Martin Scorsese necesitaba una buena razón para regresar al cine de gángsters. No solo una buena historia o personajes memorables, sino también algo nuevo qué decir. Después de todo, se podría argumentar que, luego de filmes como “Buenos muchachos” o “Casino”, al buen “Marty” ya no le quedaba mucho qué hacer en ese mundo. Ya ha dicho bastante, a través de los personajes de Robert De Niro, Joe Pesci, Ray Liotta, y más, sobre la excesiva ambición, la muerte, las consecuencias de actividades criminales, la drogadicción, y hasta la manera en que los inmigrantes italianos eran tratados por el ciudadano promedio en los 80s y 90s. Si Scorsese iba a regresar para contar este tipo de historias, no iba a ser para repetir lo mismo de antes.
Es precisamente por eso que “El irlandés” resulta tan fascinante. Olvídense que los grandes estudios se negaron a financiarla, y que Scorsese tuvo que aliarse con Netflix para producirla. Olvídense de los excelentes efectos visuales digitales utilizados para rejuvenecer a sus veteranas estrellas. Y olvídense de cualquiera comparación que podría hacerse con “Buenos muchachos” o “Casino”. Esta película es una criatura totalmente diferente —un filme más interesado en explorar los arrepentimientos y cruentos actos de sus protagonistas a través de una reflexión sobre la muerte. Se trata, pues, de una cinta considerablemente más contemplativa que cualquiera de sus predecesoras; de una historia épica en todo sentido de la palabra que, si no fuese dirigida por Scorsese, estoy seguro nunca hubiera podido ser estrenada en la pantalla grande o chica. Al menos no de esta manera.
“El irlandés” transcurre a lo largo de tres décadas, lo cual obligó a Scorsese y compañía a utilizar diversas técnicas digitales para permitirle a sus protagonistas lucir tal y como lo hicieron hace veinte, treinta o hasta cuarenta años. El tono más bien nostálgico se debe, principalmente, a la manera en que Scorsese decide contar esta historia —Frank Sheeran (Robert De Niro), ya viejo, retirado, y viviendo en una casa de reposo, le habla directamente a la cámara, contando sus experiencias, primero, bajo la tutela de Russell Bufalino (Joe Pesci), y más adelante, como mano derecha del popular Jimmy Hoffa (Al Pacino), quien desapareció misteriosamente en 1975. Evidentemente, la película trata de explicar dicha desaparición, pero deben tomarla con cuidado — “El irlandés” es una cinta de ficción, no un documental.
Es así que vemos cómo Sheeran pasa de ser un ex soldado sin mayor propósito en la gran ciudad, a convertirse en uno de los matones más importantes de Bufalino, quien rápidamente se convierte en su mejor amigo. De hecho, es él quien lo recomienda a Hoffa, un líder sindical que necesitaba urgentemente de alguien que “pinte casas” (una frase en código, usada para referirse a quienes se encargaban del trabajo sucio) para poder acabar con sus contrincantes, incluyendo al desagradable Tony Provenzano (Stephen Graham). “El irlandés” es una historia épica sobre la vida de Sheeran en relación a estos otros personajes, pero también en relación a su familia —siempre abandonada, ignorada, y usualmente representada por su hija mayor, Peggy (Anna Paquin), quien siempre consideró a su padre como un criminal, alguien distante y misterioso.
Vale la pena comenzar con el “elefante en la habitación”: la tecnología digital utilizada para rejuvenecer a De Niro, Pesci y Pacino. Sí, es cierto que hay un par de planos en los que no convence del todo —especialmente cuando vemos a un joven Frank Sheeran durante la Guerra—, pero en general, se trata de la mejor utilización que se le ha hecho a esta tecnología hasta el momento. Y no solo porque es muy convincente, sino también porque es utilizada en la mayor parte de escenas de “El irlandés”. No es que el guion de Steve Zaillian cuente con un par de flashbacks y ya —la mayoría del film se lleva a cabo en el pasado, por lo que Scorsese y los magos de Industrial Light and Magic tuvieron que utilizar los efectos digitales de tal manera que no distraigan, se vean realistas, y más importante, no malogren las actuaciones o afecten negativamente a la historia. Es así como la mayoría de efectos visuales deberían ser usados en le cine —para contribuir con el desarrollo de la trama y los personajes, y no como el atractivo principal.
Felizmente, siendo “El irlandés” una obra de Martin Scorsese, el apartado visual en general es de lo mejor que uno puede ver en la pantalla grande. Sabemos que se trata de una producción de Netflix, y que la mayoría del público la verá en la pantalla de una computadora o, si es que el demonio de verdad existe, en una tablet o un celular, pero esta es una película que de verdad merece verse en el cine. La manera en que Scorsese utiliza la cámara, sin llamar demasiado la atención a sí misma, pero a la vez, utilizando recursos como planos con grúa para enfatizar el tamaño de una locación, o trackings —no tan llamativos como los de “Buenos muchachos” o “Casino”— para resolver ciertas situaciones de manera en apariencia simple, convierte a “El irlandés” en una de las películas visualmente más espectaculares que he visto este año. La recreación de cada década en pantalla —desde los años 50 hasta los 80— ayuda a que el espectador se adentre en la historia, y jamás dude de que lo que está experimentado es fidedigno.
