El realizador audiovisual Jimmy Valdivieso (Lima, 1977) presenta su primer largometraje documental «Mi Barrios Altos querido». Tras realizar estudios de Antropología visual, en el 2015 había visitado ya el histórico barrio de Barrios Altos, en el mediometraje «Esa gente existe».
Sinopsis: Cinco historias sobre la dignidad en la capital del Perú. Una dirigente vecinal buscando a quién dejar la posta de su compleja labor, un guía turístico cultor del patrimonio arquitectónico y la música criolla, un ex delincuente rescatado por la iglesia evangélica, una adolescente danzante de música afroperuana obligada a emigrar y un muralista de Bellas Artes hijo de migrantes andinos, tratan de salir adelante en Barrios Altos, el vecindario histórico más temido –pero también más querido– de Lima.
«Mi Barrios Altos querido» forma parte de la sección Hecho en el Perú, en el 23 Festival de Cine de Lima. A continuación conversamos con su director Jimmy Valdivieso:
Jimmy, cuéntanos cómo es que te interesas activamente por Barrios Altos. ¿Cuánto tiempo investigaste el tema?
Mi interés por Barrios Altos comenzó hace unos 10 años cuando tuve la oportunidad de hacer unos videos institucionales sobre las condiciones en las que se encontraban los centros históricos de diferentes ciudades del Perú. Uno de los espacios que exploré fue Barrios Altos, y creo que me impactó tremendamente el riesgo en que vivían los vecinos: entre el privilegio de habitar Patrimonio Monumental y el peligro de que se les desplome mientras duermen. Sin embargo, debo reconocer que por aquel entonces, mi mirada aún era un poco superficial, influida por el miedo, por los prejuicios, y sin duda, la propuesta narrativa de aquellos videos institucionales era medio sensacionalista, hiperdramatizada, etc.
Un poco después, en el 2012, ingresé a la Maestría en Antropología Visual de la PUCP, y propuse Barrios Altos como tema para mi tesis. Durante la investigación, entendí que hay múltiples formas de entender el problema de Barrios Altos y muchas posiciones desde donde abordarlo.
Después de 7 años haciendo trabajo de campo y leyendo todo lo que he podido, he pensado que mi aporte para solucionar el problema de Barrios Altos puede ir desde el combate de los prejuicios. Barrios Altos es un vecindario al que queremos muchísimo –porque es la cuna del criollismo o porque allí está todo ese patrimonio arquitectónico que nos conecta con nuestro pasado republicano– pero también es un vecindario al que le tenemos mucho miedo –debido, entre otras cosas, a que suele protagonizar las páginas policiales–. Entonces, me gustaría combatir ese miedo poniendo en la pantalla historias de barrioaltinos de a pie, a los que no tenemos por qué temerles, en quienes nos podemos ver reflejados, y con quienes podemos redescubrir este vecindario que alberga mucho de lo que está en las bases de nuestra identidad nacional.
¿Cuántas historias reuniste en tu investigación?
Esta vez no quise que sucediera lo que me ocurrió con «Esa gente existe», el primer documental en Barrios Altos que realicé. En aquella ocasión, desarrollé algunas historias que fueron eliminadas del producto final. Y fue triste, no solo por tanto material grabado que se descartó, sino sobre todo por la desilusión de las personas que protagonizaban esas historias.
Así que esta vez, durante ese largo proceso de investigación, me focalicé en los perfiles que tenía en mente. Así que, cuando los personajes aparecieron, los trabajé y trabajé, tanto en rodaje como en edición, hasta que pudieran ofrecer grandes relatos. Mi vínculo con los protagonistas fue muy íntimo. No me habría perdonado tener que decirle a alguno: “tu historia ya no va”.
Realizas la película en medio de la agudización del deterioro de Barrios Altos. ¿Eres consciente de que tal vez estés registrando algo que en relativamente poco tiempo puede no existir?
