Notable película surcoreana que reúne las principales características del cine del director Bong Joon-ho (un nombre que conviene retener) y del mejor cine de este país asiático. Debo decir que, para mi gusto, este cineasta tiene al menos dos películas superiores: “Memorias de un asesino” y “Abominable” (The Host), donde –digamos– pone más carne en el asador (son cintas más oscuras y amargas); con lo cual no quiero restar méritos al filme que comentamos sino señalar que estamos ante un autor de elevado talento artístico y de una cinta –entre varias– de una cinematografía nacional de alcance global.
“Parásitos” ilustra la desigualdad social, producto de las fuertes crisis económicas durante el cambio de siglo (1997 y 2008, respectivamente) que sacudieron la economía surcoreana y la llevaron de una liberalización económica que ha producido la precarización del trabajo con impactos en la distribución del ingreso; asunto que adquiere relevancia al haberse convertido en un problema global. Una de las consecuencias de esta nueva situación es que las familias que han caído en la pobreza prácticamente tienen bloqueado el ascenso social, en un contexto en el que los grandes conglomerados industriales y tecnológicos obtienen grandes beneficios.
En consecuencia, el escenario social en el que se desarrolla la acción es cercano al de un capitalismo salvaje, en el cual hay una elite adinerada en la cumbre social y “parásitos” que viven (o buscan hacerlo) a costa de los ricos. Sin embargo, al inicio del filme se muestran un par de peculiaridades de la cultura nacional subsistentes del anterior y dilatado período de crecimiento económico en Corea del Sur. La primera es el uso de “contactos” para acceder a un puesto de trabajo, gracias al cual un joven de una empobrecida familia se convierte en el maestro de inglés de la hija adolescente de un empresario y su esposa. Y la segunda, es el uso extensivo de las tecnologías de la información por parte del resto de miembros de la familia pobre para, gradualmente, auparse e intentar (sobre)vivir gracias a entrar al servicio de estos ricos.
Pero lo fascinante es cómo el director Bong Joon-ho ha escogido las dos locaciones en las que transcurre la obra para ilustrar este cuadro social y su evolución.
De un lado, tenemos el pequeño y precario departamento de la familia pobre, ubicado al final de una callejuela en declive y en la que casi siempre hay un visitante borrachín que orina al pie de la ventana. Además, se encuentra en una especie de semi sótano con vista a la calle, lo que insinúa ya sea la aspiración a pertenecer a una clase media o, más probablemente, haber descendido socialmente desde esa clase social a la pobreza. La locación está semi oculta en el paisaje urbano, lo que sugiere también una situación de inestabilidad social o en condición de precaria sobrevivencia (como se verá en cierto momento a causa del clima).
Al comienzo, la familia deja la ventana abierta para aprovechar una fumigación en la callejuela, una poco sutil alusión al título de la película. Más aún, al interior de esta hacinada vivienda, el inodoro del baño está –físicamente– por encima del resto de la locación; lo que enfatiza –mediante estas asociaciones– la caída social, relacionándola con procesos de limpieza y excreción.
De otro lado, está una residencia moderna y de amplios ambientes, con mobiliario moderno, grandes ventanales y jardín interior; ubicada –a diferencia de la anterior– en una calle de subida, típicas en varios barrios de Seúl, pero que en el contexto de la película ilustra los procesos de ascenso de unos y caída de otros. Sin embargo, el diseño interno de esta vivienda ofrece rendijas y espacios que ofician como escondrijos durante los tramos de suspenso del argumento. De hecho, uno de los estos conectará –narrativamente– el contexto social y político con los factores dramáticos del relato.
Las acciones que se desarrollan en estas locaciones –físicamente contrapuestas– tienen un punto en común: la inestabilidad. En el caso de la familia de trepadores sociales serán sus intentos de mantener el embuste y sobrevivir, mientras que en la familia rica será la estabilidad emocional de sus hijos: la hija adolescente, sometida a las tensiones (y hormonas) de la edad, y el hijo pequeño, quien padecería terrores nocturnos que mantienen en permanente nerviosismo a los padres. Y el origen de esas pesadillas se encuentra precisamente en la residencia.
