La séptima edición del Transcinema Festival Internacional de Cine se ha iniciado este año anunciando la proyección de más de 100 películas en su programación. Dentro de todas estas propuestas de cine independiente, se encuentra el documental “Apurimac. El dios que habla” del director argentino Miguel Mato. Este documental muestra el trabajo organizado de cuatro comunidades en la sierra peruana, que renuevan periódicamente la construcción del puente colgante Q’eswachaka. Una hazaña que se repite desde la época incaica.
Funciones:
Domingo 8 – 7:00 p.m. – Sala Robles Godoy
Conversamos con Miguel Mato quien nos muestra en la realización de este film, un escenario completamente natural y rural, fuera de toda urbe, con el fin de presentarnos un película llena de sensaciones, donde se visibiliza un verdadero sentido colectivo en un grupo humano.
¿Cómo llegó a usted la historia de estas comunidades en Cusco y su dedicación a la elaboración del puente?
Viví en Lima en el año 1976 durante algunos meses al iniciar mi exilio, y en ese momento tuve la oportunidad de ver fotos que habían tomado unos amigos peruanos del puente Q’eswachaka, pero no tuve la oportunidad de visitarlo.
Recuerdo que me contaron cómo se hacía y me explicaron la minka [el trabajo comunitario], algo que yo desconocía. Pasó el tiempo y el puente quedó registrado en algún lugar de mi cabeza ya que casi 40 años después sentí la necesidad de contarlo.
¿Cuánto tiempo le ha demandado este proyecto, desde su gestación hasta su realización?
Demoré aproximadamente cuatro años, lo que incluyó la investigación y las visitas previas a las comunidades para tomar contacto con ellas. Les conté que me interesaba la ceremonia de renovación del puente Q’eswachaka pero que además de eso, quería registrar la vida cotidiana de las comunidades y la minka. Esos encuentros fueron muy fructíferos ya que pudimos convivir con ellos y con la presencia de la cámara de manera armoniosa.
Las imágenes son tan poderosas en este documental que casi no han sido necesarios los diálogos. ¿Ese acercamiento fue una decisión desde el inicio, o fue algo que se fue dando con el desarrollo del proyecto?
El tratamiento de la película fue planteado desde un principio de esta forma, esto incluye el haber trabajado en el rodaje y en la postproducción con Daniel Mitre. Él es un artista boliviano con el cual construimos una banda sonora a partir de bowls tibetanos, ocarinas, percusiones y sonidos registrados durante el rodaje. Yo no quería lo clásico que se atribuyen al altiplano, quería silencios y sonidos que apelaran a lo sensorial. La construcción de las imágenes fueron pensadas junto al director de fotografía Germán Costantino para poder llegar con el relato visual tal como se ve en la película, y lograr transformarla en una experiencia sensorial.
La cámara mantiene en casi todo el documental una posición muy respetuosa de distancia. Hasta que por fin se acerca a cruzar el puente. ¿Cómo fue esta experiencia?
Tal como te dije, existió una decisión previa de cómo narrar la película y esto era introducir muy lentamente al espectador primero a las alturas, luego a la geografía y poco a poco ir incorporando a los individuos hasta llegar a las comunidades. El proceso previo que fuimos registrando a lo largo de 30 días de rodaje fue de idéntica manera desde la cámara y en los últimos tres días la cámara se integró al ritual en todos sus aspectos.
La experiencia es única, por un lado estábamos conscientes de cómo queríamos contar la película y por otro lado se iba produciendo empatía con los miembros de las comunidades y debíamos reprimir que esto estuviera presente en las imágenes. De hecho, cuando llegamos a la zona de construcción del puente la gente nos reconocía, sabían lo que estábamos haciendo y eso le dio frescura al encuentro cámara/comunero.
El documental expone de manera contundente lo que una comunidad puede lograr en base a la cooperación. ¿Qué reacciones han tenido quienes lo han visto?
Creo que un logro de la película es el mostrar la minka o minga, para mí en este momento histórico de nuestro mundo donde se exacerba lo individual, el éxito es una idea meritocrática. Contraponerlo al trabajo en favor del bien común desde lo comunitario y además en un ritual de hermandad que se repite año a año hace ya varios siglos era fundamental. Creo que lo hemos logrado transmitir.
Hasta ahora mis experiencias con el público han sido en Valladolid en España y el estreno en Buenos Aires hace dos semanas. Es muy bello lo que produce en el público desde que comienza la película y en esos minutos iniciales el espectador se sumerge en otro código temporal , en otro código de convivencia con el medio, al finalizar las preguntas mayoritariamente giran justamente alrededor del trabajo comunitario como si esto fuera algo extraño. En realidad es ajeno a lo urbano y eso creo que los interpela e inquieta.
A propósito de la solidaridad, ¿qué tan lejana considera que puede estar en nuestro día a día, y hasta donde tenemos que buscarla?
Como te lo expresaba anteriormente, el sistema en el que vivimos nos induce permanentemente a mirarnos, pero no en ver al otro como parte de un todo. Creo firmemente en la necesidad de poder ver al otro, no simplemente mirarlo. Creo que se refleja en el tipo de mundo que estamos construyendo, que de alguna forma apela al sálvese quien pueda.
Para terminar, ¿en qué proyectos viene trabajando a continuación?
En estos momentos estoy realizando un documental sobre los orígenes del teatro en el Río de la Plata y ya para mediados del año próximo comenzaremos el rodaje de un documental sobre el Obispo Podestá que será rodado en Buenos Aires y Roma.
Se llama “Obispo de no lugar” porque este obispo junto con Elder Cámara y otros más que abrazaban la teología de la liberación les fue arrebatado en los 60 la diócesis de Avellaneda. La dictadura de Onganía, en complicidad con el Vaticano. Esta era la diócesis de obreros más grande de América latina en aquel momento y le asignaron una diócesis inexistente, la diócesis de Orrea d Aniníco, lugar que existió en algún momento de la historia en Eritrea. El documental relatará todo su devenir a partir de este hecho hasta su muerte en el año 2000.
Sobre el director
Miguel Mato es realizador de documentales, ficción y videos institucionales, nacido en 1952. Hasta 2004 fue director de cine publicitario y participó en la realización de programas de TV educativos y de interés general.
Director, Guionista y Productor de “Apurimac – El dios que habla” (2019), “Yo, Sandro – la película” (2018), “Losada, las letras de los otros” (2014), “Hambre nunca pasé” (2010), “Haroldo Conti, Homo Viator” (2009), “Espejitos de colores” (2008), “Gambartes, verdades esenciales” (2004), “Una modesta proposición” (2001) y “Nunca más – Prohibido olvidar” (1992).
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