La ópera prima del realizador peruano Alonso Llosa Bracco (Lima, 1980) se estrena en el 24 Festival de Cine de Lima. Una tragicomedia protagonizada por un cincuentón fracasado y hedonista llamado Tato, quien se ve forzado a regresar a la antigua y enorme casa de su madre enferma, en pleno boom inmobiliario que explotó en el país a mediados de la década pasada. En contraste, encerrada en su casa la madre de Tato vive aun en la ilusión de un pasado boyante, negándose a vender la mansión a los ‘nuevos ricos’ de la ciudad. Tato (interpretado con acierto por Paul Vega), en complicidad con una troupé de ayudantes y empleados, ideará un plan absurdo y delirante, para lograr vender la casa y, al mismo tiempo, mantener a su madre dentro de su mundo de ilusión.
En la siguiente conversación que sostuvimos con el director Alonso Llosa, nos comenta sobre el germen del cual partió para crear su película, su interés por las relaciones entre las clases sociales en Lima, sus referencias cinematográficas -entre ellas la de los hermanos Coen y de Luchino Visconti-, y su experiencia de trabajar junto a actores consagrados como Delfina Paredes y Atilia Boschetti:
Luis Ramos: Alonso, cuéntanos un poco del origen del proyecto. ¿Se conecta quizá con algún episodio de tu vida personal o familiar?
Alonso Llosa: Mis abuelos por parte de madre, el lado de mi familia con el que crecí, fueron primera generación de limeños, pero por el colegio al que fui tuve la oportunidad de conocer familias con raíces limeñas antiguas, algunas con la características de la familia de Tato. No es una descripción de ninguna familia en particular, es una combinación de personas que conocí o que ví, de historias que escuché y de personajes ficticios. Lo mismo con el universo de la historia y la trama: son el resultado de la imaginación y la observación, una mezcla de inspiraciones diversas imposible de rastrear. Muchos de los aspectos emocionales sí son propios, es la única manera de escribir algo cercanamente honesto. Pero siempre me ha parecido curiosa la importancia que se le da al aspecto autobiográfico de las obras artísticas, en la narrativa que se crea al examinar la obra en función de la biografía de su autor. La imaginación y la observación, a pesar de constituir quizás el 99% de la fuente de la mayoría de obras, no suelen ser factores atractivos en la construcción de esta narrativa. Lo menciono porque mi deseo, como el de cualquier realizador probablemente, es que la película hable por sí misma.
Laslo Rojas: En la historia se hace referencia muchas veces a los «nuevos ricos», a los «arribistas» de la Lima del nuevo siglo, en contraste con una familia de clase alta muy venida a menos. ¿De dónde nace tu interés por abordar este (des)encuentro entre clases sociales dentro de nuestra querida y variopinta ciudad?
ALl: Mis padres se conocieron haciendo activismo en los años 70, y de niño me hicieron creer en Trotsky y en Marx en vez de Papá Noel o Jesús. Los temas de clase siempre han sido parte de la manera como observo el mundo. Uno de los temas que más me interesaba en esta historia era la transición de poder de una clase a otra. El Perú no ha tenido una transición social definitiva, está en proceso y este proceso va a ser largo. Pero la época del crecimiento económico del Perú de los 2000 sí dio pie al desarrollo de un sector socio-racial que la había tenido muy difícil. En este contexto de una Lima en movimiento, desarrollé la fantasía de presenciar la muerte de esta antigua aristocracia limeña (la película en algún momento se llamó “Una tumba para la aristocracia”, en referencia al cuarto donde ponen a la mamá). ¿Qué hace una clase que sabe que está muriendo y que está perdiendo su poder? Va a atacar a los que están tomando el poder que alguna vez fue suyo. Va a crear ilusiones. La aristocracia limeña, en la historia, ya perdió; pero quiere irse con la barbilla en alto, como si nada hubiera cambiado. De ahí las etiquetas “nuevo rico” y “arribista” que espeta agriamente la madre del protagonista en referencia al grupo representado por “Raymond”, el dueño de la inmobiliaria. Hay una promesa democrática en el mundo de “Raymond”, algo imposible en el mundo de “Rosa” [la dueña de casa de la familia aristocrática]. Pero ese mundo también está lejos de ser utópico. Por eso la idea al final era presentar una crítica al poder: así como la antigua aristocracia está embarrada por una tradición despótica, racista y elitista, la nueva clase corre el riesgo de ser consumida por un materialismo que termina sintiéndose vacío.