Al mismo tiempo, esta locación ilustra también el carácter nacional e incluso internacional de esa inestabilidad, ya que Corea del Sur es el único país en el mundo que vive todavía en el entorno de la guerra fría y la hecatombe nuclear; con su vecino del Norte, liderado por un loquito que juega a disparar misiles al mar de Japón y, al otro lado del Pacífico, a otro loquito con acceso al botón nuclear (felizmente y de momento, ambos simpatizan entre sí). No en vano, la hija de la familia “trepadora” bromea a costa de las amenazas del líder comunista norcoreano Kim Jong-un.
En suma, las locaciones en las que se desarrolla la cinta son funcionales a los contenidos dramáticos, políticos y de crítica social. A continuación, pasamos a los elementos estilísticos y narrativos de “Parásitos”.
Lo primero es su realismo, el cual se expresa –por ejemplo– en las escenas de violencia, las cuales distan de tener la rutinaria “espectacularidad” del cine industrial hollywoodense. Aquí la violencia no está estilizada, sino que se muestra tal como la ejercerían personas no habituadas pero sí empujadas (por circunstancias extremas, a recurrir) a esta; de allí que esa violencia sea más dañina porque es más torpe y a la vez más salvaje. Lo cual sostiene la verosimilitud de una historia llena de situaciones insólitas. Pero, además, la lógica de la acción se apoya en personajes sólidamente construidos, en base a motivaciones muy humanas, las que preparan y conducen al relato por los giros más inesperados como asombrosos y de consecuencias desopilantes. La presentación y desarrollo de cada personaje se realiza de manera casi secuencial, en una línea ondulatoria de auge y caída, describiendo el hilo narrativo conductor de toda la obra.
Pareciera que algunos personajes no están muy desarrollados, pero lo están en la medida suficiente para los fines de la acción. La aparición de cada personaje no solo presenta su personalidad sino que hace avanzar la historia. Empieza con el hijo ingenuo de la familia pobre, sigue con la hija astuta y ejecutiva, mientras que el padre se perfila como el «cerebro» que va planificando todo, y cuando la madre ingresa al servicio de la casa viene el engache con la anterior ama de llaves. Esta última, tan correcta como inocente, se revela entonces como otra «parásito» y con esta revelación empieza el giro de todos los otros personajes: personas inteligentes e ingeniosas que ya se habían revelado como trepadores sociales pasan a defenderse recurriendo a la violencia, sin estar preparados para esta. La familia rica, sonsa y fácil de manipular pasa a «oler» los problemas y al final también evoluciona y evidencia su naturaleza clasista. En el clímax, los antiguos «parásitos» se desfogan con todo. Es un guion impecable
Otra característica del cine de este director (y de otros grandes realizadores surcoreanos) es el recurso al multigénero; es decir, construir sus historias tomando elementos y códigos de distintos géneros cinematográficos.
En este caso, la película empieza como una especie de comedia dramática, con rasgos de la picaresca literaria, en la que una familia arruinada logra empoderarse gracias a la ceguera e ingenuidad de personajes de clase alta, acostumbrados a la seguridad económica propia de una vida muelle. Sin embargo, por esos giros inesperados que a veces tiene la vida (o sucede en el cine), la historia deriva hacia un drama de suspenso que incorpora luego elementos del cine de terror, con puntuales detalles gore. Todo hilvanado con la mayor naturalidad y verosimilitud.
La conclusión es magistral, ya que se produce un giro dialéctico que nos devuelve al tema de la desigualdad, tanto en lo dramático como en relación con los aspectos sociales. Y donde los “parásitos” toman consciencia de su condición social, como tales. Lo fascinante es que la película no muestra abierta y explícitamente el tema del clasismo –que se apoya subliminalmente en los elementos antes descritos– salvo por un componente que emerge en las conversaciones íntimas de la pareja rica: ¡el olor! Esta toma de consciencia es acompañada, dramáticamente, por un coletazo naturalista, de reafirmación de los presupuestos iniciales del filme. Gran película, altamente recomendable.
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