[Crítica] «Mapacho», de Carlos Marín


Más allá del triángulo amoroso que se extiende en gran parte de la película, la ópera prima de Carlos Marín se compromete a asumir un carácter testimonial sobre la transexualidad dentro de una comunidad amazónica. Mapacho (2019) se vale de una historia típica de amor con aires de comedia exótica para después poco a poco ir abriendo un panorama dramático expresado desde las testificaciones de un trío de transexuales que por momentos elevan la ficción a un relato oral.

Entre bromas y rutinas, Marín nos va descubriendo el lado pesaroso que recae en sus personajes, aunque siempre sin un ánimo de convertirlo en el centro de la trama. Tal vez la intención del director por reservar el tema de la homofobia a un segundo plano tenga alguna relación con el comportamiento de Mapacho (Fernando Cobeñas), un joven mototaxista que comparte su intimidad sexual con un transexual, pero también con una mujer.

El personaje de Mapacho no es nada menos que una proyección del comportamiento de una sociedad hipócrita. La relación de este joven con Marcia (Valeria Ochoa), una peluquera transexual, tiene un límite de exposición pública. Hay un momento de aprobación y muchos otros de negación. En consecuencia, el filme hace un retrato de la moral alterable y conveniente. De ahí por qué el director opta por mantener la homofobia en segundo plano. Tratamos con una sociedad que oculta o niega un prejuicio innegable. Y no solo es Mapacho, sino también otros personajes quienes restringen los límites de lo público a esta identidad sexual. «Mapacho» se presenta como una película convencional, pero lo cierto es que desde el principio ha ido narrando una realidad trágica. Ya para cuando la historia central –el melodrama– asuma su cierre, Carlos Marín pondrá en evidencia su último y más dramático testimonio. El triunfo de unos, es una fatalidad para otros.


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