Eduardo Guillot ha completado, desde la ficción, ese vacío representativo del lado personal de Javier Heraud (Stefano Tosso), poeta guerrillero peruano que murió muy joven en la selva peruana. La cinta nos expone una reconstrucción de la vida del vate, desde su ingreso a la Universidad Católica, hasta sus últimos días de existencia. La película se abre en el tiempo previo a su obituario en la selva de Madre de Dios, y a partir de allí juega con flashbacks intercalados que irán reconstruyendo su vida desde la etapa estudiantil, sentimental y política. Entonces, para lograr ese cometido la puesta en escena será decisiva. Guillot sobrepasa esa barrera reconstruyendo efectivamente la época evocada en la cinta. Este es un punto a favor de la película, puesto que desde allí ya se concibe un tono íntimo y cercano con la vida de Javier Heraud.
Veníamos diciendo que “La pasión de Javier” expone una fidelidad en la puesta en escena y que con ello consigue crear esos espacios íntimos. Como muestra de esto tenemos la presencia de la familia de Heraud, planteado con sus tensiones internas, las cuales clarificaremos más adelante. Respecto al ambiente literario de fines de los 50 y principios de los 60 recreado en la película, se logra evocar a los compañeros de ruta que acompañaron a Heraud por esa travesía lírica, como es el caso de Javier Sologuren, Arturo Corcuera y Washington Delgado, figuras destacadas de la poesía peruana de mitad del siglo XX. La cinta gana puntos al poner en escena el proceso de edición del primer poemario de Javier Heraud, El río, editado en esa pequeña imprenta de Sologuren a las afueras de Lima, pasaje memorable que es recreado con suma pericia por Guillot. El otro lado de la sensibilidad heraudiana, que también es retratado, es el proceso de enamoramiento con Laura (Vania Accinelli), que atraviesa ese lapso desde los pasillos universitarios hasta poco antes de partir a Cuba, donde Heraud estudiaría cine.
Respecto de las actuaciones, podemos decir que Stefano Tosso logra un papel protagónico destacable, el cual es fiel a la sensibilidad del propio Heraud, mostrando ese carácter jocoso que guardaba el poeta para el espacio íntimo y los más allegados a su persona. Por otra parte, la actuación de Vania Accinelli, como Laura, es verosímil y no hace perder la tensión amorosa entre ambos. Del otro lado, se tiene también las interpretaciones de los padres, en donde Lucho Cáceres tiene una actuación óptima como la figura paterna impositiva, mostrándose conflictivo frente a su hijo Javier. Del mismo modo, la recientemente fallecida Sofía Rocha, en su papel de madre intermediadora, con su actuación logra sopesar la cólera del padre al saber que los planes para su hijo no son los esperados por él. En donde se pierde verosimilitud es en el personaje de Vargas Llosa (Sebastián Monteghirfo), el cual no es interpretado de manera efectiva. Por momentos se le escucha emplear el mismo tono de voz, pero después muy poco se introduce miméticamente en el papel del Nobel peruano.
En el planteamiento secuencial, la cinta logra avanzar in crescendo, pasando por todos esos puntos inflexivos que constituyó la vida de Javier Heraud. Sin embargo, en la etapa final pierde esa potencialidad que ganaba hasta tres cuartos de película. Efectivamente, la historia es completada y se redondea al final, pero la representación se siente forzada, por lo que ya no existe esa intriga inesperada que un conocedor de la vida del poeta quisiera sentir. Sin embargo, esto no implica desmerecer la propuesta sobre la que se construye el filme, que es la captación de la vida intensa del propio Javier Heraud desde el mismo planteamiento técnico. Esto se logra por medio de constantes usos de planos medios o primeros planos abiertos, sintiéndose la cercanía con las escenas. Esa pasión insistente e imperecedera que fue toda su vida ha quedado eternizado de ahora en adelante en esta película, la cual contribuye tanto a desmitificar la sombra del mal que ronda sobre sus últimos días, así como también a (re)crear el proceso militante de un poeta que asumió la ética de su pensamiento hasta sus últimas consecuencias, sobrepasando los límites de la lógica humanitaria.
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