Al igual que muchos de los otros dramas dirigidos por Scorsese, “El irlandés” no carece de humor negro. Se trata de una película, en su mayoría, bastante seria, pero que felizmente contiene suficientes momentos de humor, como para que uno pueda descansar, aunque sea por unos segundos, de las meditaciones sobre la mortalidad. Además, al menos en comparación a sus filmes más brutales, “El irlandés” es sorprendentemente gentil. Sí, incluye un par de momentos de chocante violencia, pero son la excepción más que la regla —aparecen solo cuando la historia verdaderamente las necesita, y por ende, resultan mucho más impactantes que si fuesen utilizadas en todas las escenas. El trabajo de Frank Sheeran involucra uno que otro asesinato, pero ese no es el foco de “El irlandés” —el guión de Zaillian está más interesado en Frank el hombre, que en Frank el matón.
Y felizmente Robert De Niro está a la altura de dicho personaje. Considerando la gran cantidad de comedias insufribles y thrillers fallidos en los que ha estado actuando en los últimos años, uno podría dudar de su capacidad para sorprender en una película de Scorsese… pero felizmente, uno estaría equivocado. El protagonista de “Toro salvaje” interpreta a Sheeran como un hombre de pocas palabras, como un ex soldado que sufre de estrés postraumático, pero que decide afrontarlo a través de un trabajo que le permite hacer lo mismo que en las trincheras: obedecer órdenes sin hacer demasiadas preguntas. Se trata de una actuación magnífica, sutil, especialmente durante los pocos momentos callados que comparte con su hija Peggy. A pesar de que Anna Paquin casi ni habla durante la película, es capaz de transmitir mucho a través de las miradas de una mujer con muchos resentimientos hacia un padre ausente, violento y poco expresivo.
Por su parte, Joe Pesci se aleja bastante de los personajes que interpretó anteriormente para Scorsese, convirtiendo a Bufalino en un mentor más bien tranquilo. El mafioso nunca pierde el control, lo cual le permite a Pesci demostrar que nunca debió ser encasillado como el tipo pequeño pero violento de “Buenos muchachos”, o hasta la saga de “Arma mortal”. Su trabajo en “El irlandés” es sutil pero intenso —uno siempre siente que Bufalino sabe lo que está haciendo, por más que parezca estar siendo opacado por otros. Más bien, quien tiene el rol que Pesci hubiese interpretado hace treinta años es Al Pacino. Su Jimmy Hoffa, más que un personaje, es un símbolo, un ícono — da una actuación exagerada y por momentos explosiva (consideren la escena en donde le grita e insulta a todos sus empleados), pero funciona para darle una motivación a Sheeran, y transmitir algunos de los temas de corrupción, engaño y muerte con los que Scorsese está obsesionado.
Curiosamente, quien también sale bien parado es Stephen Graham. Un actor británico subvalorado —siempre lo recordaré como Tommy en “Snatch: cerdos y diamantes”, de Guy Ritchie—, Graham se roba las pocas escenas en las que aparece, interpretando a Anthony “Tony Pro” Provenzano como un mafioso bullicioso y sin estilo —parte de una nueva generación, moderna y menos formal, que ni Hoffa ni Sheeran ni Bufalino terminan de entender. El simple hecho de que Graham pueda mantenerse al mismo nivel que Pacino, De Niro o Pesci incluso durante algunas de las escenas más intensas de la película, dice bastante sobre sus considerables habilidades actorales. Por ejemplo en la la tensa escena en donde Tony Pro llega tarde a una reunión con Hoffa, mal vestido y lleno de excusas. Se trata de una clase maestra de actuación, tanto por parte de Pacino, como Graham.
Respecto a la duración de la película, se trata de una película de tres horas y media de duración, lo cual podría resultar particularmente complicado si es que uno decide verla en la comodidad de su casa. Al verla en la sala de cine, totalmente a oscuras y sin mayores interrupciones, “El irlandés” me resultó absolutamente cautivamente; fueron, sin temor a exagerar, los 210 minutos cinematográficos más rápidos de mi vida. No obstante, al ver “El irlandés” en Netflix, rodeado de ruidos, personas, interrupciones y demás, me temo que la experiencia será totalmente distinta. Espero que aquellos que decidan verla a través de la plataforma de streaming puedan hacerlo de manera ininterrumpida y concentrada.
“El irlandés” es la mejor película de Scorsese desde “El lobo de Wall Street”, y el epílogo perfecto para sus filmes anteriores sobre la mafia. Es una cinta que justifica su duración a sobremanera —no le sobra ni un solo minuto, y cada escena está editada con el ritmo perfecto, muchas veces adecuándose, incluso, a la edad y la velocidad mental y física de sus protagonistas—, y que termina siendo épica sin llegar a sentirse inflada. Impecablemente actuada, inesperadamente contemplativa, y visualmente grandiosa, “El irlandés” es una de las mejores películas del 2019, y una prueba más de que Netflix puede contribuir al mundo del cine y el espectáculo audiovisual con más que series fantásticas o comedias románticas sosas. Si tanto “Roma”, de Alfonso Cuarón, como «Okja«, de Bong Joon-ho, y por supuesto, “El irlandés”, de Martin Scorsese, son un avance de lo que podemos esperar del gigante del streaming en el futuro, pues no tendré ningún problema con que sigan produciendo contenido original… con tal de que podamos verlo en la pantalla grande.
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