La vejez está en alza. Después de ver en acción a un espectacular team de septuagenarios y un octogenario en la gansteril “El irlandés”, nos toca ahora comentar otra cinta –“Los dos papas”– sobre dos personajes, coetáneos de los anteriores, pero a la cabeza de la Iglesia Católica: Benedicto XVI, 86 años, y Francisco, 77 años, papa emérito y papa en funciones, respectivamente; focalizada en la famosa renuncia del primero y la subsiguiente elección del segundo.
Ambos purpurados tienen hoy 92 y 83 años, respectivamente, y son interpretados por dos excelentes actores, igualmente veteranos: Anthony Hopkins (Benedicto), de 82 años y Jonathan Pryce (Francisco), de 72 abriles. ¿Se puede pedir más? Definitivamente, en la vejez está el futuro.
En cuanto a la película, suscribo un comentario de María Bedoya en una cuenta de Facebook: “A mí me encantó, me entretuvo mucho, las actuaciones fueron muy buenas y te deja una linda sensación sobre la humanidad”. Efectivamente, este es un gran logro de la película. Añadiría que muestra con bastante claridad el proceso de cambio actual en la iglesia a partir del contraste de personalidades entre ambos personajes, así como ayuda a entender el pensamiento de Francisco y las circunstancias que le dieron origen.
Al mismo tiempo, todo hay que decirlo, es una versión oficiosa del debate actual y ofrece una determinada imagen de Francisco sobre la base de la revisión de su pasado y de algunos hechos de su trayectoria; sujetas a controversias. Por lo que “Los dos papas” –necesaria y quizás involuntariamente– será un filme polémico para ciertos públicos.
DEBATES
La cinta consiste casi completamente de un diálogo entre los protagonistas, con vueltas al pasado (flashbacks) de episodios de la vida de Jorge Mario Bergoglio (Francisco). Se divide en dos grandes partes. La primera, describe el proceso que conduce a la renuncia de Joseph Ratzinger (Benedicto) y, la segunda, el que lleva a la sucesión, centrado en el papel del cardenal argentino durante la dictadura militar de los 80 en su país, y sus consecuencias personales.
El director Fernando Meirelles ha estructurado el filme como el enfrentamiento de dos personalidades contrapuestas, una receta que funciona tanto en comedias como en dramas (y, en esta película, hay un poco de ambas). Casi desde el comienzo, con ocasión de la elección de Ratzinger como Benedicto XVI, se plantean los temas de debate al interior de la Iglesia. Los que luego estarán presentes en su primer encuentro con Bergoglio, en los jardines de Castel Gandolfo, residencia veraniega romana del papa.
La discusión es franca y muy agresiva por parte de Ratzinger, mientras que Bergoglio no se queda corto. Exponen sus diferencias en torno a los homosexuales, la comunión para divorciados, la pederastia y los abusos sexuales; mientras que el relativismo moral versus la “iglesia narcisista”, aparecen como opiniones discrepantes sobre el alejamiento de la gente de la religión, entre otros disensos. Se dicen cosas muy duras y con aspereza; y la acritud del debate de extiende a ataques personales que rozan el maltrato por parte del pontífice teutón al cardenal argentino. Conviene destacar la queja inicial de Ratzinger a Bergoglio por su negativa a vivir en el palacio arzobispal o vestir con hábitos y zapatos lujosos, poniendo «en evidencia» a sus colegas.
En suma, una bronca en toda la línea y en la que se contraponen visiones opuestas sobre la Iglesia. Sin embargo, el efecto de estas diferencias se suaviza por el tono reverencial y respetuoso hacia la figura papal; así como por el ritmo relativamente pausado (y bajo volumen) de las voces en disputa, propio de clérigos de avanzada edad, acostumbrados a escuchar susurrantes confesiones y con la suficiente experiencia negociadora –con dios, el demonio y los hombres– como para haber llegado a la cúspide de la profesión.
SEÑALES
Lo más comentado del filme son esas divergencias. No obstante, lo más importante es cómo se manejan estas y cómo se resuelve el problema de la diferencia de personalidades. Lo cual conduce al tema planteado por Benedicto en su segundo encuentro con Bergoglio, en sus habitaciones privadas: escuchar la voz de dios, el llamado divino; el cual viene dado por algún hecho casual o inesperado, por alguna «señal».
