La ópera prima de Alice Furtado viene de un interesante recorrido por festivales. Acaba de competir en Cannes junto a titanes como Lav Díaz o Takashi Miike. Se trata de una película que parte de la pérdida de un ser querido, un romance adolescente que se interrumpe a poco de iniciar. Conocemos a Silvia (Luiza Kosovski), quien se ha enamorado de un compañero de su clase: Arthur (Juan Paiva), un chico enigmático, rebelde y que padece de hemofilia, y cuya repentina muerte deja un vacío dentro de la joven, manifestado en una ambigua enfermedad. El resto de la película consiste en ella buscando reunirse con Arthur, en un sentido tan literal como macabro.
Un par de virtudes acompañan los primeros momentos de la película. Es clara le predisposición de su directora por lo estético, incluso si ello implica descuidar la narrativa. La banda sonora, la voz en off de Kosovski, la cámara lenta o las sobreimpresiones van de la mano para generar una trama más atmosférica que lógica, y las luces de neón recuerdan, por momentos, alguna que otra secuencia de Nicolas Winding Refn, aunque lejos del nivel técnico que el director de «Drive» (2011) ya domina a la perfección.
La diferencia entre él y Furtado es clara: Refn sabe exactamente a dónde quiere llegar, qué quiere transmitir y cómo lo va a lograr. Son, preguntas que la joven directora parece pasar por alto. El manejo fotográfico que enriquece sus primeras imágenes se pierde a medida que Silvia avanza sin su pareja, rebotando en medio de espacios, personajes y situaciones que guardan poca o ninguna relación entre sí. Es notable la cantidad del metraje usado en imágenes que no llevan a ningún lado. Solo cuando nos aproximamos al final es que Furtado parece recordar el conflicto que planteó al inicio. No hace falta decir que, para ese instante, el daño ya está hecho.
El único factor que se mantiene vigente es el tema del cuerpo, manifestado desde el título («Sin tu sangre»). Las múltiples dimensiones del mismo, aunque desordenadas, están presentes: el cuerpo debilitado (Arthur), la carne interior (Silvia), la nueva vida (su mascota preñada), el cuerpo purificado (la mujer desnuda caminando por la playa) y, finalmente, la carne resucitada (Arthur de nuevo). Del mismo modo, se expresa su vínculo con la magia y lo sobrenatural, desde los libros que llegan a manos de Silvia hasta su decisión de sacrificar a las gallinas de su vecino, todo porque el ritual así lo requiere.
De esto se desprende lo siguiente: Furtado tenía los temas y las figuras a su favor para lograr una historia consistente, pero esta ventaja del guion nunca llega a explotarse. En su lugar, se limita a un montaje errático, por momentos onírico, y fundamentalmente ilógico. El elemento sobrenatural que sobreviene al espectador se halla igual de desaprovechado, empleándose de una manera fugaz y, por lo mismo, poco efectiva. La carne y la magia, más que apoyar el producto final, terminan sintiéndose como trucos, mero efectismo.
El evidente potencial de la historia no basta para redimir la ópera prima de Furtado, un pasaje de hora y media que no promete ni llega a nada.
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