Sí, soy consciente de que el documental, por sus propios medios, no va a evitar que las viviendas sigan colapsando o se vayan convirtiendo en depósitos de mercaderías del Mercado Central, pero creo que puede jugar un rol muy activo en la visibilización de esta problemática. Hay muchísima gente trabajando en el rescate del Patrimonio Arquitectónico, mucha gente trabajando en la música criolla y afroperuana, pero no es suficiente. Evidentemente, falta una acción mucho más clara del Estado. Y –si nos ponemos neoliberales– también falta que intervenga el mercado. Y creo que lo que necesita el sector privado para intervenir es perder el miedo a Barrios Altos. Allí es donde entran estas historias. Sin desconocer que, efectivamente, hay problemas de delincuencia y hacinamiento, creo que el documental puede ayudarnos a romper con tantas ideas prejuiciosas que han alimentado un miedo sobredimensionado.
¿Cómo asimilas el agravamiento del desamparo mientras preparas el proyecto y decides qué incluir en la edición y qué eliminar?
Son precisamente nociones como las del desamparo, la miseria o la desdicha sobre las que no quiero que se sostenga el documental. Si bien, las difíciles condiciones de vida son notorias, yo no escarbo en las carencias, ni busco la lágrima fácil. Las historias giran en torno a la vida cotidiana, los objetivos y conflictos personales de los protagonistas, más allá de los problemas de Barrios Altos. Por ejemplo, Anita tiene el problema de que su padre, que vive en España, se la quiere llevar a Europa, pero ella se quiere quedar en Barrios Altos con su mamá. Y además, está entrenando duro para un concurso de danza afroperuana. Esa es la historia que vemos en la pantalla. Y, claro, converso con ella sobre delincuencia porque me interesa compartir la perspectiva de una adolescente sobre el problema más complejo de su barrio. Pero también escuchamos a doña Elsa, con toda su experiencia en la vida, hablar sobre el mismo tema. Y también al «Loco» Willy. Me parece tan significativo que alguien como él, con un pasado vinculado a la delincuencia (como él mismo reconoce), nos ofrezca algunas reflexiones. Estoy convencido de que un tema como la inseguridad ciudadana, que nos afecta a todos, se podría resolver si prestáramos más atención a personas como el «Loco» Willy.
Tienes cinco historias centrales que van de la añoranza a la más patente marginalidad, pero un personaje viene a ser una especie de conductor interno en su condición de guía turístico. Hasta pareciera que habla por ti. ¿Cuánto te propusiste emplearlo de esa manera?
David, el guía turístico, siempre fue el hueso más duro de roer. Fue quien más trabajo me costó porque yo no quería que su papel se redujera, precisamente, al de guía turístico. Sin duda, su caminata por Barrios Altos sirve, en gran medida, como hilo conductor del documental pero no estaba dispuesto a que solo cumpliera ese papel. Afortunadamente, logré que nos revele un rasgo muy significativo de su vida, lo que le dio una dimensión mucha más profunda al personaje. Los otros cuatro protagonistas tampoco fueron sencillos. Elsa, por ponerte un ejemplo, no salió de su rol de dirigente vecinal durante los tres primeros meses de rodaje. Ella solo quería ser registrada en eventos, en reuniones y actividades por el estilo. De hecho, ya nos estábamos impacientando. Hasta que, de pronto, ¡zas!, nos abrió su corazón y nos reveló a esa mujer tan intensa, tan fuerte y tan vulnerable a la vez.
Eres la primera persona que me dice que me ve reflejado en David. La diseñadora de sonido del documental, Paula Chávez, me comentó alguna vez que me veía reflejado en Cépeda. Así que si algo de mí se está revelando en los personajes, en buena hora.
También hay diversidad en la elocuencia de los personajes. Hay narraciones naturales con mucho carisma y otras más reposadas. ¿El equilibrio en ese sentido también ha sido una preocupación?
Mi intención era poder reflejar, en la medida de lo posible, la gran diversidad de perfiles que podemos encontrar en el Centro Histórico, y de esa manera mostrar que Barrios Altos no solo está habitado por criollos jaraneros. Por eso quería contar la historia de un migrante (o hijo de migrantes), y quería que el documental refleje diversidad en cuanto a género, edad, raza, etc. Y si seguimos creyendo que es un barrio profundamente católico, yo lo pongo en pantalla pero muestro también otros credos. Y si seguimos creyendo que es un barrio criollo, yo lo pongo en pantalla pero muestro también folklore andino y hip hop. Por ahí es donde va mi sentido del equilibrio, en ser lo más justo en representar esa diversidad.