En lo personal, como agnóstico con antiguas lecturas de (y sobre) Carl Gustav Jung, siempre he considerado que la eventual existencia de un ser sobrenatural (una energía espiritual superior a lo humano), se expresa mediante el azar y la casualidad. Cuando ocurren hechos fortuitos –sucesiva o simultáneamente– y no provocados por relaciones de causa y efecto, esas son señales que nos indican un camino a seguir, y nos ayudan a tomar decisiones en circunstancias que escapan a nuestro control. Son situaciones que hay que dejar en manos de dios, es decir, del azar.
En mi vida he procurado seguir estas señales, cuando se han presentado, y por lo general me ha ido bien o muy bien. Funciona. Aunque también es cierto que, pese a todos nuestros cuidados y esfuerzos, el azar nos envía algunas cosas no muy buenas e incluso malas: accidentes, enfermedades, el paso del tiempo, el fallecimiento de seres queridos, casi seguro las circunstancias específicas de nuestra muerte. Esto también funciona, aunque generalmente sin aviso ni “señal” previa. Así es dios (o sea, el azar): a menudo actúa inesperadamente, para bien o para mal. Para él, y para todo aquello fuera de nuestras humanas posibilidades, nada está escrito.
Esto que digo pueden ser pamplinas pero explican mi simpatía con el enfoque religioso de Meirelles. Presenciamos un debate de ideas sobre ciertos asuntos, pero los «argumentos» decisivos no son estrictamente racionales sino que se apoyan en hechos fortuitos, interpretados como señales (o silencios) divinos. Así, por ejemplo, la vocación de Bergoglio de ingresar al sacerdocio se basó en un hecho puramente casual y así se lo presenta, mientras que la decisión de Ratzinger para la sucesión se refuerza por… ¡la compra anticipada de un pasaje aéreo a Roma por el cardenal argentino!
Es decir, el puro azar, pero con una diferencia muy importante. Las personas realmente religiosas niegan que estas señales sean aleatorias. «Las casualidades no existen», advierte Bergoglio a una amiga bonaerense antes de ir a Roma, convencido de seguir designios divinos. Más aun, ellos buscan tales señales y una comunicación constante con dios; de ahí vienen la oración, la meditación, los rituales y todo el rollo religioso formal.
Pero así como llegan señales, hay épocas sin comunicación. Así como los escritores sufren los famosos bloqueos creativos ante la temible página en blanco, los curas ocasionalmente sienten el peso del silencio divino (como cualquier otro creyente). La película muestra la soledad, angustia y vacío de Bergoglio en sus temporadas bajas; mientras que, en algún momento de su primer diálogo, Ratzinger lo deja mudo al preguntarle si quiere continuar siendo sacerdote. Pero al día siguiente, el propio Benedicto reconoce que él también está íntimamente atormentado por la falta de conexión con dios.
En consecuencia, Meirelles presenta a sus dos protagonistas sumidos en graves dudas de fe, al punto que ambos quieren renunciar; y este es el espacio común donde deberán resolver sus respectivas crisis personales, mediante la búsqueda de señales divinas. En tal sentido, no estamos ante personajes rígidos sino también vulnerables, sumidos en dudas profundas y deseosos de encontrar una renovación de su fe; lo que abre un espacio para la tolerancia y la compresión mutua. De esta forma, el director brasileño logra definir, acercar, humanizar y hacer creíbles a los dos personajes; aparte, aprovecha con ingenio sus desencuentros, lo que hace la trama interesante y entretenida, suavizando gradualmente las fricciones.
CONTROVERSIAS
Al dejar de lado la concepción religiosa que subyace en la diferencia de personalidades, algunos consideran que ese esquema dramático es convencional y superficial; pero olvidan dos factores poco convencionales.
El primero, que ambos personajes están en la cúspide de una institución de alrededor de 1,200 millones de creyentes en todo el mundo, con multitud de características, conflictos y pasado diversos a su interior. No se trata solo de un (des)encuentro de dos viejitos excéntricos, sino de llegar eficazmente a un público realmente masivo y en gran medida cautivo.
