El mayor miedo que tengo a la hora de ver una serie de precuelas relacionadas a una saga famosa, es que sus prospectos meramente monetarios se hagan demasiado evidentes. Eso sucedió con la trilogía de “El Hobbit”, por ejemplo —Peter Jackson y compañía convirtieron una breve novela para jóvenes en tres películas innecesariamente largas y complicadas y dependientes de terribles efectos visuales. Y por más que tenga sus detractores, eso no sucedió con las precuelas de “Star Wars”; cuentan una historia con inicio, medio y final, sin estirarla demasiado, y otorgándole un nuevo significado y emotividad a los eventos de la trilogía original.
El caso de las nuevas películas del “Wizarding World” (sí, ahora el universo de J.K. Rowling tiene una marca, todo sea por el márketing) es más similar al segundo que al primero, lo cual, desgraciadamente, no quiere decir que el resultado sea del todo satisfactorio. La primera película de “Animales fantásticos” fue meramente cumplidora; entretenida y con mucho potencial, pero algo plana. Esta secuela tiene problemas más graves. No es que carezca de trama; de hecho, podría argumentarse que tiene demasiada. Parece que J.K. Rowling, aun con mentalidad de novelista, trató de meter demasiadas ideas y personajes y subtramas y temas y referencias a historias previas y posteriores en un solo filme. Esto podría funcionar en un libro de 500 páginas o más, pero resulta en una película de dos horas confusa y hasta aburrida.
Lo cual es una pena, porque el mundo de Rowling sigue siendo tan rico y fascinante como siempre. El problema está, entre otras cosas, en los personajes. Mientras que en su predecesora teníamos al trío principal de Newt Scamander (Eddie Redmayne), Tina Goldstein (Katherine Waterston) y Jacob Kowalski (Dan Fogler), en esta nueva cinta se han agregado a Leta Lestrange (Zoe Kravitz), el antiguo amor de Newt; su hermano, Theseus (Callum Turner); un misterioso mago llamado Yusuf Kama (William Nadylam), y hasta a un joven Albus Dumbledore (Jude Law). Y cómo olvidarnos de Credence (Ezra Miller), quien se pasa la película entera tratando de averiguar su verdadera identidad; su acompañante (Claudia Kim), cuyo nombre mejor no revelo en este texto, y por supuesto, el villano de turno, Gellert Grindelwald (Johnny Depp). Son demasiados personajes, cada uno con sus propios intereses y traumas y objetivos.
La narrativa básica se concentra en nuestro trío principal viajando a París para encontrar a Grindelwald y detenerlo antes de que comience una revolución de magos. Los paralelismos con la situación política mundial actual son obvios —Rowling nunca ha sido alguien que tenga miedo de transmitir mensajes políticos o sociales fuertes a través de su obra, pero podría argumentarse que “Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald” es su trabajo menos sutil hasta el momento. Grindelwald es una suerte de Hitler, populista, carismático y extremadamente discriminador, pero también se le podría comparar con otros líderes autoritarios, desde el Jair Bolsonaro de Brasil hasta el mismísimo Donald Trump. Son comparaciones válidas que, al menos, enriquecen al personaje interpretado por Depp.
De hecho, por mucho que los fanáticos hayan protestado la inclusión de Depp en la película —y dejando de lado sus problemas personales—, el multifacético actor no hace un mal trabajo como Grindelwald. Aparentemente el director David Yates logró calmarlo un poco, convenciéndolo de dar una interpretación un poco más sutil y perturbadora de las que nos tiene acostumbrados. Uno no ve a un Depp sumergido en maquillaje, sobreactuando como si no hubiera un mañana; Grindelwald funciona porque uno se lo cree como un líder político capaz de mover masas, pero también como un psicópata clasista y poderoso. No le llega ni a los talones a Voldermort, por supuesto, pero esto se debe, también, a que todavía no lo hemos visto en muchas películas. Habrá que esperar a las secuelas.
Desgraciadamente, al tener tantos personajes, cada uno con su propia trama secundaria, el filme termina sintiéndose desordenado e innecesariamente enredado. Uno nunca llega a conectar con ellos porque Rowling no les da tiempo para respirar —va alternando de un personaje a otro, de un problema a otro, sin llegar a desarrollar bien sus relaciones o temperamentos. La película es pura trama, pura escena de exposición gratuita, y pura semilla siendo sembrada para florecer en filmes posteriores. Los momentos de desarrollo de personaje se extrañan porque no le permiten a uno relacionarse con los protagonistas —esto a su vez hace que los momentos supuestamente emotivos o chocantes se sientan vacíos. Los giros narrativos que giran alrededor de, por ejemplo, Leta Lestrange, me causarían una mayor impresión si tuviera aunque sea una mínima idea de su personalidad.
Lo cual es una pena, porque hasta hace unos años, yo era un fanático acérrimo del mundo de Rowling. Crecí con las novelas de “Harry Potter” y luego, con las películas, y crecí en paralelo con los personajes. He leído cada libro más de diez veces y, aunque ya no me considero un die-hard, tengo gratos recuerdos de aquellas historias. Pero las cintas de “Animales fantásticos”, y especialmente esta segunda parte, simplemente no logran conectar conmigo. La sencilla belleza de las novelas y de las películas de “Potter” es que uno siempre seguía la historia del protagonista. Sí, Rowling introdujo decenas de personajes secundarios memorablemente extravagantes, pero al final del día, la historia que uno leía o veía era la de Harry. Pero en esta cinta, Newt (el supuesto protagonista) es dejado de lado con frecuencia para que el filme se enfoque en otras historias. Es frustrante, y francamente, tedioso.
En todo caso, la película luce bastante bien —los efectos visuales son maravillosos, y nos otorgan imágenes bastante atractivas, desde una ciudad de París cubierta en velos verdes, hasta un Johnny Depp cubriendo un mausoleo entero en flamas azules. Las criaturas del título, además, protagonizan algunos de los momentos más divertidos de la película, y muchas de las nuevas resultan ser bastante memorables —por ejemplo el monstruo chino que se convierte en un nuevo amigo para Newt, o a los gatos de ojos enormes que cuidan el Ministerio de Magia Francés. A Rowling siempre le ha sobrado imaginación, y “Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald”, a pesar de sus múltiples defectos, sigue siendo prueba de ello.
Adicionalmente, las interpretaciones son correctas —lo suficiente como para que los personajes mal desarrollados no se sientan como avatares vacíos. Eddie Redmayne sigue siendo tímido y carismático como Newt; es una pena que sea opacado tan frecuentemente por otros personajes menos interesantes. La Tina Goldstein de Waterson tiene sorprendentemente poquísimo que hacer, al igual que el Jacob Kowalski de Dan Fogler (este último, además, ha perdido mucho del encanto e inocencia que le sobraban en la primera cinta, por alguna razón). Jude Law es sorprendentemente creíble como un joven Dumbledore (y luce muy bien en chalecos de terno), Ezra Miller interpreta a Credence como un joven confundido en busca de respuestas, y como se mencionó líneas arriba, Johnny Depp está mejor de lo esperado como Grindelwald.
Puede que “Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald” no sea el peor blockbuster que haya visto este año —Rowling tiene demasiada imaginación como para que la cinta se sienta como un burdo producto hollywoodense, y la dirección de Yates tiene suficiente estilo y criterio de composición visual—, pero definitivamente es el más decepcionante. Insegura de la historia que quería contar, Rowling ha metido demasiado contenido en una sola película. Es la primera vez que un filme de la saga se me hace aburrido y tedioso. Espero que las cosas mejoren para la tercera parte.
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