sus espectadores.
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