Sobre todo, considerando que varios cientos de millones de esos fieles conocen poco o nada sobre ambos papas; y desconocen aspectos poco gratos de sus respectivas trayectorias. Especialmente, el pasado de Bergoglio, del que se muestran algunos hechos poco felices durante la dictadura militar argentina; que es donde desemboca el tête à tête entre estos dos sucesores de san Pedro.
En tal sentido, Meirelles ha centrado su película en torno al contraste de personalidades, no en torno a la situación actual de la Iglesia; subordinando –contra todas las apariencias– el debate de ideas a la narrativa de la resolución de estas discrepancias personales. Es por ello que no estamos ante arduas discusiones teóricas ni profundas reflexiones teológicas. Al contrario, los temas se mencionan y enuncian pero no se profundizan, ya que ambos personajes los conocen a fondo. El debate es rápido y ligero, aunque áspero; más que una intención pedagógica hay un interés puramente informativo, basado en la reiteración y la redundancia, como veremos más adelante.
En vez de profundizar en los temas, el director busca –astutamente– que este asunto se resuelva en el plano emocional. Ayuda que, después de todo, las virtudes y defectos de los protagonistas reflejan fuertemente las diferencias conceptuales que agobian hoy a la Iglesia. Por ello, las discusiones se dan tanto en el plano de las ideas como en el de los comportamientos y acciones de estos (quizás no tan) santos varones. De allí también que el debate esté sazonado de detalles y gestos que van posicionando la relación interpersonal –los momentos de deschave mutuo– por encima de lo conceptual.
En esa línea, el contraste de personalidades genera situaciones irónicas que rebajan la tensión de las discrepancias y terminan por imponer la simpatía de Bergoglio e, incluso, extenderla a Ratzinger. Y, como no podía ser de otra manera, se incluyen confesiones y absoluciones que ayudan a superar diferencias.
Esto también molesta a quienes esperan un enfoque más crítico sobre los personajes, antes que la visión apologética de Meirelles sobre Francisco, e inclusive -–hasta cierto punto– sobre Benedicto. Estos críticos se refieren a las omisiones sobre el pasado de ambos papas y, principalmente, a los numerosos hechos falsos que se atribuyen al argumento de la película.
Sin embargo, al obviar el aspecto religioso de la cinta, estos críticos no parecen advertir –en el caso de Ratzinger– la grave motivación de su renuncia y el hecho de que se le presente, en gran medida, como el malo de la película (no lo es tanto). Ni tampoco que ambos muestren su arrepentimiento al final.
Además, el pasado de ambos personajes se presenta un poco brumoso. Por ejemplo, el pasado nazi de Joseph Ratzinger, mencionado un par de veces, fugazmente, en la película, no está muy claro. En aquellos años casi todos los alemanes fueron nazis (muchos, de manera activa, otros, cerraban los ojos o miraban a otro lado); muy pocos fueron opositores y entre ellos no figuraba un jovencísimo Ratzinger. Sin embargo, no sabemos mucho más sobre su participación política o si realmente la tuvo.
En cambio, el comportamiento de Bergoglio durante la dictadura genocida de Videla, en Argentina, sí es mostrado claramente y ocupa casi toda la segunda mitad del filme; aunque algunos sostengan –no sin cierto sustento– que hay un problema de impunidad en su caso. De acuerdo a lo dicho en su confesión, el entonces jefe de los jesuitas argentinos debió ser investigado y juzgado. Pero, nuevamente, estamos ante sucesos ocurridos puertas adentro de una Iglesia que –con excepciones– mantuvo un silencio cómplice o, al menos, una actitud complaciente hacia ese régimen criminal.
Por si fuera poco, la propia Iglesia Católica es una entidad bastante opaca y tiende a pasar del silencio al silenciamiento de hechos del pasado y hasta del presente. El propio Ratzinger consuela a Bergoglio explicándole que cuando se mira hacia atrás todo parece recto, pero por lo general el camino ha tenido rodeos en los que se pierden cosas. Además, con el paso de los años, los testigos fallecen, la memoria se va perdiendo, se confunden las circunstancias, el pasado se difumina: ¡otra de las glorias de la vejez!
