[Crítica] «Todos somos marineros»: De Rusia a Chimbote


La ópera prima de Miguel Ángel Moulet acaba de entrar a cartelera luego de exhibirse en festivales como Rotterdam y Moscú. Si bien ya se había estrenado el 2018 en el Festival de Cine de Lima y posteriormente en la Semana de Cine de la Universidad de Lima, es muy difícil para una película peruana posicionarse inmediatamente en la escena local sin haber hecho un itinerario por festivales extranjeros, pues con ello los filmes adquieren cierta visibilidad y renombre para los futuros espectadores nacionales (como ejemplo de ello podemos nombrar a Canción sin nombre, de Melina León –que se estrenará el este 16 de abril- o Retablo, de Álvaro Delgado-Aparicio, además de Wiñaypacha, de Óscar Catacora, por citar solo algunas películas peruanas recientes).

Todos somos marineros nos cuenta la historia de tres tripulantes rusos varados en el puerto de Chimbote. Elegir dicho escenario no es casual para el director, pues aquel ambiente conecta con la actitud de los protagonistas. Si bien la película comienza con imágenes en tonos fríos del buque en altamar y la vida dentro de este, también se muestra la sensibilidad popular peruana presente en los mercados y lugares públicos aledaños. Desde las primeras escenas, la película aparenta construirse como un policial, pero luego adopta los códigos del drama, cuyo eje central será la vida de Tolya (Andrei Sladkov) y su hermano (Ravil Sadreev), quienes tratan de hallar las vías para retornar a su país de origen. Posteriormente, en su ingreso al puerto, se encontrarán con Sonia (Julia Thays), madre soltera que tiene un puesto de comidas en el mercado, y su hijo, interpretado por Alejandro Vargas Vilela (protagonista también de la trujillana «Casos complejos»), quien lo ayuda consiguiéndole nuevos clientes. 

La técnica que emplea Moulet para enmarcar su historia no es nada convencional. Optar por un cine contemplativo de espacios naturales, a través de planos fijos, logra una estética novedosa para representar la vida de los migrantes extranjeros, así como también la popular peruana. Más aún, contraponiendo a esta última con aquella subjetividad foránea, quienes se muestran en unos cuerpos rígidos, pero que, por dentro (la alegoría del barco es clave aquí), muestran una nostalgia por volver a su país natal. La película busca acortar las brechas entre ambas culturas apelando a la relación sentimental entre Sonia y Tolya, quienes idealmente se complementarían uno al otro. Del mismo modo sucede con los jóvenes contemporáneos, aunque esto no es del agrado del protagonista ruso, desbordando su violencia en una de las escenas claves del filme, expresando acaso con ello su desinterés por permanecer en tierras peruanas. 

Respecto a las actuaciones, debemos destacar los roles protagónicos de ambos géneros, sin embargo, al mismo tiempo, es necesario señalar que Alejandro Vargas parece que empieza a ser instrumentalizado para representar los modismos de los sectores populares jóvenes (y de la mano con ello de cierto tipo de subjetividad aún no visible en el cine peruano reciente). Esto podemos notarlo en Casos complejos, pero ahora, en este filme, con un grado progresivamente insustancial. Esperamos que tomen en consideración a Vargas para nuevos proyectos cinematográficos que puedan descubrir otras facetas distintas a estos dos típicos roles actorales que va teniendo. No podemos negar que su actuación recoge un modo de vida que ha sido (y todavía es) olvidado en el cine de autor peruano (tan apegado a los problemas clasemedieros), con lo cual imprime a la película de un matiz jocoso al principio; sin embargo, esto no implica deslumbrarnos ciegamente y hacer caso omiso a las críticas respectivas.

Esperamos con interés los próximos largometrajes de Miguel Ángel Moulet, joven director peruano a quien desde ya hay que seguirle la pista, pues su propuesta estética promete nuevos modos de abordar la subalternidad peruana. Con Todos somos marineros ha demostrado que un tema aparentemente simple puede ser redimensionado y explotado desde la disposición de sus recursos cinematográficos, tanto desde la fotografía, el guion y la puesta en escena. Todo depende del modo de narrar al que apele el director para hacer suyos los diversos temas que tenga en mente grabar posteriormente.

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