Lo más importante en cualquier comedia romántica, fuera de los gags o el carisma de los personajes secundarios, es la verosimilitud de la relación central. Si el espectador no cree en el romance entre los protagonistas, y más importante incluso, si es que no quiere verlos juntos al final de la historia, entonces la película se desmorona. Desgraciadamente, eso es lo que pasa en “Sí, mi amor”, primer largometraje del argentino Pedro Flores Maldonado. Lo que tenemos aquí es una cinta romántica carente de romance, en donde los protagonistas no resultan creíbles, lo cual resulta en una experiencia tediosa y frustrante.
“Sí, mi amor” cuenta la historia de Bea (Yiddá Eslava) y Guille (Julián Zucchi). La primera trabaja en un diario local escribiendo el horóscopo, mientras que el segundo es dueño de una bodega. Según nos informa un montaje de unos dos minutos, parecen ser bastante felices juntos, pero desde la primera escena de la película, uno nota que algo no está bien: ella parece ser bastante celosa, mientras que él no está muy interesado en escucharla. Dichos problemas culminan en una cena navideña con sus amigos en casa, en donde Bea explota, y le revela a todo el mundo que sabe que Guille la está engañando con otra. Por ende, deciden terminar, y tratar de pensar en un futuro por separado.
Pero como se trata de una comedia romántica, uno sabe que eventualmente regresarán a estar juntos. El pregunta es “¿cómo?”, y lamentablemente, la respuesta dada por la película no es particularmente intrigante. Poco a poco, ambos personajes comienzan a salir con otras personas; Guille conoce a una chica más joven —caracterizada como una “hueca” típica y caricaturesca—, mientras que Bea se vuelve a encontrar a un apuesto amigo de la infancia, interpretado por un Sebastián Monteghirfo que parece estar en otra película. Eventualmente, tanto Bea como Guille se darán cuenta que no pueden vivir la una sin el otro. O al menos eso es lo que el espectador tiene que asumir.
Como se mencionó líneas arriba, el problema principal de “Sí, mi amor” es que no logra establecer el romance entre Guille y Bea de manera creíble. Parecen tener problemas desde un inicio, y fuera de un par de chistes de flatulencias (no podían faltar…), no comparten momentos íntimos o románticos. Cuando la película le termina dedicando todo el segundo acto a una suerte de añoranza por la relación perdida, el espectador no se lo cree ni por un segundo. De hecho, Bea parece tener mejor química con el personaje de Monteghirfo (hasta que no la tiene) que con Guille, y este último probablemente sería más feliz con su simpática vecina (hasta que esta última desaparece de la narrativa por ninguna razón). La película no le da ninguna razón al espectador para querer ver a estos personajes juntos, por lo que la mayor parte de la historia se termina sintiendo forzada, hasta falsa.
No ayuda que la película parezca tener un problema de identidad. El tono es completamente errático, por lo que uno jamás llega a saber si debería tomarse en serio a los personajes y sus conflictos. Algunos personajes secundarios, como el de Monteghirfo, o la vecina de Guille, son caracterizados de manera realista e interpretados con relativa sobriedad, mientras que otros, como los jefes de Bea —interpretados por La Tigresa del Oriente y Oscar Beltrán— son caricaturas andantes. En serio —el personaje de Beltrán fácilmente podría ser un Looney Tune. Es por esto que los momentos dramáticos no llegan a cuajar, muchos de los gags se sienten fuera de lugar, y uno se termina preguntando en qué tipo de universo se lleva a cabo la película. ¿Se trata de un mundo parecido al nuestro, o de un contexto más exagerado? La película no parece saberlo, por lo que uno termina más confundido que entretenido.
Esto no fastidiaría demasiado si es que “Sí, mi amor” fuese una cinta hilarante, pero ese no es el caso. Entiendo perfectamente que la comedia es subjetiva, y estoy seguro que muchas personas sí se reirán al ver “Sí, mi amor” [N.E.: De hecho, muchos al parecer la disfrutaron. La película llevó más de 600 mil espectadores a los cines, en aquellas lejanas épocas en que existían las salas de cine…]. Eso me parece perfecto —simplemente, no fue mi caso. De hecho, me reí solo dos veces —admito que cierto gag visual, el cual involucra una almohada y una cantidad de ridícula de maquillaje, me hizo reír a carcajadas. Pero es un instante en una película de más de hora y media de duración, la cual ni siquiera es capaz de sostener una trama coherente, y mucho menos, presentar chistes que tengan sentido dentro del contexto de la historia.
Tomen por ejemplo una escena musical que comienza de improviso, y que no contribuye nada a nivel narrativo o de caracterización. O las reacciones exageradas de ciertos personajes, quienes actúan de manera incoherente únicamente porque… ¿debería resultar gracioso? O los personajes secundarios que obedecen a clichés de hace treinta años. O el momento en el que un figurante le dice “argentino maricón” a Guille, y uno debería… ¿reírse? De hecho, el tratamiento de las relaciones interpersonales, ya sea entre amigos hombres (en donde se burlan de las demostraciones de afecto) o entre mujeres (que se queda en lo absolutamente superficial) se sienten como de otra época. Combinas eso con un ritmo letárgico y una falta inexplicable de ritmo cómico, y “Sí, mi amor” resulta insoportable.
Podría escribir más sobre las incoherencias narrativas; sobre cómo la historia depende de un malentendido que se lleva a cabo simplemente porque Guille no le quiere explicar la verdad a Bea, y porque ella se rehúsa a escucharlo. O podría comentar sobre cómo Bea termina yendo a Buenos Aires por absolutamente ninguna razón (los productores tenían el contacto de Moria Casán, ¡y ella TENÍA que salir en la película, maldición!). O podría mencionar el desenlace abrupto, carente de cualquier tipo de conexión emocional con el espectador, o de verdad emocional entre los personajes. Sin embargo, sería un ejercicio inútil; son el tipo de incoherencias de las que uno no se daría cuenta en un producto más divertido y emotivo, pero que acá, a falta de un relato coherente, resaltan.
“Sí, mi amor” es una comedia romántica basada en un stand-up, que claramente no puede justificar su duración o el tratamiento del material, y que se siente como la grabación del primer borrador de un guion. Puede que cumpla los requerimientos básicos a nivel técnico, pero hoy en día, eso es lo mínimo que le podemos pedir al cine peruano, y desgraciadamente, “Sí, mi amor” no hace mucho más que eso.
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