En todo caso, el trasfondo de varias de estas críticas es una incomprensión de lo que es una obra de ficción, la cual está compuesta por una mezcla de hechos reales con otros inventados; y en la cual importa poco la cantidad de mentiras que la construyen, sino si esas mentiras –creativamente articuladas– logran restituir la verdad de lo que se quiere mostrar, en este caso, el debate actual al interior de la Iglesia Católica. En tal sentido, “Los dos papas” ofrece una visión fidedigna de los aspectos centrales de este debate y lo hace de la manera más simple y clara al proponerla como un debate universal: cambio versus inmovilismo.
En este debate, la única idea que se desarrolla como tal es –valga la redundancia– la del cambio. Al inicio, Ratzinger ve el cambio que Bergoglio y otros reformistas propugnan como “ceder”, mientras que el argentino le aclara que el cambio es algo distinto, no un retroceso. Mientras que, en relación con su renuncia, los papeles se invierten: el cardenal argentino le critica a Benedicto que “ceda”, mientras que él le responde: “no, yo he cambiado”.
PALABRA E IMAGEN
Estos giros simétricos en el juego de contraposición de personalidades tienen un soporte audiovisual, que incluye también otros contrastes significativos que pasamos a reseñar.
El primero, y más obvio, es el uso de la voz en off de ambos, pero especialmente la de Bergoglio, que explica, acota y comenta lo que muestran los flashbacks; sobre todo en la segunda parte de la película, en la que también interviene Ratzinger, para apoyarlo en lo que resulta ser una dolorosa confesión. A ello se suma un montaje paralelo con breves insertos (y cambios de color) que agilizan y dan variedad a la narración audiovisual. Las voces en off vienen a ser como la continuación del debate, ahora convertido en una conversación íntima, de sinceramiento mutuo.
Como señalamos más arriba, los temas en debate antes que desarrollarse o profundizarse más bien se reiteran. Así, al inicio del filme, al anunciarse la muerte de Juan Pablo II, los escuchamos –a manera de titulares– en cuñas con audios muy cortitos de diversos periodistas en idiomas distintos que los repiten. Luego lo harán sotto voce algunos cardenales, durante la elección de Benedicto. Y recién entonces –tras varios años de papado, en la primera y larga reunión en el jardín de Castel Gandolfo– pasan a ser enunciados un poquito más detalladamente por los dos protagonistas; sin pasar nunca de un mero plan informativo, pese a algunas (en este contexto, inevitables) citas bíblicas. El objetivo es construir y reforzar, por acumulación, el contraste entre cambio versus inmovilismo, que mencionamos anteriormente.
Estas voces –mediáticas y algo caóticas– que acompañan los ajetreos electorales de la curia cardenalicia no son un procedimiento casual, sugieren una especie de Torre de Babel, de confusión de lenguas (voces e ideas) que cercan a la Iglesia (en un entorno global). En tal sentido, se suman a las noticias que aparecen en pantallas y donde se mencionan los escándalos que rodean a Benedicto: los problemas con el Banco del Vaticano, la filtración masiva de información clasificada por personal de su confianza o la publicación de un libro con destapes desagradables. Todo esto es parte de un contexto político y religioso que –además de su drama espiritual– añade razones para su renuncia.
Este procedimiento de voces cortitas y múltiples que se elevan in crescendo para cortarse y quedar en silencio se repite, significativamente, más adelante, cuando Bergoglio está “desterrado” por la Iglesia en las sierras de Córdoba y atiende (las voces de) confesiones, sugiriendo cantidad y cercanía, pero también capacidad de escucha de su parte. Este procedimiento apoya su aprendizaje de ir al encuentro –y “abrir”– la Iglesia a los fieles; como parte de su esfuerzo por recuperar la conexión con dios, tras su lamentable comportamiento durante los años 80. A continuación lo veremos ya con un discurso nuevo que enfatiza temas como su crítica al sistema financiero, la desigualdad económica, la lucha contra la pobreza y protección ambiental; aunque siempre con cuestionamientos por su pasado.
Este procedimiento de audio se compagina con imágenes del joven Bergoglio (Juan Minujín) en la soledad de las montañas, donde confiesa a sus fieles que –como ellos– también él (y los curas, en general) tienen sus temporadas sin conexión con dios. Los planos generales, donde se le ve en picado, recuerdan a Moisés solo en el monte Sinaí o al ayuno de Cristo en el desierto. Meirelles usa estás imágenes para ilustrar esos días de absoluta soledad (espiritual) del jesuita argentino.