Laslo: La tuya es la única película peruana en el Festival de Lima que retrata a la clase alta. En general, en nuestro cine es casi una rareza que esa clase sea protagonista. Algo que me parece curioso, siendo los cineastas, en su mayoría, provenientes de clases más bien privilegiadas (media para arriba). Si bien esto es algo que viene cambiando en el último tiempo, ¿a qué crees que se deba esta falta de interés -o de valentía- en retratarse, en mirarse hacia dentro?
ALl: Me parece súper interesante tu pregunta, y la verdad es que ¡yo también me la he hecho! (risas). Con el propósito de darles el beneficio de la duda, creo que los cineastas peruanos, habiendo tenido el privilegio de la educación, han sido híper conscientes de los temas de clase que han manchado nuestro país desde siempre, y por lo tanto han sentido una responsabilidad de hablar de eso en sus películas, ha sido una manera de hacer activismo. Eso me parece positivo. La contraparte es que hay un factor de condescendencia (probablemente inconsciente) y una relación de poder al «dar voz» a alguien que presupones no la tiene. Yo creo que esto varía mucho y depende de la sensibilidad del cineasta, de qué tan cuidadoso y consciente sea de esta dinámica de poder. Por ejemplo, «Canción sin nombre» es muy respetuosa con la manera cómo se presenta a los personajes andinos. El otro riesgo es que, al retratar a un grupo diferente al tuyo o a un personaje con una experiencia radicalmente diferente a la tuya, se diluya esa honestidad y esa subjetividad que suelen hacer que una película se sienta más «verdadera». Lo ideal sería que las condiciones de educación sean tales que todas las diversas comunidades del país puedan hacer películas y cuenten sus propias historias. «Wiñaypacha» es una luz en ese camino, pero estamos muy lejos y hasta que lleguemos allí el tema va a seguir siendo complicado.
Luis: Siendo este tu primer largometraje como director, ¿cómo fue la experiencia de trabajar con actores con tanta trayectoria como Delfina Paredes, Atilia Boschetti, Carlos Tuccio o Paul Vega?
ALl: Fue todo un privilegio y un sueño hecho realidad. Todos son gigantes de la actuación. Y es gracias a ellos que pudimos rodar la película dentro del calendario que teníamos. Fue un rodaje muy intenso, sin descansos, y sin casi nada de espacio para corregir o rehacer escenas (o sea, lo común en el cine independiente). Y si no hubiera sido porque los actores hacían sus escenas perfectas desde la primera toma, no hubiéramos podido acabar. Esto es particularmente cierto en Paul Vega. No se equivoca nunca, sin dejar de ser 100% real y presente en cada toma. Es impresionante. Por otro lado, la presencia de Delfina Paredes en el set fue algo muy especial, casi mítico. Aparte de ser una gran actriz, Delfina es una guerrera y una sabia. Cada vez que venía al set, su presencia nos inspiraba a todos, era la que aguantaba más frío, la que nunca se quejaba de nada, la que encontraba buen humor frente a los obstáculos, la que narraba historias y recitaba poesía durante los almuerzos. No me sorprendería si alguien del crew dice que la vio caminando sobre agua. Y el trabajo de Attilia Boschetti en la película es monumental. Tienen que verlo.
Luis: ¿Cómo se dio la incorporación de la actriz mexicana Malili Dib? Laslo: Y de Fernando Añaños, que no me parece haberlo visto antes en cine.