Con respecto a la elocuencia de los personajes, también he querido mostrarlos en situaciones tan diversas que nos reflejen sus múltiples estados de ánimo. Claro, entiendo que el «Loco» Willy puede ser mucho más explosivo durante casi todo el documental, pero esa energía nos habla mucho de él y el entorno que le rodea.
¿Cómo financiaste la producción? ¿Y cómo conversa este documental con tu trabajo previo, también dedicado a Barrios Altos?
El financiamiento ha sido una de las grandes debilidades del documental. Si bien, gran parte de los costos del proyecto estaban cubiertos dado que yo tengo equipos de producción audiovisual: cámara, micrófonos, isla de edición, debo afirmar –por todo lo alto– que sin el apoyo de un montón de amigos que creyeron en esta idea, el documental no hubiera visto la luz. Hemos canjeado servicios, hemos intercambiado favores, y muchos simplemente me dijeron: “Cuenta conmigo”. Sin embargo, de todas maneras me fue imposible delegar responsabilidades. Por lo tanto, muchas –pero muchas– labores de la producción las tuve que hacer yo. Y entonces me podías ver, por la mañana, visitando a un compositor para que me autorice usar su obra musical; por la tarde, reuniéndome –sin éxito– con un posible auspiciador; y por la noche, editando el tercer corte del documental. Ahora me causa gracia recordarlo, pero fue desgastante en su momento.
Cuéntanos un poco más de ti, ¿cómo así decides dedicarte a la realización audiovisual? ¿Qué proyectos futuros tienes como documentalista?
Terminé la carrera de Comunicaciones en el año 1999. Un par de años antes ya andaba haciendo algunos videos institucionales. Y después de un paso por el periodismo televisivo, formé una empresa productora (con Fajri Rouillon, director de «Rockstar Avilés» y postproductor de mis dos documentales, a pesar de que ya no somos socios). Así que ya van varios años en este mundo de la producción audiovisual, y entre 6 a 7 años desde que empezó la preproducción de mi primer documental. Por cierto, desde que terminé la maestría en el 2014, dedico varias horas a la docencia universitaria, lo cual es –de verdad– una gran oportunidad de seguir aprendiendo.
Sobre proyectos, en el sentido estricto, por ahora solo tengo una idea que espero poder transformar en un proyecto formal el próximo año. Se trata de una tercera película en Barrios Altos en la que me quiero focalizar en la delincuencia, pero abordándola desde la intimidad de aquellas personas a las que calificamos como delincuentes. Hay todo un mundo detrás que nos negamos a conocer –por miedo– y que solo queremos resolver castigando, metiendo a la cárcel. Naturalmente, no me opongo a que el crimen deba ser castigado, pero estoy seguro que una película de este tipo podría ayudarnos a descubrir formas alternativas de atender el problema de la delincuencia, formas más cercanas a la prevención, al trabajo con tantos jóvenes que crecen normalizando esa forma de enfrentar al mundo. Vamos a ver si es posible. Primero veamos cómo le va a «Mi Barrios Altos querido», qué efectos tiene, si realmente aporta a discutir sobre sus problemas y soluciones.
Entrevista realizada por Gabriel Quispe y Laslo Rojas.
Mi Barrios Altos querido (2019)
Ficha técnica
Duración: 79 min.
Dirección y Producción: Jimmy Valdivieso
Dirección de Fotografía: Omar Quezada Beltrán
Postproducción de imagen: Fajri Rouillon
Diseño sonoro: Paula Chávez López
Cámara: Yuri Aguirre
Edición: Jimmy Valdivieso
Cámara auxiliar: Edgar Bedoya
Operador de Drone: Miguel Albites
Sonido Directo: Ricardo Loayza
Microfonista: Alex Garrido
Protagonistas
Elsa Collado de Valentín
Ana Escobar Lara
David Ayala del Río – «Cépeda»
David Pino Bazalar
Wilfredo Madalengoitia – «Loco» Willy
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