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[Crítica] Festival de Lima: «Samichay», el retorno a la comunidad


La estética que manifiesta la película de Mauricio Franco salta a la vista desde los primeros minutos. Su propuesta monocromática se presta para provocar el contraste de sus escenarios, en su mayor parte, localizados en la zona montañosa de los Andes, espacios que revelan una diversidad de texturas propias de los pastizales, la quincha, los montículos de piedra y la nubosidad que peina a la cordillera. El director explota lo mejor del panorama a partir del paneo circular y el encuadre. Reinantes son los planos generales que resaltan la profundidad de campo que hace un versus con las presencias de sus protagonistas, estos tomados a medio cuerpo o entero, engullidos por el espesor de los nubarrones o asaltados por la sobreexposición de la luz natural.

El hecho es que toda esta mirada cumple una función adicional al valor estético. Samichay, en busca de la felicidad (2020) es una película que ilustra la divergencia atmosférica que compone este universo rural, tan bello, aunque de aire melancólico, tan fecundo como estéril, de apariencia vasta y eterna, pero también limitado y decadente para sus últimos sobrevivientes.

Hay algo de relación entre el film de Franco y Wiñaypacha (2017), de Óscar Catacora. Al margen del registro natural, ya de por sí, propiamente estético, sendos directores parecen coincidir su mirada luctuosa frente a las inmediaciones andinas. Los Apus o, caso Samichay, los espíritus de humanos parecen alertar –casi ahuyentar– a los que se resisten a aguantar en este ámbito impredecible para los que figuran llevar una vida de ermitaños. No se trata de la muerte del espacio, sino el de la presencia humana dentro del mismo, a propósito de la inmigración a la ciudad, aquella que ha desvanecido la dinámica que aseguraba la sobrevivencia humana dentro de este entorno: la vida en comunidad.

Por muy majestuosa que sea la rutina en las montañas, este escenario no deja de ser naturaleza agreste que reduce al mínimo a los solitarios y parece asegurar la extinción de los escasos habitantes. Ni siquiera los poderosos gamonales han sobrevivido a este efecto que nada tiene que ver con el cambio climático; es el efecto de una sociedad extinta. Eso convierte a Samichay en una película sobre un hombre siendo empujado a la vida en comunidad.


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