Estas alusiones religiosas en materia audiovisual –fundamentales para el sentido de la obra– se refuerzan también mediante otros contrastes que soportan a los protagonistas. Uno de ellos es el que opone la opulencia del Estado Vaticano, con los espacios populares argentinos, más bien pobres y de clase media, donde se desarrollan las secuencias y episodios del pasado (y presente) de Bergoglio en su país. Aspecto clave para entender el pensamiento de Francisco, centrado en la crítica a las desigualdades sociales pero también a ser coherente con lo que se piensa o cree: si la Iglesia tiene una opción preferencial por los pobres, sus pastores deben también vivir con mesura y sin lujos ni ostentaciones materiales.
Otro, es el que contrapone el uso del color en las imágenes del presente versus el uso del blanco y negro para muchas de las escenas del pasado de Francisco. Pero también cuando el color sustituye al blanco y negro en aquellas imágenes del pasado del papa argentino que lo proyectan hacia el presente. En otros pocos pero significativos casos, algunos breves y nerviosos (gracias al uso de cámara en mano) cambios entre ambos procedimientos lumínicos ilustran simplemente las dudas que aquejan a Bergoglio. Aquí la fotografía apoya los contrastes entre luz y oscuridad, y cambio e inmovilismo; pero, sobre todo, muestran la recuperación de la conexión con y la fe en dios (luz) versus los momentos de soledad y duda (oscuridad).
En ese sentido, también se puede señalar el contraste entre la luminosidad y monumentalidad de espacios como la Capilla Sixtina o la Plaza de San Pedro, contra los tonos apagados y opacos de las habitaciones privadas de Benedicto en Castel Gandolfo. Los espacios monumentales son los que convocan a la multitud, al pueblo cristiano, los turistas y a los eventos centrales de la Iglesia (la elección del papa, por ejemplo). Esos son los espacios y momentos para la luz (la fe), mientras que las habitaciones de Ratzinger, en cambio, son propicios para la oscuridad y la soledad (la desconexión con dios). Es significativo que la resolución de las diferencias de personalidad (léase, la renuncia y la sucesión) ocurran en un lugar ceremonial pero vacío (la “Sala de las Lágrimas”), pero que luego se produzca el significativo encuentro de Benedicto con los visitantes a la Capilla Sixtina, sugiriendo un reencuentro de la Iglesia con sus fieles.
ACCIONES QUE COMUNICAN
Para concluir, cabe mencionar quizás el más importante componente de esta obra: el contraste entre palabra y acción; ante el cual Bergoglio se inclina claramente hacia la acción. Lo cual se manifiesta de dos maneras: ser uno mismo y ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace.
Para ello, Meirelles lo presenta como una persona común y corriente, que trata de comprar un pasaje aéreo por teléfono, o que compra pizza y café en un puesto de las calles de Roma, o entra a un restaurante para ver y disfrutar de un partido de fútbol por televisión, exaltándose como cualquier otro hincha de ese deporte.
Lamentablemente, para hacerla más entretenida, la película se focaliza en las aficiones mundanas de Francisco: el fútbol, bailar tango y escuchar las canciones de ABBA; antes que en otros comportamientos más interesantes, como su rechazo a los atuendos lujosos, su decisión de vivir en habitaciones modestas (no en palacetes) y alimentarse cotidianamente en los comedores con el resto de trabajadores del Vaticano. En otras palabras, “poniendo en evidencia” a sus otros colegas, que no son consistentes con su prédica en defensa de los pobres versus sus condiciones de vida, muchas veces opulentas.
En esa línea –y ahora me aparto del filme–, pudo haberse incluido el hecho de que este papa contesta cartas y responde directamente llamadas telefónicas de sus fieles. Por ejemplo, a una señora divorciada que le consultaba cómo hacer para recibir la comunión que le negaban en su parroquia, Francisco le pasó el dato de otra parroquia donde otro cura se la daría sin problemas. Cuando el hecho trascendió y aparecieron críticas, el papa argentino dijo “hay quienes quieren ser más papistas que el papa”.