Conocí a Malili a través de una amiga en común, Olga Goister (la productora de mi corto “Living Legend”). Cuando aplicamos al fondo de Ibermedia creamos un esquema de coproducción entre México y Perú, y uno de los requisitos era que uno de los actores fuera mexicano. Fue entonces que escribí el personaje de Galia con Malili ya en mente. Luego, cuando no fuimos seleccionados para Ibermedia, Malili y su personaje se habían convertido en partes integrales del proyecto. A Fernando Añanos lo conocí en una sesión de casting. Fue una revelación. Fernando no había actuado previamente, pero su experiencia ha estado vinculada a la ficción ya que se ha dedicado por muchos años a la narración de cuentos, y es parte de un lindo festival llamado “Déjame que te cuente”, que solía llevarse a cabo en la Casa de la Literatura y que esperamos regrese después de esto que estamos viviendo.
Luis: ¿Tuviste algunas películas o cineastas como inspiración a la hora de plantear el tono y ritmo de la historia?
ALl: Por mucho tiempo mi película favorita fue “The Big Lebowski” y creo que “La restauración” aún tiene mucho de esa película. Hay muchos aspectos de los hermanos Coen que me influenciaron al hacer este proyecto: el tono (humor negro seco), el diseño visual simple y preciso (enfocado en la historia); que todos los personajes sean coloridos incluidos los secundarios. Temáticamente “El Gatopardo” de Luchino Visconti, cuya apreciación se la debo a mi padre, fue una gran influencia con respecto a la ilustración de una sociedad viviendo un período de transición de poder. Otras influencias fueron «Ratatouille» de Pixar, «Round Midnight» de Bernard Tavernier. Aunque quizás no se note en la película, David Lynch es un cineasta que siempre tengo presente.
Laslo: La película se estrenó en el Festival de Santa Bárbara a la antigua, de manera presencial. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué comentarios recibiste de las personas que la vieron ahí?
ALl: Fue una linda experiencia. Pasé mi cumpleaños número 40 durante el festival bailando “Bizarre Love Triangle” de New Order. La película tuvo una gran acogida, al punto que agregaron una función hacia el final del festival. La audiencia estaba compuesta de americanos caucásicos mayores de 60 años. Les encantó. El éxito con este grupo demográfico fue una grata sorpresa y sugiere que, a pesar del uso explícito de drogas, “La restauración” es una película para todas las edades y gustos. Podría etiquetarse incluso como una comedia familiar.
Luis: El proyecto ganó el premio del Ministerio de Cultura en 2016 ¿Cuáles fueron las dificultades que enfrentaron, que resultó en un proceso de cuatro años para terminar la película?
ALl: Y eso que antes del premio la película ya tenía otros 4 años como feto. Desde que se ganó el premio de DAFO nos dedicamos a aplicar a más fondos. El presupuesto original era alto, nos ganó la ambición, nos ilusionamos por haber ganado un victoria temprana (el fondo de DAFO). La negativa de los fondos internacionales no reembolsables nos forzó a replantear el proyecto: había que buscar financiamiento privado que es sumamente difícil y había que reescribir el guion para bajar el presupuesto. El productor del proyecto Gustavo Rosa se tuvo que volver una máquina de búsqueda de financiamiento. Así pasaron dos años, hasta que logramos recaudar lo mínimo para poder realizar la producción, una combinación de inversionistas privados, familiares, amigos de amigos, etc. (de ahí la larga lista de productores ejecutivos y asociados). La película se rodó en mayo del 2018. La posproducción entera duró alrededor de año y medio.
Laslo: Por último, ¿ya estás trabajando en un siguiente proyecto?
ALl: Estoy trabajando en un proyecto no cinematográfico llamado “la restauración de mi alma”. Es un proyecto personal con el que busco recomponer mi psiquis, curar ciertas relaciones personales y cultivar otras que estuvieron puestas de lado durante el proceso de hacer la película. No siento apuro de hacer otra película, pero sí la necesidad de aprovechar el tiempo con los seres queridos, y sin dejar de ser creativo de una manera u otra.
Entrevista realizada el 17 de agosto de 2020, via email, por Laslo Rojas y Luis Ramos.
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