La nueva película de Iván Fund está a la línea de una tradición fílmica que despierta una sensibilidad provocada por la inocencia infantil. Desde el clásico francés «El globo rojo» (1956) hasta la reciente Allons enfants (2018), retratan historias en donde los adultos están ausentes o se encuentran en un segundo plano, mientras que los niños toman las riendas de la acción, la cual se caracteriza por un minimalismo y ritmo pausado que exige al espectador a percibir y revalorar los códigos que estimulan a los menores.
Es decir, son películas que en cierta forma rompen con la línea dramática convencional dado que el conflicto es sustituido por una serie de actos pasivos e improvisados. El mundo podría quemarse a su alrededor, pero eso a los niños no les importa. «Vendrán las lluvias suaves» (2018), en efecto, sigue ese trayecto: un grupo de infantes no son vigilados y tienen el patio de juego libre para ellos.
En consecuencia, Fund toma apunte de sus comportamientos inofensivos. Somos testigos de una rutina lúdica que por momentos se inclina a un cine de aventuras. La recurrencia a dicho género es en razón a la premisa de la historia. En «Vendrán las lluvias suaves» los grandes han sido presa de un sueño profundo. Ninguno se levanta de su letargo. Esto preocupa a los niños; sin embargo, ello no frustra la conducta del divertimento.
Por muy dramático y misterioso que transcienda este relato narrado en un idioma fabulado, los niños no dejarán de ser niños. Aquí también el conflicto queda relegado y, de pronto, lo trágico o escalofriante es asimilado sin cuestionamiento por sus protagonistas. En la película de Iván Fund, lo fantástico, desde los ojos de los infantes, de alguna manera pierde su esencia de lo absurdo.
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