Esto es lo que en comunicación llamamos “acciones que comunican”. Hay un fuerte debate al interior de la curia sobre si se debe o no dar la comunión a los divorciados, el cual dura hasta la actualidad; sin embargo, el divorciado de a pie sabe que –mientras tanto– hay una solución práctica avalada por el mismísimo vicario de dios en la Tierra: acciones que comunican.
Además, el solo hecho de coger el teléfono para conversar directamente con cualquier persona supone un tremendo acortamiento de distancias y, por tanto –hasta cierto punto–, supone ceder o compartir poder. No un poder impositivo, sino otro, más cercano y empático; no solo con creyentes sino también con quienes no lo son.
Otro caso memorable es cuando en una conversación con periodistas durante un viaje en avión dijo: «Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?»; con lo cual se colocó en el terreno de la tolerancia y el respeto hacia esa comunidad. Lo dijo intencionalmente y sin necesidad de ningún documento ni debates previos, produciendo cierto revuelo.
Quizás hace o dice estas cosas debido a su avanzada edad. Cuando la experiencia y las canas abundan, los más mayores sienten que pueden hacer lo que les gusta, un poco lo que les viene en gana o decir lo que piensan, sin tanto problema. Acciones que comunican: quizás, otro privilegio de la vejez.
Algunos dirán que estas actitudes, gestos y dichos son puramente cosméticos, y que no suponen un cambio real en la Iglesia. Es posible. Sin embargo, marcan –mediante el ejemplo– una ruta para superar las discrepancias. Antes que decisiones basadas en ideas, se toman acciones en función de las necesidades de los creyentes de a pie. Un poco como en la película, se privilegia lo emocional antes que lo racional o, incluso, como sustento de lo racional.
De esta forma, se apunta hacia la empatía y el cambio de actitudes, comportamientos y conductas, antes que de ideas; las cuales pueden modificarse gradualmente. Esta es una transformación fundamental, porque el cambio de actitudes y acciones es la base de la sostenibilidad de cualquier cambio doctrinal.
Este acercamiento a la gente delimita el espacio y la meta de los debates en curso; los cuales deben así dirigirse hacia a un consenso. De lo contrario, no vale la pena debatir ya que no sería un diálogo constructivo. Recordemos: en aquellos temas aparentemente insolubles, que se dejan a dios, nada está escrito. Lo que estamos presenciando es un proceso abierto que –de momento– no sabemos hasta dónde va a conducir a la Iglesia. Esta cinta hace parte de ese proceso. Y esto es lo interesante.
ESCUCHEN A LOS ANCIANOS
El panorama actual de la Iglesia en Perú y otros países muestra el surgimiento de movimientos político-religiosos conservadores y, principalmente, fundamentalistas. En este contexto, “Los dos papas” viene a ser una película que cuestiona suave y cuidadosamente a esas tendencias.
De un lado, es ligera, fresca y entretenida, lo contrario a los temores y prejuicios terroríficos que utilizan esos grupos en relación con las mujeres y los gays. De otro lado, es crítica con el conservadurismo y propone un cambio, basado en un enfoque empático, tolerante y a través de personajes conflictuados; lo que va en contra del dogmatismo e intolerancia de estas tendencias.
Pero, sobre todo, es una película que se focaliza –aunque no con el énfasis suficiente– en el cambio de comportamiento personal, antes que en las modificaciones doctrinarias (aunque sin rehuir el debate sobre estas). Este énfasis en el cambio de comportamiento va directamente en contra de la sobre ideologización y la agresividad de estas corrientes sectarias, dentro y fuera de la Iglesia.
El talante dialogante y mesurado de la película se corresponde con la personalidad de Bergoglio y sus limitaciones –en tanto obra cinematográfica– seguro que también son un reflejo de los defectos de Francisco. Los años y la experiencia acumulada durante una vida hace a los protagonistas de esta obra, sino más sabios, al menos más comprensivos. En tal sentido, viene al caso el mensaje –por cierto, poco difundido– de Francisco en su encuentro con organizaciones nativas amazónicas en Perú: “Escuchen a los ancianos”.
The Two Popes
Reino Unido, 2019, 126 min.
Director: Fernando Meirelles
Interpretación: Jonathan Pryce (Jorge Mario Bergoglio, Francisco), Anthony Hopkins (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI), Juan Minujín (Jorge Mario Bergoglio joven). Guion: Anthony McCarten.
Deja una respuesta